Cambiar de opinión. El paraíso del chaquetero

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blankEmpiezo por decir que este no es un texto sobre fútbol, sino sobre la tolerancia, pero algo de fútbol se hablará. Porque ningún deporte, ni el fútbol, debería ser motivo de disensión para la gente, por más que a algunos nos guste que “22 tíos corran detrás de una pelotica”.

Escuché una entrevista de Eduardo Punset donde dijo, «En tiempos de crisis es muy peligroso no cambiar de opinión». Me ha recordado la estupidez universal que se formó hace unos días en torno al fútbol con los partidos entre Real Madrid y Barcelona F.C.

Conste que me gusta el fútbol, conste que soy madridista, pero la aficiones no me ciegan el entendimiento. Puede gustarme el estilo Mou (de decir la verdad aunque duela, por más que a veces se pase), puede gustarme el talento de Cristiano Ronaldo (que lo hace un futbolista completo, de técnica y de fuerza), pero no me ciega como para ver que Messi es un pedazo de futbolista que roza la perfección, y que el Barça es, hoy por hoy, el mejor equipo de fútbol del mundo. Sentido común que no he visto en muchos madridistas (tonto de mí creerlo posible) ni en muchos culés para reconocer la virtudes de Ronaldo.

No puedo entender que haya tantos que para afianzar la validez de sus ideas se esmeren en la denigración de la contraria en lugar de potenciar los beneficios y logros de las propias reconociendo la grandeza del contrario. Si eres incapaz de reconocer la grandeza de tus antagonistas haces aún más inservible el triunfo de tus argumentos sobre los de ellos. Pura lógica elemental.

Existe a nivel general ese exceso de fanatismo a la hora de expresar una opinión. Generalmente no decimos “esto no nos gusta…”, o “no nos parece bueno…”, sino “es malo…” directamente, sin opción de que podamos alguna vez cambiar de opinión.

En mi vida tengo argumentos que me obligan a ser cauto, que me alejan de esta fiebre universal de ser categórico. A los 22 años creía en la validez de las ideas comunistas y era un furibundo ateo, casi militante. Fue lo que me enseñaron desde chico, era lo que defendía. Cuando fui usando la cabeza mi pensamiento ha derivado más hacia la democracia liberal (sin fanatismos) y un agnosticismo (casi escéptico) sin militancias revoltosas.

Me pregunto. Si dejé de ser comunista y ateo, ¿quién me asegura que dentro de 20 años no sea creyente y liberal (en el sentido europeo)? Si descubrí un día un rayito de luz cuando la noche era profunda, ¿Por qué debo aferrarme con tanta fuerza a los argumentos que hoy protejo? ¿Es que acaso no puedo estar equivocado?

Según los experimentos realizados por el neurólogo e investigador mexicano Ranulfo Romo, un mono Rhesus puede cambiar de opinión. Les daba a elegir entre zanahorias y plátanos. Y como era de esperar elegían plátanos, pero no siempre.

Haciendo un mapeo de su cerebro con electrodos, descubrieron que, en muchos de ellos, la decisión contraria quedaba brillando en la misma zona cerebral cuando decidían por alguna de las dos frutas. Es decir, habían decidido zanahoria en su cerebro, pero cogieron el plátano, o viceversa.

¡Mira por donde! Los monos pueden cambiar de opinión, nosotros no. ¡Es absurdo! ¿Cómo negarse a ser tolerante, como negarse a abrir las puertas a otras ideas que nos parezcan mínimamente razonables –y por razonables apuntamos que no haga daño al ser individual de otras personas ni al ser colectivo de la sociedad– si los monos, supuestamente un escalón por debajo de nuestro raciocinio, pueden hacerlo?

Cambiar de opinión se considera ser incoherente, traidor a lo que hasta ahora se defendía. Existe hasta una palabra en el idioma: chaquetero. Quede claro que me disgustan las personas que aparentan cambiar de criterio por conveniencia propia. El chaquetero no cambia de opinión, cambia de bando o ideología manteniendo en su interior lo que antes creía, o simplemente no cree en nada; no tiene ideas propias, ni argumentos que preservar.

El chaquetero es un pusilánime que cambia exteriormente por pura conveniencia, por ganar algo que si se mantiene en lo que cree no obtiene, o por evitarse problemas con los que le rodean. Pero hasta eso estoy dispuesto a comprender –por más que no lo practique e interiormente me incomode un cambia casacas– si no hace daño a un semejante.

Pero cambiar de opinión por convicción, porque nos hemos dado cuenta que estábamos equivocados, que metimos la pata creyendo o defendiendo algo que nos ha dejado de convencer, no es ser chaquetero, no es ser incoherente. Es, por el contrario, sano para el cerebro y una muestra de sentido común.

Es una evidencia que la tierra gira, que el universo se expande, que el aire a nuestro alrededor se mueve. Todo el universo, un segundo después de que hayas terminado de leer esta frase, no es el mismo. Estamos en constante desarrollo, somos diferentes un segundo después porque renovamos células de nuestro cuerpo, porque se nos han muerto neuronas reemplazadas por otras, millones de hojas de otros millones de árboles han caído haciendo que el camino de ayer no sea el mismo de hoy.

¿Comprendes lo absurdo de no estar abierto a cambiar de opinión, alguna vez, en algún momento, por unos segundos que pueden ser cruciales para el resto de nuestra vida?

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