Chico y Rita. Descarga en vena de amor y Jazz

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blankEs incuestionable que no soy un amante del cine español y un poco menos entusiasta del cine cubano. Las diez películas que se proponen como muestras del mejor cine de la isla son obras que, en su gran mayoría, apenas aguantarían el embate de la crítica estética más exquisita. (Yo apenas salvaría cinco o seis entre las que estarían Memorias del subdesarrollo, La muerte de un burócrata y a duras penas, La bella del Alhambra).

Y aunque tengo algo de mejor criterio sobre el cine español la gran mayoría de las películas españolas (salvo excepciones de ¿cinco? directores) terminan adoleciendo de los mismos clichés que año tras año se aprecian en la ceremonia de los premios Goya.

Por eso entré con reparos a ver Chico y Rita. No es una película cubana (digo esto con tantos peros que es imposible escribirlo), sino española, pero es Cuba por lo cuatro costados. Con escenarios cubanos, personajes cubanos con el acento más insular del habanero jodedor, verdadero (no españoles mal imitando a cubanos), la música de la isla, La Habana de la melancolía, y el gran Bebo Valdés como motivo de fondo.

Chico y Rita es una historia de amor, pero de amor con ritmo de jazz latino, ágil, atrevido pero igual de triste, con la música de Bebo, Dizzy Gillespie, Chano Pozo, Charlie Parker, Tito Puente, Nat King Cole; la única manera de describir lo que transmite la emoción del jazz latino que supura la película en su hora y media de metraje es sintiéndolo en vena.

Debo confesar que al principio me molestó el acabado de los dibujos. Una de las preguntas que siempre me hago con este tipo de animación es que si filman con actores, porqué luego tienen que hacer una película de dibujos animados. Cualquier película de la factoría Pixar imita mejor los movimientos humanos (algo rústicos en Chico y Rita) y eso puede llegar a incomodar por momentos. Sin embargo los movimientos de cámara son espectaculares. No podía ser menos con una filmación de este tipo.

Metido en la historia se olvida por completo este detalle hasta el punto de que terminamos pactando con el director que este es un estilo del animador. Es el estilo de Javier Mariscal, su mundo, sus historietas, su arte. Mariscal es un creador de imágenes propias y eso se transpira en Chico y Rita.

Las escenas de cuartería –edificios antiguos habitados por decenas de familias compartiendo el mismo patio y muchas veces el mismo baño– de la película son exquisitas, pequeñas intrahistorias de una Habana conocida a medias si no eres cubano o muy metido en las calles de la isla.

Lo que se vive en el interior de cualquiera de estas ruinas habaneras ocupadas es en parte la realidad tragicómica de la misma vida de toda la isla. Evocando algunas de las escenas de Vampiros en La Habana –aunque aquí tienen un peso más importante– estos personajes que nunca vemos pero de los que escuchamos sus voces expresando sus deseos y frustraciones, le imprimen a la película ese donaire entre desconsolado y festivo que llena toda la vida del cubano, incluso mucho antes de la dictadura castrista.

Por cierto, un gran juicio no haber marcado esta película desde el punto de vista político. Alguno habrá que recrimine al director Fernando Trueba no haber sido más crítico con el gobierno cubano actual. Quien quiera ver una película política que se abstenga de ir a ver esta delicia cubana hecha por españoles.

Creo que la película se defiende por sí sola. Los que sepan leer convenientemente el guión, sin apasionamientos talibanes, sabrán apreciar la crítica social necesaria para el argumento que expone Chico y Rita, donde se presenta, sin apasionamientos extremistas, la realidad de una sociedad cubana precastrista donde los negros tenían más derechos que en los Estados Unidos, y la otra realidad de que un sistema permita por cuestiones políticas que uno de sus mejores músicos malviva como limpiabotas.

Y habría mucho que escribir sobre la increíble recreación de La Habana (Y New York) de finales de los años 40 que se hace en esta magnífica pieza de arte. Los asesores históricos se esmeraron para que no faltara detalle de aquellas empresas, marcas y lugares desaparecidos con la llegada del castrismo, y que hoy son apenas un recuerdo de los viejos o que intentan rememorarse en ese trozo de Cuba que es Miami.

En la presentación que hizo Javier Mariscal de la película en La Habana dijo:

“Hace falta tener cojones para que un par de gallegos se pongan a hacer una película de Cuba”.

Yo añadiría:

«Y que además pudiera llegar a ser la película más recordada que se haya hecho nunca sobre Cuba.»

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