Collateral Beauty. La paradoja inexistente

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blankExisten dos ideas del cine (no ajenas a la literatura) que aparentan estar enfrentadas: una que potencia la imagen y los aspectos técnicos por sobre todas las cosas, sobre la base de que cualquier historia, por tremenda que sea, debe tener un preciosismo técnico y/o lingüístico que desborde el argumento; la otra potencia la historia, el guion y todos los elementos de la estructura del relato cinematográfico, donde lo importante es la historia que se cuenta, y lo demás son elementos que surgen a medida que se van necesitando.

Las dos concepciones no son enemigas, pero conviven mirándose de reojo, como si no quisieran vivir juntas cuando están obligadas a permanecer bajo el mismo techo.

No tengo que explicar a los que me conocen que, si estuviera obligado a escoger, me pondría en fila por la segunda. Porque los aspectos técnicos, el efecto, la forma, son elementos a los que llegamos como parte del recorrido principal, es decir, contar una historia. Los aspectos técnicos son los fórceps que usamos para meter en cintura lo que se relata, para no pasarnos ni quedarnos cortos en la tarea de convencer y emocionar a un público dispuesto a dejarse convencer y emocionar.

Por suerte, en la ficción, en la creación de la realidad imitada para explicar la misma realidad, no hay nada qué escoger. Las dos formas de abordar la ficción son complementos, como agua para amasar y aceite para freír, ladrillo para fortalecer y cemento para soldar.

Cuando vi las críticas a Collateral Beauty, no pude dejar de pensar en esta ficticia separación. Y si a ello se suma la existencia de una tendencia muy fuerte entre críticos de cine y literatura a considerar todo arranque de belleza o bondad como melodrama de mal gusto, todo el asunto se enreda aún más.

Hay un hecho cierto, para un creador es vital intentar no edulcorar aquellas historias que, en su propio ADN, están predestinadas a cierto melodrama; también es verdad que no hay que dejarse arrastrar siempre por una pretendida distancia estética que, en realidad, muchos de los críticos carecen o, como mínimo, aparece como impostura.

Se ha acusado a esta película del director David Frankell de casi todo lo existente, desde un sadomasoquismo explotador rodado a empujones hasta de ser un manual de autoayuda barato.

No, no pretende Collateral Beauty, mostrar puestas en escenas brillantes, alardes técnicos desconcertantes ni un guion que nos deje con la boca abierta. Esta película hace lo básico para lo que existe la ficción: contar una historia, y para hacerla convincente, escoge aquellas escenas necesarias que buscan transmitir al espectador la necesaria fuerza que lleva a una catarsis emocional.

No, no pretende que abramos la boca con actuaciones excepcionales, pero es capaz de escoger los momentos necesarios para que entendamos los motivos de cada uno de los personajes que, de forma general, hacen bien lo que se les pide en aras del argumento.

Probablemente todo el mundo esperaba algo espectacular con un elenco donde se incluyen Will Smith, Edward Norton, Kate Winslet, Helen Mirren, y Keira Knightley, pero la espectacularidad no es el motivo central donde se pretende transmitir un mensaje esperanzador en circunstancias que nada tienen de optimista.

Un hombre que, con una filosofía clara de vida donde el amor, el tiempo y la muerte, ocupan la vida de todos los seres humanos, pierde a la persona más importante de su vida no es nada nuevo bajo el sol, ni en la realidad ni en la ficción; donde quizás está el giro más llamativo del argumento es la forma en que estos tres elementos cobran fuerza en la historia casi hasta la personificación de sus características.

¿Es una película inmaculada? No, en absoluto.

La crítica más seria que se le puede hacer a este argumento es el paralelismo forzado que establece de los problemas de Howard, el personaje interpretado por Will Smith y los de sus colegas y amigos. Y es forzado porque busca un efectismo en el espectador que podía haberse conseguido de otras maneras, aunque, según lo veo, esto no afea del todo el resultado.

Estamos en presencia de un guion comedido, con diálogos que no tienen la espectacularidad que pretenden los críticos, pero sí la suficiente belleza para sentirnos atraídos por los poderosos mensajes de optimismo que intenta.

En resumidas cuentas, si eres de los que no te asustan las historias dramáticas, donde la emoción es más importante que la acción, si consideras que no se debe temer a expresar la capacidad de sentir del ser humano y su capacidad de resiliencia ante los embates, y no te dejas llevar por pretendidos estetas de lo culto, esta película te transmitirá otra dimensión del dolor, otra visión de la desgracia donde al ser humano, no le queda otra oportunidad que redimirse ante sí mismo; porque la desdicha existe, hay que asumirla como parte de la dicha, pero hay que evitar regodearse en ella. En esto, Collateral Beauty, no falla.

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