Imagine que usted tiene una convicción, algo de lo que usted está seguro por más que las circunstancias y los que le rodean no creen en ello, y aún más, que todo el tiempo le están cuestionando o burlándose de usted por tener esa convicción.
Pongamos por caso que usted es un mediocre escritor cubano que no tiene donde caerse muerto y que confía –y no oculta– que algún día los que lo creen un mediocre tendrán que envidiarle; que algún día vivirá en Madrid, pongamos por caso, y publicará sus libros en España, y que tendrá una vida sin escaseces con posibilidad de viajar por todo el mundo, y pongamos por caso que usted se lo dice a los que le preguntan que eso es un sueño que dejará de serlo algún día, por más que ahora sea usted un mediocre escritor cubano sin un sitio donde caerse muerto.
A su alrededor todos, propios y ajenos, se ríen: “éste con sus mierdas, siempre soñando con pajaritos de colores, ya vuelve con sus tonterías”, todo entre risas y alguna que otra descalificación de su capacidad y su sueño.
El día que mira La Habana desde un avión salta la presión que sentía, y las lágrimas se sueltan sin que usted lo quiera. Llora como un niño por más que los que están a su lado no comprendan cómo un hombretón como usted se deshace como una margarita por hacer un simple viaje en avión.
Sólo quien no haya tenido una presión parecida no entiende que Iker Casillas se haya saltado la norma que mide las distancias entre su posición de entrevistado y la profesión de su pareja en ese momento.
La alegría de haber ganado soltó toda la presión que antes tuvo por los mismos que se burlaban de su estado, ¿y qué hizo? Lo que le pidió el cuerpo. Las lágrimas y el estado emocional de Iker Casillas es la liberación del estrés, es la expresión de haberse liberado de la presión de los que le criticaban todo el tiempo mientras él hacía su trabajo.
Mientras él creía en su fuerza, él creía en su capacidad para hacer, en su forma de encarar lo que sabe hacer de la mejor manera que podía, debe haber llegado a dudar, en algún momento, de todo ello, porque tenía por todos lados palos de propios y ajenos por hacer y palos por dejar de hacer, su labor estaba sometida a crítica por motivos ajenos a lo que es su trabajo.
Puede parecer un frívolo pero cualquiera hubiera hecho lo mismo en su posición; saltarse las normas y atacar los labios de aquella a quien todos le señalaban como la causante de unos males que no existían. Y no me jodas con aquello de cómo iba a controlarse para besar a Sara Carbonero –que también–, porque lo mismo hubieras llorado como niño desde un avión mientras sobrevuelas La Habana hacia cualquier destino o hubieras descargado todo el estrés en la presentación de tu primer libro publicado allí adonde llegaste.