El conflicto de la credibilidad

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blankImagine por un minuto. Tiene usted a su cargo a varias personas en su trabajo, un trabajo donde cobra menos que otro de donde le llaman, pero sigue en este cobrando menos porque le gusta. Tiene poder, o al menos algún poder, para decidir sobre las condiciones en que viven o trabajan los que están por debajo de usted.

Imagine que decide, por ejemplo, que los que están a su cargo trabajarán mejor si tienen Internet en sus ordenadores, si les sube el salario un 20% y les da 20 minutos más de descanso al día. Usted lo hace y a los 6 meses el dueño de la empresa le exige irremisiblemente que debe recortar gastos o tomará medidas contra usted.

Aquí sólo hay dos decisiones: ir a donde están sus subordinados y decirles que tiene que quitarles los beneficios que les dio o pedir la renuncia a su puesto y dejar que las decisiones contrarias a las que usted cree las tome quien venga detrás.

Una persona normal, con algo de decencia moral e intelectual, renunciaría para evitar hacer aquello en lo que no cree, José Luis Rodríguez Zapatero, el presidente del gobierno español, decidiría quedarse y hacer lo que sea para mantener el cargo.

El gran problema de quedarse es la falta de credibilidad ante sus subordinados. Diga lo que diga en el futuro, prometa lo que prometa, regale lo que regale, nadie lo va a creer, o lo va a creer a medias sabiendo que en algún momento puede cambiar o lo pueden hacer cambiar de criterio.

Es curioso. Elena Salgado, la ministra de economía de España, cree que se creará empleo en 2011 y que el país ibérico empezará a crecer económicamente en este año. Carlos Rodríguez Braun, uno de los economistas con mejor intelecto en España, cree lo mismo.

Sin embargo, escucho a Elena Salgado decirlo como lo dijo hace dos años, y luego hace uno, y no dejo de reírme incrédulo; cuando lo dice Rodríguez Braun, siento que me está dando argumentos válidos para creer que es verdad. La diferencia es que creo en uno de los dos, a la otra apenas le doy crédito.

Hace unos días recibo un correo con uno de tantos documentos de PowerPoint con críticas al trabajo infantil. El medio en que llegan, –un documento hecho por alguien en la tranquilidad de su hogar para convencer a sus amigos de su ideología– me hace mirar las imágenes de niños trabajando con cierto reparo, en especial porque advierto que en muchas de ellas se manipula el mensaje mezclando niños que recogen basura en la India para subsistir con otros que aprenden un oficio ayudados por alguna ONG. Me darán la razón de que no es lo mismo.

Sin embargo, las mismas imágenes me las hubiesen puesto en el telediario de noticias de Antena 3 y quizás me las hubiesen colado sin juzgarlas. Es el mismo argumento de la credibilidad. En uno creo, en el otro apenas.

Rodríguez Zapatero ahora mismo está tomando medidas que, según la mayoría de los economistas (da igual si son socialdemócratas o liberales) consideran adecuadas para salir de la crisis. El mismo presidente dice que seguirá haciéndolo a pesar de que no haya acuerdo con los sindicatos, a quien hace apenas un año les besaba los pies.

Sin embargo, la mayoría de los españoles (que por cierto tampoco creen en los sindicatos) dejan plasmadas en todas las encuestas que ya no creen en Zapatero. Por más que dice que España nunca será intervenida por la Unión Europea como ya lo fueron Grecia e Irlanda, y como al parecer le puede suceder casi a Portugal, todos estamos con el corazón a golpe de tambor.

Creo sinceramente que España saldrá de esta para demostrar la gran nación que es, creo que nunca tendrá que ser rescatada por los fondos europeos, creo que se exagera –y no entiendo muy bien por qué– la mala situación española en los medios internacionales al punto de que hay quien ya está diciendo a los cuatro vientos que se vive mejor en Cuba (sí, creámoslo, por favor) que en España.

Lo malo de todo esto es que mis propias convicciones, afianzadas por el criterio de muchos buenos economistas de varias tendencias, se nacionalizan liliputienses cuando escucho a Zapatero, o cualquiera de su gobierno decir que España no es Grecia, que España no es Irlanda y que España no es Portugal. Sólo espero que no tengamos que decir que España no es España.

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