Siempre he sido partidario de la transparencia gubernamental, de que los gobiernos estén sometidos a la obligación de darnos luz sobre todo lo que hacen, porque los ponemos allí y de allí los quitamos cuando queremos, incluso las dictaduras pueden ser destronadas si todo el pueblo es consciente de ello. A fin de cuentas, un gobierno, es, normalmente, apenas un gestor temporal de un Estado.
Todos queremos saber en qué se gasta nuestro dinero el gobierno, cuánto ganan sus ministros, los negocios que tienen, dónde han trabajado, qué hacen para solucionar problemas cotidianos y con qué pagan para arreglar los entuertos. Queremos saberlo todo. ¿Es normal querer saber? Sí, pero, ¿en verdad nos gustaría saber todo lo que hace un gobierno para mantener ilesa la estructura del Estado?
Una vez escuché a un periodista contar una historia –no sé si real– sobre un obstáculo que se le presentó a una familia española para poder sacar a un miembro que estaba secuestrado en manos de terroristas islámicos. Al parecer, y siempre según sus propias palabras, en el seguimiento de la noticia apareció alguien que se presentó con un nombre evidentemente falso, pero con suficiente poder, como para abrirle a la familia la puerta de un sitio que hasta ese momento no se podía acceder. El periodista le preguntó al final, cuando todo terminó felizmente, quién era y cómo podía solucionar algo que a la gente normal le era casi imposible. El enigmático personaje le dijo: soy un solucionador de problemas que no existo.
Si algo he aprendido en estos años de recibir la verdad en la cara es que el poder es opaco, siempre, independientemente de nuestros deseos, gustos, intereses: el poder, sea dictatorial o democrático, tiene una cara oculta, subrepticia, enmascarada tras una aparente transparencia que en realidad no existe.
Para nadie es un secreto (y si para alguien lo es sería un ingenuo) que existen temas de gobierno que se resuelven con personas que ni siquiera pueden reconocer que reciben un salario por ello, y que existen situaciones que los gobiernos jamás reconocerán que han resuelto con subterfugios opacos rayando la ilegalidad. ¿Es normal? Sí, y lo más chocante es que ni me interesa saber lo que hacen.
No soy excesivamente crítico, ya lo dije alguna vez a propósito de la película La noche más oscura(Zero Dark Thirty), con la porquería que se esconde bajo la apariencia del Estado democrático. Sé que hay suciedad, sé que hay cloacas pestilentes por donde viajan las porquerías que los ciudadanos no queremos ver.
Analizando la historia del mundo de los últimos 100 años he leído hechos pasmosos que han hecho los estados democráticos para lograr objetivos que, a la larga, con perspectiva histórica, han sido aplaudidos por la posteridad, y que, si se hubieran conocido mientras sucedían, la gente hubiera puesto el grito en el cielo.
Sin irnos demasiado lejos, todos hemos sabido pasajes oscuros de los últimos 20 años, y que nos han abierto las puertas de hechos detestables que todos los gobiernos han hecho para resguardar al Estado que representan; desde asesinatos convenientes, pago furtivo a terroristas en secuestros por mano de terceros (los asalariados que no lo pueden reconocer), espías en sedes de partidos contrarios, y un largo etcétera que dejaría en pañales las ficciones de James Bond.
Por desgracia, insisto, es tanta la mierda, que no quiero ni saber. Digo más, analizado con perspectiva histórica, no creo que sea un gran inconveniente en que existan esas cloacas. El problema no es que haya secretos de estado, alcantarillas sucias por donde viaja lo que un Estado no se atreve a decir públicamente, porque intuye (con buen criterio) nos sería inaguantable soportar. El verdadero problema es cuando se abre un agujero en la calle y las alcantarillas quedan a la luz, nos escandalizamos como si no fuera nuestra propia porquería, como si hasta ese momento el no sentir el hedor nos da la idea de que no existe la mierda.
Y el otro gran problema es que la línea entre lo que se oculta por beneficio a toda la sociedad y lo que se oculta por beneficio propio es muy fina. Si estamos dispuestos a permitir secretos de Estado para resolver problemas generales e importantes, ¿cuándo sabemos si se hace por beneficio general o por interés propio de partido o ideología?
Es complicado. ¿Es moral tener secretos del Estado a los ciudadanos? Nunca lo es. ¿Es necesario? Aquí no me atrevo a dar una respuesta afirmativa o negativa tajante. La mayor parte de lo que se hace sin luz ni taquígrafos no es precisamente moral; de ninguna manera. Eso sí, creo que si el poder fuera absolutamente transparente, si se supiera todo, absolutamente todo de lo que hace un estado para mantener intacta su estructura y proteger a sus ciudadanos no lo soportaríamos. Por eso, entre otras cosas, desconfío del poder.