NO. Cambiar conciencias para cambiar métodos

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NoEstaba renuente a ver esta película. No sé por qué. Llevo tiempo en que el cine sudamericano no me sacude el alma como antes. Pero entre la disciplina por mi profesión, entre las cuales está indudablemente el cine, y la curiosidad por conocer qué hace que todos hablen maravillas de esta producción chilena, la tentación me venció.

Sí, es una gran película. Una de esas historias que nos obligan a pensar sobre la vida, el destino de nuestra profesión y las relaciones humanas. Una historia grande, con un final que todos conocemos a poco que estemos informados de la historia y la actualidad de los últimos 20 años.

Para nadie es un secreto que Pinochet perdió el plebiscito con el cual pretendía perpetuarse en el poder, para nadie es un secreto que el dictador tenía tanta confianza en su poder sobre la gente, en su gobierno del terror inducido y la muerte provocada, que no imaginaba que podía perder las riendas del carruaje.

NO, de Pablo Larraín, es una de las puertas que muestra el cambio. Basado en el monólogo El plebiscito, de Antonio Skármeta, el argumento se sienta sobre un grupo de publicistas a los que la izquierda chilena contrata para hacer la campaña contra la dictadura, hacer que el NO a la continuidad de Pinochet, sea una realidad, y no sólo una esperanza en el fondo de una cubeta que sirva para protestar.

Por motivos que no vienen al caso, la película me trasladó a la Cuba que abandoné en el 2002 y a muchas de las polémicas que he visto entre los cubanos del exilio sobre la dictadura cubana. Es raro, Chile y Cuba, son dos países con dictaduras diferentes. Una dictadura es una dictadura, su orientación ideológica no importa cuando se trata de conculcar derechos, pero para nadie es un secreto que la cubana, además de todo lo horrible que tenía la chilena, tiene además, el escandaloso honor de machacar la propiedad privada y por tanto la creación de riqueza. Así que además del terror que padecieron los chilenos, los cubanos (aún) padecen hambre.

Sin embargo, no podía evitar imaginar, mientras veía la película, una reunión entre las vacas sagradas del exilio anticastrista con jóvenes de la oposición interna con nuevas ideas. Veía a los jóvenes adalides del bloguerismo político cubano sentados en la misma mesa con los ancianos marcados por la represión de los 60 y los 70 en la isla.

Imaginaba las mismas reacciones de aquellos que tienen (quizás bien ganada) una reputación de opositores al castrismo, pero que ya son profesionales de lo anti, con mentes ancladas en aquella represión del castrismo, pero con escasa imaginación para adaptarse a las circunstancias de una Cuba que está alejada de la que tienen en sus mentes.

Insisto, no pretendo hacer crítica de las víctimas del castrismo, y sé que aunque repita que los apoyo, algunos se me lanzarán al tobillo para hincarme el diente. Seguramente tengo ganada la mordida, pero existe una realidad que todos los cubanos de a pie, seamos anticastristas o no, seamos opositores o no, hagamos labor contra la dictadura o no, deberíamos saber: la dictadura no va a cambiar, y si lo hace algún día no debemos albergar esperanzas sobre ello por ahora.

Aquel régimen devastador y miserable ha demostrado tener la piel más sensible que la de un lagarto, y ante las más disímiles circunstancias, siempre sale favorecido o fortalecido. Ya sea con la disputa de los derechos de patria potestad de un niño, o con la muerte (aún no sabemos del todo si provocada o no) del líder más conocido del exilio interno, la dictadura cubana, siempre se sale con la suya, siempre tiene la forma de chantajear gobiernos extranjeros, manipular conciencias opositoras, quebrar voluntades, y mantener controlada con puño de hierro a un pueblo que es consciente de su suerte, pero jamás mueve un dedo para cambiar las cosas.

Así que el cambio, como enseña el filme de Larraín, quizás debe venir de nosotros. Trocar lo oscuro en luminosidad, la tristeza de la represión en la alegría del futuro, el victimismo (razonable o impostado) en optimismo, ahí está el verdadero reto. Hacer que el cambio esté en nuestra forma de encarar su maldad, que la dictadura se quede sin argumentos al hablar de un futuro tenebroso, de unos opositores sacados del reino de Lord Voldemort.

No es sencillo. Hacer de tripas, corazón, echar a un lado más de medio siglo de dictadura, cambiar el chip del enfrentamiento por el de la socavación silenciosa, implica cambiar voluntades, mentes, intenciones, y no sólo el método para echar abajo la dictadura.

La Película NOenseña que trazarse un objetivo que parece imposible no es cosa de locos, es una brillante sensatez que puede conseguirnos el sueño inicial. Nos dice que cuando todos gritan que es imposible, debe haber alguien que tenga la mente en las nubes y los pies en la tierra que demuestre lo contrario; y que, además, ese alguien existe.

Lo mejor de la película, para mí, el tono de las reuniones de la izquierda chilena, con el mismo lenguaje casposo que se usa en las mesas redondas de Cuba, y la forma tan magistral de recoger la sorpresa de los seguidores al No, cuando se dio el resultado final del plebiscito.

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