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Una de las preguntas más recurrentes que suelen hacerse cuando se habla de escritura es si es posible de verdad, en serio, más allá de toda duda, enseñar a escribir ficción. La respuesta fácil es sí, pero la pregunta no es baladí. Os pongo en situación:
Hace unos años un par de amigos y yo (quizás ellos lo recuerden) hablábamos de la novela Desgracia de J. M. Coetzee; alabábamos la prosa del sudafricano, en general, y discrepábamos sobre la obra de Murakami.
En un momento determinado yo manifesté mi sorpresa porque mientras leía Desgracia, no había sido consciente de la raza negra de los delincuentes que cometen la violación casi hasta muy bien avanzado el libro; seguramente por mis propios vicios como lector. La cara de asombro de mis amigos era un poema, lo que para ellos había sido una evidencia desde el comienzo del libro para mí había sido un descubrimiento de la narración.
Varias veces he buscado explicaciones al hecho, pero no estoy seguro de haberlo descifrado. Quizás todo es más sencillo y simplemente no soy un lector tan atento, pero en mi afán por darle la vuelta a lo que es cuadrado, intento creer que en mi experiencia vital no soy competente para pensar en “razas”; tanto he vivido discriminaciones negativas y positivas por lo mismo (“no eres negro” o “te ayudo porque eres negro”) que soy incapaz de verme reflejado como parte de una raza.
Este simple hecho, junto a otros más evidentes, me ha hecho preguntarme más de una vez si el debate de escribir una novela o un cuento para dirigirlo a todos los posibles lectores tiene algún sentido, dado que muchos comprenderán, asimilarán la información de manera diversa. Por extensión, ¿cómo se pueden enseñar normas que establezcan un canon si cada lector entiende lo que le permite su forma de ver, vivir y leer?
No, no se puede escribir para todos, pero sí hay que buscar un amplio espectro de lectores cuando se plasma algo en el papel. Aunque la mente es ingobernable, todos lo sabemos, se debe pretender no pensar en un grupo concreto cuando se escribe y no recomiendo a ningún escritor que cometa semejante desliz, pero sí debe tener en cuenta que los lectores son tan disímiles como personas existen.
¿Se puede escribir una novela que guste por igual a un racista que a un activista de los derechos raciales? ¿A un negacionista del cambio climático que un seguidor de World Wildlife Fund? ¿Para un ama de casa que para un alto ejecutivo? Sí, se puede, pero ¿cómo?
Lo primero que debemos entender es que no existen normas obligatorias que seguir para escribir un texto narrativo de ficción, y si alguna vez te lo dijeron, te han mentido. Lo que un día puede ser una flagrante violación del pacto narrativo, podría ser una convención más en el futuro. ¿Normas? No, no existen. Lo que realmente existen, sí, son principios, y la diferencia es fundamental.
No existen reglas invariables en la literatura. La literatura no es, y no puede ser, una ciencia exacta donde la práctica del hecho repetitivo es el criterio valorativo de la verdad. Cuanto antes lo aprendamos antes nos evitaremos muchos dolores de cabeza en el camino.
Robert McKee, en su ya inevitable trabajo sobre el guion nos asegura:
Las normas dicen: «Se debe hacer de esta manera». Sin embargo, los principios se limitan a decir: «Esto funciona… y ha funcionado desde que se recuerda». La diferencia resulta crucial. Nuestro trabajo no debe seguir el modelo de una obra «bien hecha», sino que debe estar bien hecho según establecen los principios que conforman nuestro arte. Quienes cumplen las normas son los escritores ansiosos e inexpertos. Los escritores rebeldes y sin formación las incumplen.[1]
Lo siguiente que debemos saber: se escribe para enseñar la realidad de otra manera. Sí, primero para entretener a un público, pero esto no es suficiente cuando se enfrenta la literatura como un arte.
Cuando analizamos los llamados clásicos, esta lógica es imbatible. ¿Por qué un libro se mantiene durante años en la mente colectiva? ¿Por qué sigue siendo leído, comentado, buscado y mantiene algo de la aceptación del lector, tal y como cuando se publicó por primera vez?
Recomiendo las respuestas que a esta pregunta dan diferentes autores, algunos de manera discrepante, como Harold Bloom (El Canon Occidental)[2] que considera un clásico aquello que nos habla a través del tiempo, alejado de su entorno social y político. Por otro lado, está Coetzee (¿Qué es un clásico?)[3] para quien un clásico lo es por su oposición a lo bárbaro, es decir, a lo salvaje y, por tanto, enmarcado en la lógica de un tiempo que puede repetirse. Sin embargo, reconocen ambos, y casi todos los que buscan la respuesta a la pervivencia de un clásico, una lógica que no pueden ignorar, y es la vuelta a ciertos principios que nos devuelven a McKee.
Para entender estos principios que ayudan a escribir primero hay que verlos aplicados, en su propio medio. Para escribir, y en especial para hacerlo bien, hay que leer, y mucho. Así podremos apreciar, de forma instintiva, cómo los escritores, especialmente lo clásicos, los que se mantienen más allá de su época y lugar, usaron las técnicas literarias que les eran necesarias para conseguir sus objetivos.
En todos los casos, no es posible desconocer la importancia de la forma en una obra literaria o cinematográfica. Las técnicas y recursos estilísticos no son más (y no son menos) que instrumentos que se emplean para intentar alcanzar el objetivo que se pretende en la obra de ficción. Un carpintero cambia de instrumentos cada vez que necesita cortar, lijar o martillar. El creador de ficción, como el carpintero, tiene que ser consciente cuando debe usar la sierra, la lija o el martillo para dejar bien acabada su obra; a veces incluso cuando pasar la yema del dedo por la superficie para notar las imperfecciones que no se aprecian a simple vista.
Una obra de arte tiene mecanismos propios, internos y únicos para ser creada, y que, como un carpintero cuando es aprendiz, un creador artístico no tiene por qué saber, pero el buen uso de las herramientas para trabajar la madera, pueden ser enseñadas al carpintero como al escritor las literarias o al cineasta las cinematográficas.
Es innegable la existencia de todos esos numerosos elementos formales, estéticos y estilísticos de la literatura, que se repiten en cientos de obras de ficción alejadas en tiempo, lugar y temas, y que, según Robert McKee, permiten establecer principios –nunca normas o fórmulas doctrinales– que funcionan para la mayoría de las narraciones y creaciones ficcionales.
¿Se pueden aprender estas técnicas? Sí. ¿Seré escritor si las aprendo? Siempre que las uses. ¿Seré un buen escritor? Eso, amigo mío, sólo lo sabe la posteridad. Porque conocer los trucos, incluso volar, no te convierte en Superman, porque para eso, necesitas haber nacido en Kriptón.
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[1] McKee, Robert. El Guion: sustancia, estructura, estilo y principios de la escritura de guiones. [Barcelona]: Alba, 2002., pág. 17.
[2] Bloom, Harold. 2017. El canon occidental: la escuela y los libros de todas las épocas. [Barcelona]: Anagrama.
[3] Coetzee, J. M. 2004. Costas extrañas: ensayos, 1986-1999. [Barcelona]: Debate.