García Márquez y «En agosto nos vemos». Ni tanto ni tan poco

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Si dijera que estoy sorprendido por la polémica que se ha creado con la decisión de los herederos de Gabriel García Márquez de publicar un nuevo libro del escritor colombiano, mentiría. Pero sí me descoloca un poco. Y me descoloca, porque no alcanzo a entender del todo la indignación que ha rodeado la publicación de En agosto nos vemos.

El problema en mi caso, según lo veo, tiene que ver con una dualidad de la que he hablado otras veces, de escritor e historiador, lo cual, como ya hice en su momento con Louise Glück y mi dualidad autor-editor, me obliga a ponerme el sombrero de Chaflán, aquel gran humorista cubano que usaba un sombrero cuando hablaba en broma y se lo quitaba cuando hablaba en serio. En este caso me lo quito o me lo pongo en función del escritor o el investigador.

Sin sombrero:

Entiendo la polémica como autor.

Se ha explicado en varios artículos que García Márquez había publicado dos fragmentos de esta “supuesta” novela. Pero cuando leyó, o releyó, lo que había escrito, del total del proyecto, sentenció: “Este libro no sirve. Hay que destruirlo”. Aun así, su familia, sus herederos, han decidido violar la palabra del autor y sacar a la luz este libro que tanta polémica ha causado.

Cuando eres escritor, produces mucho, a veces más de lo que debieras, porque escribes mucho de lo que te llama la atención y pretendes, llamar la atención de otros sobre eso. Pero no todo sale bien, y uno de los elementos más sensatos del escritor es saber descartar aquello que considera indigesto para ser publicado. Pero no todo sale bien, y uno de los elementos más sensatos del escritor es saber descartar aquello que considera indigesto para ser publicado.

Según explica Laura García Higueras en el artículo, «Los hijos de Gabriel García Márquez explican por qué publican el libro que para él “no valía”», publicado el 5 de marzo de 2024 en eldiario.es esos textos que García Márquez había desechado estaban a disposición de investigadores en el Harry Ransom Center de la Universidad de Texas.

Y oye, esto es genial, porque cualquier investigador podía acceder a esta “obra en construcción”. Y digo “en construcción” con toda la intención y porque lo creo por varios motivos.

Tras leer la novela (algunos la llaman, acertadamente, relato o cuento largo) adviertes que no tiene la fuerza imaginativa ni narrativa del hombre que escribió Cien años de soledad o Crónica de una muerte anunciada, tiene errores típicos y contradicciones que se comenten durante la escritura que luego durante la revisión uno desecha y pule, tampoco tiene la fuerza de los personajes anteriores de García Márquez, que de tan solo “escucharlos” hablar te ofrecen una caracterización enérgica y aquí parecen a medio construir.

Los herederos dicen que los posibles errores o inconsistencias de la novela se deben a que García Márquez estaba, en el momento de su escritura, atacado por la demencia; olvidaba cosas, novelas que había leído, lugares que había visitado. Podría ser una explicación, aunque yo sigo creyendo que le faltó tiempo para revisar. Lo que sí debo decir es que al leer estos apuntes que hoy venden como novela, aun se nota la mano del talento que alguna vez escribió “Alguien desordena estas rosas”.

Y sí, se nota, porque están ahí algunas de esas frases que sólo a alguien como García Márquez se le podían ocurrir, la adjetivación peculiar de su prosa, algunos de los rasgos mágicos (nunca mejor dicho lo de mágico) de los personajes que creaba. Y por eso, aunque no apruebo la publicación de la obra de un autor sin su consentimiento, incluso con su negativa a hacerlo, tampoco veo el “desastre marginal”, la “falta de respeto” la “obra absolutamente menor” “injustificable y deplorable” que de forma generalizada se apunta.

Y me coloco el sombrero:

Voy a mencionar algunos nombres; algunos sabrán quienes son, otros no tanto. ¿Qué tienen en común un escritor como Franz Kafka, una fotógrafa como Vivian Maier, un escritor como John Kennedy Toole, un cantante como Sixto Rodríguez o un pintor como Van Gogh?

Pues que sus obras, hoy remarcables, imprescindible en algunos casos, fundamental al punto de marcar una época y una forma de escribir, como el caso de Kafka, se habría perdido en la trituradora del tiempo si alguien no se hubiese tomado el trabajo de rescatar la obra de todos ellos tras su muerte.

El caso de Kafka es sangrante porque a su rescate póstumo hay que agregar su voluntad de destruir la totalidad de su obra antes de morir. Y yo me pregunto: ¿cuánto nos habríamos perdido si Max Brod hubiese hecho caso a Kafka?

¡Ah, pero no es caso de García Márquez que ya poseía una obra absoluta y consagrada! Seguro me dirías, y tienes razón. Pero, me asiste un argumento que, hasta el más crítico de la obra de García Márquez, si alguna vez ha tenido una voluntad creativa, no podrá negarme: un autor es el peor juez de su obra, para bien y para mal.

Ha sucedido, que la más conocida canción de un músico, la mejor novela de un escritor, el lienzo mejor logrado de un pintor, o la película más vanguardista o atrevida de un cineasta, no es la obra que más valora su creador a pesar del encanto que transmite al consumidor. Y esto tiene una explicación tan simple como que, a veces, como creador, consideras que tu trabajo mejor logrado es aquel que más esfuerzo te costó, o donde más esfuerzo pusiste y, sin embargo, menos valora el público. Y ha habido casos donde una obra poco valorada por su autor y que iba a ser destinada a la destrucción, ha sido salvada por el criterio inexperto de alguien que ni siquiera escribe, pinta o hace algún tipo de labor creativa o artística.

¡Ah, pero, tú mismo has reconocido que esta obra está incompleta!, me dirías. Sí, te respondo, como El castillo, de Kafka; la Eneida, de Virgilio; la Sagrada Familia, de Gaudí; el Réquiem, de Mozart o Los hermanos Karamazov, de Fiodor Dostoievski. ¿merece la pena continuar enumerando ejemplos? No es una verdad absoluta que la genialidad sólo existe en las obras completas o enteramente terminadas; a veces una simple frase, bien construida, encierra la verdad y sabiduría de toda una obra.

Bien, puedo entender que tampoco era necesario publicar la obra contra su voluntad porque los estudiosos ya podían consultarla en la universidad de Texas. Pero a esto hay que preguntarse: ¿Cuántos investigadores podían hacerlo? ¿Cuántos de los críticos actuales de En agosto nos vemoshabía accedido a leer este Work in progress en la biblioteca de dicha universidad?

Y quizás la duda siguiente tiene también validez: ¿para qué sirve leerse una obra literaria que no está terminada? Pues también tiene una respuesta simple. Muchos de los errores de escritura que tiene un texto escrito, son inapreciables para la mayoría del público lector que suele ser pasivo, es decir que disfruta de la historia y no interacciona con la obra. Hoy en día existen reconocidos Best Sellers que, puestos en la misma balanza de esta “obrita” del colombiano, parecen borradores de un principiante de educación secundaria.

Ya, pero ¿y nadie tiene en cuenta a los lectores activos, aquellos que sí interactuamos con la novela, que preguntamos, reflexionamos buscando aspectos técnicos? Pues mira, si escribes, y no tienes carné de investigador ni los permisos para ir hasta Texas, Los Ángeles o Cambridge a revisar los papeles no publicados de un autor, podrás aprender más del proceso de escritura de un autor de una mediocre novela a medias terminada, que de una aclamada y supervendida novelita que alguien pretende convertir en clásico tras una adaptación en filme o serie de televisión. Y si alguien no se toma el trabajo de publicarla, seguiría durmiendo el sueño de los justos en la Universidad de Texas. La mano del Gabo está ahí, en esa novela, y, como escritor, aprendes mucho comparando sus obras maestras con esta “obrita” a medio hacer.

Algunos preguntan también: Y si quería destruir la obra, ¿por qué no lo hizo él mismo? Hay una respuesta que quizás no es tan simple, pero comprenderás cuando argumente.

Un escritor, consciente del proceso creativo, sabe que muchas de las mejores ideas, las más atrevidas, transgresoras y que mejor impactan en el público, pueden ser las que tuvo en sus primeras creaciones, cuando carecía del oficio de saber descartar y desechar la hojarasca. Si eres consciente de ello, y de la forma tan curiosa y peculiar que funciona el cerebro creativo, no deberías destruir nada que tengas en una gaveta. Si no, releerlo pasado un buen tiempo mientras avanzas en tu carrera como escritor, porque a veces, una idea, un capítulo, un relato, una simple oración que escribiste con 20 o 30 años, podría tener un reverdecer brillante a la luz de la experiencia creativa.

En conclusión, aunque como creador literario, repruebo la violación de la voluntad de un escritor, saludo como lector la publicación de En agosto nos vemos, porque aprendo más del proceso creativo de una página de esta “obrita” inconclusa, que de cien páginas de algunos de sus críticos más fervorosos. Y esto, más allá de sus errores técnicos o de escritura, más allá de su inconclusión o la sórdida postura política de su autor.

Por cierto, no he querido darle mucha importancia a esto último porque nadie perspicaz, en su sano juicio desecharía las obras completas de un autor magistral porque esté en las antípodas de su ideología política, pero no quiero irme sin mencionar un detalle: si destruyéramos la obra de todos los autores que han tenido una discutible o canallesca postura política o social, probablemente tendríamos que desechar la mitad de la historia del arte, y esto, sólo si lo analizamos con la estrecha mirada de la cultura de la cancelación de hoy en día, porque cuando cambien los censores (que algún día cambiarán), nos quedaremos sin la otra mitad de la cultura. ¿Estás dispuesto a correr ese riesgo?

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