La imagen es terrible. Vinícius José Paixaõ de Oliveira Júnior, un adolescente de 22 años que llora mientras un grupo de energúmenos le gritan «mono, muérete», y todo por ser de los mejores en su profesión, que es jugar al fútbol.
Recuerdo una vez, alguien que llamó a un servicio donde yo trabajaba como teleoperador informando sobre servicios de Madrid y la persona del otro lado de la línea, con muy poca educación, me dijo que no debería trabajar allí porque ese trabajo era para los españoles. No cabe dudas de que es un episodio xenófobo. Tras 20 años residiendo en Europa es el episodio más violento que he vivido como víctima de un episodio xenófobo, ya que el individuo –individua era– del otro lado no sabía el color de mi piel.
He visto en España o Francia personas agarrando su bolsa cuando me paro detrás en el Metro, mujeres apretando su cartera cuando paso por el lado, o evitando mi contacto en el autobús, pero ese tipo de episodios los viví también en Cuba donde, por cierto, alguna que otra familia vio con malos ojos mi relación con alguna “piel blanca” de su familia.
La experiencia personal no debe ser nunca la base del análisis de toda la realidad, pero luego de tener un hijo con una española, disfrutar tantos amigos y colegas en esa nación, gente que me quiere y me respeta, me cuesta hacerme a la idea de todo un país racista cuando, siendo yo extranjero y de fisionomía negra, no he tenido problemas de racismo o xenofobia en ese país; al menos no importantes.
¡Pero cuidado! La negación generalizada de un problema particular, junto a la inacción de unas instituciones que representan a amplios segmentos de la sociedad, puede crear un conflicto que no existía o agravar uno pequeño hasta extremos que nadie puede imaginar. Como ha sucedido con este caso de Vinicius.
Sé que otros extranjeros en España han tenido otras experiencias personales diferentes. Una amiga me contó que una compañera de trabajo le confesó, cuando se hicieron amigas, que no había querido relacionarse con ella porque era latinoamericana. Y no es mentira que, como extranjero, tienes que esforzarte el doble para que te traten igual que un nacional quien, a veces, algunos de ellos, creen que todos los venidos de América somos todos unos inútiles.
¿Podría decir por lo expuesto que existe xenofobia o racismo en España? Sí, pero como existe en cualquier otro país europeo o la propia Cuba. Y existe, incluso menos que en otros países donde la emigración es mayor. Pero extender esa experiencia a toda una nación es tan absurdo como decir que todos los cubanos bailan bien o que los colombianos son narcotraficantes.
Mi experiencia me demuestra que España es una nación abierta, comprensiva y disponible a aceptar cambios bruscos en poco tiempo. Es un país donde la gente hace vida social como ya quisieran otros países, sale de noche sin miedo excesivo a la delincuencia, y permite que personas como yo, con un acento diferente, pueda ayudar, desde una línea de atención al cliente, a nacionales a realizar trámites que deberían conocer. Quizás es que vine a trabajar, integrarme y respetar las leyes y normas que aquí se han trazado los españoles a lo largo de su convulsa historia.
El caso del fútbol es algo peculiar. Los estadios se han convertido en el refugio de los racistas y xenófobos. Me gustaría que, lo que ha pasado a Vinicius, centráramos dicha batalla en los salvajes que van al campo, no en toda la nación española. Pero lo cierto es que, si un ser humano llama mono a otro, por ser negro, es un racista, da igual si lo hace en su casa o un estadio de fútbol.
No puedo decir que España sea una sociedad racista. Pero los salvajes que van a un campo de fútbol a gritar su odio, dejan una imagen de lo contrario. El periodista Rubén Amón dice que los estadios de fútbol son el reflejo de la sociedad con 5 grados más de temperatura; y no quisiera creer que eso pueda ser cierto, Pero, si la Federación española de Fútbol no cierra un estadio cuando se insulta a los jugadores, y no actúa de manera fulminante contra actos de xenofobia o racismo, se nombra a toda España, no a los imbéciles que expulsan su mierda en el estadio. El fútbol no puede ser un espacio al margen de la ética del resto de la sociedad.