Snowfall. Bajo el influjo de Dostoievski

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blankNo pocas veces he comentado que una historia de ficción que sea capaz de hacer tambalear los principios morales que tenemos, tiene de entrada grandes posibilidades de ser una buena obra de arte. Obviamente existen otros elementos que debe cumplir, pero, si de entrada, te motiva a estar a favor de un personaje que puede ser ladrón, mala persona o hasta un asesino, ya tiene algo de valor en la caracterización de sus personajes; y que estos estén bien trazados, hasta ese punto, es una forma muy directa a que el resto de la estructura ficcional cumpla su cometido.

El ejemplo que suelo citar como modelo es Crimen y castigo, una novela monumental, donde Dostoievski nos presenta la historia de un asesino al cual, salvo que seas un total insensible, no podrás odiar; aunque repruebes su crimen.

El truco, desde el punto de vista creativo, es simple. Desde el principio presentar a un personaje muy cercano al lector, haciéndolo aparecer con una personalidad atractiva y hasta amable, y cuando menos lo esperas, ¡zás!, te meto un ramalazo haciendo que haga algo que para todos es reprobable.

Esta premisa inicia Snowfall. Una de las historias más extraordinarias de las que he podido disfrutar en mi incurable seriefilia.

Estamos en la década de los ochenta en Los Ángeles, en un entorno pobre, generalmente en barrios negros afectados por el ascenso del crack y su impacto en esa sociedad deprimida. Franklin Saint, un joven muy inteligente, es capaz de detectar la nueva fuente de ingreso que permite la droga, pero él quiere algo superior. No se conforma con ser un vendedor callejero más enfrentado al resto de pandilleros que luchan por las mismas esquinas para vender su producto. Franklin es un chaval modelo, quiere entrar a la universidad, no fuma, no bebe alcohol, ama a sus amigos, a su familia, tiene una inteligencia fuera de lo normal, y una visión sobre el futuro que lo hace ir mucho más allá que los simples dealers con los que negocia.

En su ascenso a ser el mayor importador de toda California, se encuentra con varios personajes que salpimientan este argumento más propio de una novela escrita en los 80 que de una serie del siglo XXI: Gustavo “Oso” Zapata, un experimentado luchador mexicano con una familia que alimentar; Teddy McDonald, un agente de la CIA con bula para traficar con armas y drogas en la lucha contra el comunismo en Centroamérica; y Lucía Villanueva, la ambiciosa hija del jefe de un cártel mexicano muy poderoso.

Poco se habla de esta maravillosa serie, cuyas virtudes desbordan su gran ambientación, la magnífica puesta en escena y una eficaz caracterización de los personajes, que hacen olvidar los supuestos cambios inesperados de ritmo que muchos le señalan.

La precipitación de algunas escenas que desentonan con la lentitud del tono general de la serie, de las que hablan sus críticos es, desde mi punto de vista, una de sus mayores virtudes. Snowfall no parece pretender que sólo te entretengas, sino también que te creas lo que ves; intenta convencerte de que las historias que vives como testigo, son reales, tanto como que podrías vivirlas tú mismo. Y para ello se vale del ritmo paciente de series como The Wire o algunos capítulos de Breaking Bad, donde lo importante es que paladees visualmente una escena porque si pierdes detalles te costará entender lo que más tarde te presentan.

Además de ese eficaz aliento de la puesta en pantalla de las series mencionadas, aquí da un giro, porque a las barriadas y el personaje negativo sugestivo, suma a políticos y espías. Se entrecruzan todos en el mismo argumento, con tramas complejas como la financiación de la guerra contra el comunismo en Centroamérica, las disputas raciales y la inmigración, y la lucha de un ser humano para luchar por sus objetivos saltando todos los obstáculos que se le ponen por delante.

Y todo esto se presenta sin dar sermones ni aleccionar porque los personajes son bien trabajados, ni buenos ni malos, simplemente seres humanos en una situación en la que tú y yo, quizás responderíamos de la misma manera. Y aquí está, creo yo, su mayor logro.

Lo importante, si nos empeñamos en contar lo que pasa en la serie, es lo que sucede con Franklin, un chaval en el que todos podríamos reconocernos, y hasta simpatizar con él, y cuya caracterización nos recuerda a Raskolnikov, un ser humano encantador, al que la fuerza de una obsesión convierte en un enloquecido fanático capaz de cualquier cosa por cumplir sus objetivos.

Pero cuando la serie se sumerge en los demás personajes, lo hace con igual energía, con semejante fuerza narrativa y argumental, y es difícil no comprender y aceptar sus motivos, por retorcidos o extraños que nos puedan parecer en la realidad. Porque todas esas motivaciones son poderosas, claras y muy bien argumentadas, y no dejan de lado el hecho obvio de que los humanos somos contradictorios por naturaleza. Cuando crees que sabes cómo va a actuar un personaje, un giro de guion te sorprende, y nos vemos llorando la muerte de un asesino u odiando a alguien bondadoso; y lo hacemos con la certeza de que los guionistas aprendieron a manipular nuestras emociones, para hacer giros de argumento sin que estas contradicciones de los personajes desencajen en su caracterización ni saltarse la verosimilitud.

Sólo como ejemplo de la locura que es la serie, te advierto que estés listo para vivir el surrealismo de un capítulo donde aparece un tigre. Te acordarás de mí cuando lo disfrutes.

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