Ficción y política. La desconfianza funcional

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Un tema que no es siempre agradable tratar sobre la creación literaria, tiene que ver con la relación del arte con la política. Es indudable que la política invade todo. Desde comprar una marca de ropa u otra, hasta presentarse a presidente de un gobierno, todo influye es parte de ese todo que es la política. Incluso para aquellos que, como yo, tratamos de mantener cierto alejamiento funcional de ella, nos vemos obligados a no ser impasibles ante situaciones, comentarios, posturas y hechos que nos incomodan, ofenden o afectan.

Aun así, no dejo de desconfiar de los maximalismos políticos, de las personas que ven la vida en blanco y negro, de la misma capacidad de la política para dar respuestas a todos los problemas humanos. Porque de la misma que, potencialmente, responde y resuelve problemas, hay otros donde es casi mejor que la política esté lejos, porque los agrava.

¿Y qué podemos hacer? Cada cual tiene su medicina. Yo me fío de la ficción. De la capacidad de una novela, un cuento, una película, de describir las emociones, lo que se siente ante esas “situaciones, comentarios, posturas y hechos que nos incomodan, ofenden o afectan.”

Pero ¿puede la ficción servir para cambiar el mundo? ¿Puede un libro, una novela, una película provocar un vuelco político o social que cambie, en verdad, el mundo?

Algunos recordarán que he aludido a un comentario de un grande las letras como Mario Vargas Llosa negando esta influencia. No existe poder revolucionario de la literatura, más o menos recuerdo que decía en aquella entrevista o artículo, porque no hay evidencias concretas de que un libro de ficción, una novela, pueda haber cambiado el curso de la historia. Y aquí suelo darle a razón. Yo creo que es cierto que la política no suele prestar atención a la literatura, a los libros en general.

Para afianzar esta hipótesis, que quizás es algo más que conjetura, escuché la entrevista que en France Culturele hicieron a otro grande de las letras, Paul Auster, que un francés francamente exquisito y pausado, expuso un tratado del alcance político y social de la literatura:

El libro, la novela, no cambia el mundo actual. Un libro no puede detener una bala de matar a alguien, una novela no puede evitar que una bomba caiga sobre una ciudad; un libro no puede alimentar un niño que apenas haya podido comer. No existen consecuencias evidentes al leer una novela, de crearla… [1]

Yo creo que esta afirmación no es rebatible, pero hay que matizarla. Voy a un ejemplo: La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stowe es un libro que, literariamente, ha envejecido mal; novela llena de estereotipos, personajes con muy pocos matices, alejados de la realidad, previsible hasta la saciedad. Pero hay algo que logra con mucha eficacia y es la ternura y la sensibilidad para acercarse a los problemas humanos, que lo han convertido en un clásico. ¿Un clásico de la ficción? No, un clásico de la Historia, porque provocó tal conmoción en la opinión pública de que muchos se atreven a considerarlo un catalizador del fin de la esclavitud en los Estados Unidos.

¿Fue el libro el que terminó la esclavitud? Obviamente no, pero la influencia de su lectura en las conciencias, su capacidad para hacer comprender emocionalmente algo que otros no aceptaban racionalmente, creó una conciencia colectiva contraria a la esclavitud.

¿Algún libro que no sea de ficción ha tenido tal impacto? Pensemos en Los diálogos socráticos, que muchos consideran la base de la filosofía; Imaginemos la fuerza de El origen de las especies, que es la raíz de la teoría más aceptada (para mí la única verdadera) que explica de dónde venimos como especie; pero sumemos El Capital, que creó un conjunto de leyes que dio origen a un sistema sociopolítico que marcó todo el siglo XX, y sigue marcando el XXI, ¿Qué tal La Biblia y el cristianismo?

¿Y en la ficción? Algunos me dirán que podemos asumir que un libro que no sea de ficción podría influir a la política, pero, ¿un libro de ficción? Eso es imposible. La ficción no puede cambiar el mundo, pero pensemos, ¿qué haríamos sin ella para describir y explicarnos el mundo político y social desde las emociones?

No es lo mismo leer en el periódico o ver en el telediario las cifras del impacto de la inmigración en una ciudad europea que ver como sobrevive Amadou en el filme belga L’envahisseur, del director Nicholas Provost. El encontronazo emocional de ser testigo del sufrimiento de una sola persona en la ficción, puede llegar a ser más impactante que la racionalización del sufrimiento de otras miles en la realidad. Ahí está la pujanza de la ficción, y dentro de ella, la literatura.

La novela 1984, de George Orwell, tiene una reflexión tan inquietante y eficaz sobre las sociedades autoritarias que ha abandonado la ficción y ha saltado a la realidad. Hoy en día conceptos como Big Brother (Gran hermano), Policía del Pensamiento, Neolengua y Doblepensar, marcan el discurso y la política de no pocas sociedades donde los populismos están ganando fuerza, hasta el punto de que la novela del escritor inglés se sitúa regularmente en las listas de los más vendidos, a lo largo de los años.

Pero mencionemos a La Jungla, la novela de Upton Sinclair, que, al parecer, suscitó códigos en la industria cárnica, que ni el mismo autor imaginó, con la salida de la “Ley de Inspección de la Carne”, de 1906, tras su reunión con el presidente Theodore Roosevelt. Algunos creen que ya esta ley venía en camino, pero lo que nadie duda es que la novela contribuyó a la conciencia social de dar un mejor bienestar a los animales destinados para el consumo.

Otro caso muy llamativo pasó con Las uvas de la ira, de John Steinbeck, cuya condena y quema pública no impidieron que cambiara la legislativa sobre los salarios y la normativa agrícola en los Estados Unidos. Ha sido tal el impacto de esta novela que cuando se habla de la Gran Depresión, del New Deal, de la pobreza del campo norteamericano de los años ‘20 y ‘30, la mayoría de las imágenes emocionales que se tienen de esa época, vienen de Las uvas de la ira, el libro, y el filme de John Ford, estrenado un año después de la publicación de la novela.

Y un ejemplo menos político, pero más social es el relato Canción de Navidad, de Charles Dickens. Lo que hoy llamamos “espíritu navideño” viene de este relato del escritor inglés, fue él quien le dio forma emocional a toda una tradición que se perdía en el tiempo describiendo como un insoportable avaro es capaz de convertirse en un gran benefactor gracias al amor. Y, ¿no es acaso la política una forma de administrar el entorno social?)

En la entrevista que previamente cité en France Culture dice también Paul Auster:

…pero sí hay otros beneficios y no niego esos otros beneficios que alimenta, en principio, nuestra hambre por las historias, y las grandes novelas, como os ha dicho Humberto Eco, eso es algo muy importante. Lo que sí hace la novela, y es algo a lo que me he dedicado toda mi vida, el acto de escribir novela es un acto político en sí mismo; no directamente, pero la novela es una forma de literatura bastante reciente que no habla de los héroes o de los reyes o de los grandes personajes sino, digamos, personajes ordinarios como tú y como yo, y se basa sobre una verdad que cada vida requiere tiempo para ser estudiada, incluso si la persona es un ladrón, un mentiroso o alguien que lucha por ser una persona con ética. Todo es interesante y la idea de que cada vida cuenta, que cada persona tiene una vida interesante tan válida como la mía, quiere decir que la novela te enseña, yo creo, te ofrece la ocasión de penetrar en el alma y la mente de los otros y eso nos vincula de una especie de humanidad en común. Esa es la grandeza de la literatura. [2]

Es un sacrilegio argumentar más, pero como no me asustan los pecados, agregaría yo que, quizás no existe “EL” libro que cambie o haya cambiado el mundo. Pero sí existen libros que han obligado a la política a intentar cambiarlo. La emoción que transmite un libro de ficción, el poder sugestivo de una historia que nos obliga a la reflexión, ha sido un motor de increíble fuerza en el cuestionamiento de las circunstancias necesarias para la felicidad y, por tanto, en la acción que se deriva hacia su búsqueda. ¿Qué te parece?

[1] «“On écrit pour dire d’autres sortes de vérités”, Paul Auster», s. f., n. min, 42:10, https://www.franceculture.fr/emissions/le-temps-des-ecrivains/ecrit-pour-dire-dautres-sortes-de-verites-paul-auster

[2] «“On écrit pour dire d’autres sortes de vérités”, Paul Auster», s. f., n. min, 42:10, https://www.franceculture.fr/emissions/le-temps-des-ecrivains/ecrit-pour-dire-dautres-sortes-de-verites-paul-auster

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