Mi amigo Rafa me envía un texto de Pérez Reverte (Un facha de siete años) sobre España donde cuenta la anécdota de un niño de siete años que entusiasmado por el fútbol se pone una camiseta con los colores de la bandera española y termina llorando en su cuarto porque le acusaron en la calle de ser facha.
Curioso porque en el mismo día viví una anécdota parecida. Cojo un tren hacia Atocha y quedo de pie al lado de una pareja, más o menos de mi edad, que están sentados justo a mi derecha. Veo que ella le señala a su novio haciendo un gesto con los labios hacia mi cintura y hace un gesto como de resignación contenida.
Intento descifrar su gesto: no le gusta mi nuevo pantalón de 11 euros del Carrefour, le molesta que mi Nokia se marque en el bolsillo o me hago una idea que no es. Entonces caigo: ha señalado la pulsera con los colores de la bandera española que tengo en mi mano y comprendo que su gesto que creí resignado, era de desaprobación.
Es sorprendente como cargamos de significados las cosas. Me pregunto si habría hecho el mismo gesto de desaprobación si hubiese visto a un jovencito con la famosa foto de Korda sobre el Che. Creo que no, o puede que sí pero soy injusto al juzgar porque a mí sí me molesta que la imagen de un asesino se pueda mostrar sin sonrojo.
¿Pero es igual llevar la camiseta del Che que la bandera española? Pues no. El Che representa una ideología asesina y aceptada socialmente, y no representa ningún país (o quizás de alguna manera siniestra representa a la dictadura cubana). La bandera española representa a todo un país, una democracia occidental, defectuosa en puntos concretos, carente de algunos principios sólidos de otras democracias occidentales, pero democracia al fin, y consolidada por lo que parece.
Si con algo habría que comparar el uso de la bandera española sería con la bandera cubana, a la que muy pocos cubanos, sean de la ideología que sean, ven con rechazo.
Podría yo odiar la bandera cubana; a fin de cuentas representa un país por el que siento cierta náusea natural y es un símbolo que veo en todas las manifestaciones que realiza el gobierno cubano contra algo, ya que siempre se manifiestan contra algo en Cuba. Y sin embargo, tengo en mi cuarto de trabajo, justo ahora donde escribo estas líneas, una bandera cubana y otra española junto a mí.
En cualquier caso me sorprende, como nos sorprende a muchos nuevos españoles, que la pareja no haya sido capaz ver un poco más allá de lo que les dicen que vean. Con su actitud de desaprobación no se dan cuenta que se pierden por caminos sinuosos que impiden apreciar las virtudes que yo, y muchos como yo, sí intentamos ver.
España es un gran país, con un clima espléndido y una cercanía entre personas que se extraña en el resto del mundo occidental. La pareja probablemente sea incapaz de comprender que al usar la bandera española, este negro agnóstico, caribeño y liberal no reivindica el franquismo, porque la bandera española no representa a la dictadura franquista como la cubana no representa a la dictadura cubana.
Al usar la bandera cubana niego que la dictadura cubana se apropie de un símbolo que también me representa a mí, y al usar la bandera española reivindico las virtudes de este gran país que es España, del que me siento tan cercano.
Reivindico mi derecho a expresar mi satisfacción y agradecimiento por España, al recibirme como uno más, darme la oportunidad de expresar lo que creo, de ejercer mi profesión sin censuras, sin represión, sin miedos ideológicos. Expreso mi cercanía a una nación que ha sabido salir sin venganzas de una dictadura, que ha logrado reunirse bajo la bandera del encuentro y no de la separación.
Espero que algún día esta pareja, como tantos otros españoles, sepan apreciar, sin partidismos ni bandazos ideológicos innecesarios y fratricidas, las virtudes del formidable país en que viven y que sí valoramos muchos agradecidos que venimos de fuera. No pueden permitirse abandonar lo logrado por la política de cualquier mal gobierno que, a fin de cuentas, siempre dejará paso a otros mejores.