Una de las cualidades más poderosas de una buena historia de ficción, lo que mejor hace que se mantenga en la mente de mucha gente, durante largo tiempo y que la puede convertir en eterna, es intentar trasladarnos un conflicto donde las dos o más partes enfrentadas de la historia, tengan la misma razón, o cuando menos, que se oculte la realidad de lo que sucede al espectador para obligarlo a no tomar parte en la lucha que se establece entre ambos. Así se hizo La duda.
En la peculiar carrera hacia los premios Oscar, en algunas categorías, de 2008 se coló esta película que nos instala frente a uno de los grandes temas universales: el chisme. El filme cuenta con excelentes interpretaciones que dejó cuatro nominaciones de actuación (quedaron en nominaciones) para Meryl Streep (eterna candidata a mejor actriz principal) y otras tres en papeles de reparto para Viola Davis (magistral en su pequeña aparición), Amy Adams (que borda su inocencia vacilante) y Phillip Seymour Hoffman (una vez más genial en su camaleónica actuación y meteórica carrera que lamentablemente quedó truncada por su afición a las drogas).
El argumento se centra en una incertidumbre que aqueja a los personajes y del que somos partícipes hasta los créditos: si un cura ha cometido, o no, abusos sexuales sobre un niño de un colegio religioso. Lo que sabemos sobre el tema es lo que vemos desde el punto de vista de uno de sus personajes –el que interpreta Amy Adams. Son sólo indicios pero que nos llevan a reflexionar, una llamada del cura al alumno del colegio que entra después en una crisis psicológica, una camiseta guardada por el cura en la taquilla del menor, el aliento a alcohol del muchacho, la atención prioritaria del cura hacia sus problemas. No hay certezas, sólo esa duda de que el niño podría estar siendo violado o, por el contrario, que los indicios nos juegan una mala pasada y estamos ante sospechas infundadas.
Lo mejor del argumento es el trazado de dos ideas que tienen la misma fuerza moral. No podemos saber si el cura es un violador o un difamado, y la cruzada que emprende contra él la monja excesivamente rigurosa e intolerante interpretada por Streep tiene nuestra aprobación de la misma forma que la defensa del cura contra los indicios que lo acusan de algo que asegura no haber cometido. Los que pretendan ver en La duda una película de buenos y malos que no pierdan el tiempo en ir al cine. Aquí los dos ejércitos enfrentados tienen los mismos argumentos morales: uno contra los abusos y el otro contra la difamación, ambas partes enfrentadas tienen la misma fuerza y capacidad de salir airosos pero a su vez las mismas debilidades para salir derrotados.
Se debe prestar atención especial a los silencios, los espacios reservados para que el espectador se mueva en la silla como si formara parte de esta guerra de la que apenas somos espectadores y que nos incomoda.
Esta película tiene esa extraña virtud de socavar nuestras más profundas creencias, nos hace reflexionar sobre la verdad y la mentira, la relatividad de los hechos, o mejor, de nuestra impresión sobre ellos, ya que los hechos existen independientes de nuestra voluntad, pero somos imperfectos, incapaces de saberlo todo sobre ellos. Nos deja una sensación de vacío por la certeza de que no estamos en posesión de la verdad cuando muchas veces creemos que estamos en el camino de haberla encontrado.
En nuestro mundo actual, que tanto se está especulando sobre la posibilidad de que desde las instituciones públicas de los grandes poderes del mundo puedan haber establecido un sistema parapolicial para espiar a los ciudadanos a través de la red, esta película puede darnos algunos elementos de obligada reflexión.
El contenido de la misa que ofrece el cura interpretado por Seymour Hoffman es bastante esclarecedor sobre esta película: una almohada que acuchillas en un tejado se convierte en una oleada imparable de plumas que llegan a todos sitios impulsados por el viento y que ya no pueden devolverse a su origen; esa es quizás la idea que planea sobre La duda. Crea una mentira y espárcela que algo quedará de ella en la mente de los que la escuchan.
En resumen, una excelente película que por azares extraños de los premios que se rigen por determinados lobbies y promociones ajenas al arte no estuvo incluida en la categoría como mejor película cuando reunía todo para serlo. ¡Muy recomendable!