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Cuando se estrenó la película Dunkerque volvió a primera plana cultural la polémica alrededor del formato en que se realiza y consume el arte audiovisual. Christopher Nolan, director contrario a la tecnología digital en cine, filmó en una combinación de dos formatos de celuloide, que permite al espectador, según él, una inmersión a su obra muy parecida a lo que se hace en el 3D gracias a ciertas formas y texturas que permite el celuloide (o método fotoquímico), y cuya experiencia, decía Nolan, se perdería si su filme se veía en pequeñas pantallas.
El cine, como la literatura, sufre esta absurda y pantagruélica polémica −aunque igualmente productiva− sobre la forma en que un creador concibe y realiza su obra, y cómo esta termina por ser entendida y asimilada por el consumidor.
Hay que decir que esto es cierto. No es exactamente la misma experiencia ver algunas películas en un cine IMAX o un video en casa, como no es lo mismo leer una novela en papel, sin acceso a enlaces o distracciones de pantalla.
De la misma forma no es lo mismo afrontar una historia para disfrutarla, no importa si emocional o reflexivamente, que para descifrar sus técnicas de realización o, incluso, para traducirla. Aquí, como en casi todo, depende de los objetivos y la subjetividad del consumidor.
Martin Scorsese se mostró intranquilo sobre la tecnología en el cine −quizás algo catastrofista− en el discurso del premio Princesa de Asturias:
Ahora que el cine se está devaluando continuamente, y al mismo tiempo la tecnología permite que cualquiera “haga una película”, ¿qué supone eso para los jóvenes? Es posible que necesiten expresarse en una película, pero ¿qué tipo de inspiración reciben? ¿Cuál será el resultado? ¿Se están erosionando los valores de nuestro mundo de tal forma que no podemos estar seguros de si están inspirados por el arte y por la verdad? ¿O simplemente por lo comercial? ¿A dónde van para conseguir esa valiosa inspiración?[1]
Otro director de cine, Rodrigo Cortés en La Cultureta, programa cultural de Onda Cero reflexionaba con algo de incomodidad lógica, sobre las diferencias de apreciación entre fondo y forma:
Cada vez más cuando hablamos de cine, hablamos de qué van las películas y juzgamos las películas por su verosimilitud psicológica o logística o porque nos interesa o no la historia, y eso hace que la forma vaya desapareciendo lentamente.[2]
Sobre si la forma condiciona la mirada del creador José Luis Garci comenta que los directores de cine actuales ya no miran de manera directa la escena real que recoge la cámara, como cuando se filma en celuloide, sino que están en un tráiler mirando el “combo” (Video Assist), usual en la tecnología digital, y que él considera como un “insulto para los camarógrafos”.[3]
También Carlos Saura durante la SEMINCI de 2018 se declaró “indignado” porque muchos jóvenes consumen cine en cualquier lugar y en cualquier formato.
Mi pregunta: ¿Es tan importante la forma, son tan fundamentales los aspectos técnicos como para que afecten de manera sustancial la manera en que creadores, espectadores y analistas abordamos el cine?
En la literatura existe igualmente el debate entre consumir un libro en formato físico o digital y cuyo abismo tecnológico, según mi punto de vista, no es tan grande como el que separa al mundo audiovisual; aunque, la hermana mayor del cine, ya tuvo su propio debate con el nacimiento de su pariente.
Nadie niega que hoy no se escribe como en las grandes y magníficas novelas decimonónicas. La fotografía, el vídeo, la masificación del turismo e Internet hacen que hoy casi cualquiera pueda ir a las cataratas del Niágara o a las pirámides de Egipto en Low Cost o con un clic de ratón. Por eso muchos escritores no intentan usar la descripción −y alguno hasta sería incapaz de hacerlo de forma eficaz− para trasladarnos a otros lugares y como tan magistralmente hizo Victor Hugo con el alcantarillado de París.
Y más: los lectores de hoy somos, como tendencia, más impacientes; no perdonamos una breve digresión, un alarde técnico o una mínima disquisición filosófica. No queremos un texto si no va directo al grano, o una introducción si no nos mete directamente en el meollo del conflicto; y en esto vienen avisando los neurocientíficos que, aunque divididos en sus opiniones, nos avisan de que Internet y las redes sociales nos han abocado a un presente de lecturas horizontales y un aumento de las distracciones que nos lleva también a un pensamiento acelerado y poco reflexivo.
Es indudable que la tecnología afecta nuestro entorno. ¿Cómo no iba a cambiar la manera en que hacemos y consumimos el arte? Lo siguiente sería preguntarnos si esto tiene algún valor para el lector-espectador promedio o si la experiencia es tan intensa que cambia nuestra percepción emocional, en función del formato, la luz, el movimiento de la cámara y otros aspectos formales.
José Luis Garci, en cine, se rebela contra la forma. “Ha cambiado el soporte, pero las historias son historias. Lo veas donde lo veas te tienen que emocionar, hacer reír, asustar y lo de menos es el soporte”.[4]
Estoy con Garci. Cada historia, sea en cine o literatura, tiene su propia forma de ser contada, sea mejor o peor. Un creador debería ser capaz de saber agarrar los aspectos técnicos para conducir al lector-espectador de la manera que mejor le convenga hacia el objetivo que se ha propuesto, y, además, que ese lector-espectador no note que lo manipula, o cuando menos, que no sea consciente de las herramientas que se usan para hacerlo.
Lo que debería preocuparnos como creadores es si somos capaces de usar estos aspectos formales para organizar una historia que emociona, provoca terror, llanto, risa, o decenas de otras emociones que podamos escoger, hace reflexionar, o incluso si provoca rechazo emocional. Luego es verdaderamente secundario si hay un grupo de lectores que disfrutan con la caracterización de los personajes, el uso de las oraciones cortas o largas en la creación de una atmósfera ficcional o los eficaces movimientos de cámara para que sintamos terror o ansiedad.
En el documental Side by Side(2012), de Christopher Kenneally, que muy bien describe la “invasión” de la tecnología digital en la realización cinematográfica, David Lynch hace una reflexión con pregunta final que a todos nos debería alertar:
Cuando éramos niños todos hemos tenido una hoja de papel y un lápiz, pero ¿cuántas grandes historias han sido escritas en ese pedazo de papel? Ahora sucederá lo mismo en el cine.
Creo que por ahí va la idea fundamental.
[1] Martin Scorsese, en: El País, «Lo notable del cine para mí es que siempre es el presente», El País, 20 de octubre de 2018, sec. Cultura, disponible en: https://elpais.com/cultura/2018/10/19/actualidad/1539980551_720645.html.
[2] Rodrigo Cortés, en: «La Cultureta 3×17: La importancia del estilo en la dirección de cine», ondacero.es, accedido 10 de noviembre de 2018, Minuto: 39:54. Disponible en: https://www.ondacero.es/programas/mas-de-uno/la-cultureta/audios-podcast/la-cultureta-3×17-la-importancia-del-estilo-en-la-direccion-de-cine_201701075870995d0cf211d2aa171e8e.html.
[3] José Luis Garci, en: Cowboys de Medianoche: El futuro del cine. Minuto 54:28 https://esradio.libertaddigital.com/fonoteca/2018-09-14/cowboys-de-medianoche-mas-libros-de-cine-128277.html
[4] José Luis Garci, en: Cowboys de Medianoche: El futuro del cine. Minuto 24:10 https://esradio.libertaddigital.com/fonoteca/2018-10-26/cowboys-de-medianoche-el-futuro-del-cine-129580.html