No pocos pensadores razonan el desarrollo del individuo en la sociedad como una especie de ritmo triádico con fases bien definidas y evidenciadas aunque no aplicables a todos los integrantes de la humanidad. Desde la antigüedad la base del planteamiento es el mismo, considerar una primera fase plena de inocencia, momento de la niñez cargado de inexperiencia, con el candor como esencia y la ausencia de responsabilidad. Esta responsabilidad llega en la segunda etapa, dominada por la sociedad, donde aparecen la culpa, el reconocimiento de bondad y maldad, las normas sociales, la moralidad, la religión, los ideales y, ya justo al final de ella, una desesperación que obliga a saltar a una tercera etapa dominada por el espíritu, de superación de toda responsabilidad y búsqueda de la inocencia perdida y que conlleva finalmente a la fe; pero no a la fe religiosa o mística sino una más amplia en el pensamiento, el arte o la esencia espiritual del hombre.Pero este ideal está vedado para el común de los mortales pues el grueso de la humanidad no vive todas las etapas. Casi todos quedan en la segunda y jamás alcanzan a sentir la necesaria desesperación para conseguir esta especie de tercer reino dominado por el espíritu. Otros sienten este pesimismo, pero no saltan pues lo enfrentan todo con humor.
Entendido así debemos considerar el arte como una forma de desesperación y, por tanto, de salto al tercer reino; intento de crear un nuevo mundo, ya sea por imitación, enajenación o hipérbole, inexistente en la realidad cotidiana. El arte es pues, por principio y como tendencia, un cuestionamiento de la realidad –muchas veces social, aunque no únicamente– y no tiene cabida junto al poder que es por tradición, conservador y estático aunque se revista a sí mismo de supuestos afanes de revolución.
Sócrates es considerado el artista –podemos llamarle así– o pensador más libre de la historia. Aunque respetuoso de las leyes quiso mantener, y lo logró, la independencia frente al poder y el alejamiento de la política, aunque esto último ya era bastante difícil de mantener para él o para cualquiera. Su muerte, aunque muchos la consideran innecesaria, es la consecución de sus postulados de libertad.
Sin embargo su discípulo Platón ya no supo mantener esta distancia y sirvió de preceptor y consejero al tirano Dionisio II de Siracusa si bien luego se desilusionó y se alejó de la política. Pero a partir de entonces podemos presentar una lista interminable de artistas, pensadores etc, que han coqueteado con el poder.
¿Cómo llega la humanidad a dejar atrás las enseñanzas de Sócrates y la triste experiencia de Platón con Dionisio II, Cicerón con César o Séneca con Nerón, de manera que el arte sigue coqueteando y hasta reafirmando los preceptos de quien detenta el poder, especialmente de forma totalitaria?
No es posible dar respuestas concretas, sobre todo porque los seres humanos somos diferentes y, en gran parte, asumimos y defendemos las ideas que mejor nos parecen aunque muchos las crean erradas. Así, por convicción, un artista de indiscutible talento como Antonio Gades ha sido enterrado con todos los honores en el panteón de los héroes de la revolución de Cuba, a cuyo gobierno defendió y le ofreció sus servicios, ya no como artista sino como simple miliciano para defender un régimen en el cual creía.
Es cierto, por desgracia. En alguna entrevista Gades dijo que Cuba “ratificaba sus ideales”. No es posible creer lo contrario en un hombre sincero, pero obnubilado por sus creencias comunistas. A pesar de ello sorprende su agnosticismo pregonado a los cuatro vientos, que más que una posición filosófica parecía una enfermedad conocida como ceguera, aunque en su caso, cerebral. De cualquier forma hay una frase, no sé si cubana, que describe muy bien a este personaje:
“Cuando alguien tiene veinte años y no es comunista es porque no tiene corazón, pero si pasa de los cuarenta y lo sigue siendo es porque no tiene cerebro”. Con perdón de los votantes ibéricos de Izquierda Unida.
De todas formas es necesario guardar respeto por quien defiende las ideas en las que verdaderamente cree por muy erradas que éstas sean, siempre que no afecte con su defensa a los demás seres humanos. Aunque no es digno de admirar quien apoya a un régimen que ya rebasa los 10 000 desaparecidos y que somete la voluntad de un pueblo con represión y miedo. Más vergonzoso aún es que haya quien defienda un sistema dictatorial o se arrima a un tirano por oportunismo.
Cualquiera que haya podido escuchar con asiduidad las canciones de Silvio Rodríguez, que haya reparado en sus letras –incluidas las últimas, que conozca su biografía, sabe que este cantautor no está ni puede estar de acuerdo con un régimen totalitario. Por algún tiempo fue un crítico indiscutible de la dictadura comunista cubana, y luego su posición degeneró a una ambivalencia que trataba de ocultar sus verdaderas ideas. Sin embargo, el propio régimen se ha encargado de destrozar esta ambigüedad y hoy sorprende ver al poeta que escribió que no lo iban a callar defendiendo a capa y espada la detención de opositores pacíficos y, ya el colmo, el fusilamiento de tres delincuentes comunes cuyo máximo delito ha sido intentar la fuga de un régimen explotador. Se puede aventurar aunque no es justificable la delincuencia bajo ninguna circunstancia, que estos tres mártires probablemente no hubiesen quebrantado las leyes en un sistema dónde se respetase la libertad individual del ser humano.
Pero Silvio Rodríguez no es especie única ni en período de extinción. Cuba está plagada de ellos, desde un simple músico de provincias convertido en director de un centro cultural para forzarlo al silencio con prebendas hasta un reconocido escritor que se niega a premiar una novela crítica con el sistema cubano porque podía afectar su condición de diputado a la Asamblea Nacional y, por tanto, su cercanía al líder dictatorial.
Pero el oportunismo es aún más inexplicable cuando viene de hombres que son libres en sus sociedades. A los cubanos de la isla siempre los pueden someter por la fuerza de la represión, pero ¿quién puede someter a ese Falstaff sin gracia que es Gabriel García Márquez y cuyos gustos estéticos han quedado tan depauperados para apreciar a la vez a Fidel Castro y Shakira? Este Gabo sin garbo ni siquiera cree en el comunismo, simplemente se siente seducido por como se ejerce el poder. Su merecida fama como autor de una gran novela, alguna buena y un montón de hojarasca, no es suficiente para él. Necesita ser reconocido mundialmente como el amigo de Fidel Castro y lo seguiría haciendo si el coma-andante fuera de derechas, izquierdas o ambidextro. Lástima que las neuronas que alcanzaron a darle su prestigio no sirvan para hacerlo comprender que su macabra seducción por el poder debería ser secundaria ante el sufrimiento de toda una nación.
La otra cara de este oportunismo está no en admirar el poder sino las consecuencias de su despolítica. Quizás sea este el resultado del libro Donde las diablas bailan bolero de Angel Antonio Herrera y editado por Calambur. Poemario que pretende recrear el mundo habanero pero sin salirse de ciertos tópicos vergonzosos para un artista.
Angel Antonio Herrera es periodista en España. Colaborador de la revista Interviú y algún que otro sitio de prensa sensacionalista mal llamada “del corazón”, aunque también se le ha visto en el mundo televisivo del seudofamoseo. Llaman la atención sus incursiones más o menos decorosas en la poesía, algo bastante raro en quien llena su plato de frijoles gracias a los famosillos sin talento y provocadores de infarto de esta prensa del corazón.
En una entrevista en la cadena Onda Cero, a propósito de Donde las diablas… Angel Antonio Herrera reconoce que su libro no es sobre Cuba sino sobre La Habana pues apenas alcanza a conocer ningún otro sitio que La Habana. Sin embargo no parece que hablemos de La Habana profunda. Su centro de atención es La Habana como mundo físico-sensorial, con la noche como protagonista de un mundo de excesos, La Habana como parte del Caribe, con su fama de clima caliente, con su mezcla explosiva de ron y sexo desenfrenado, con “su carga estupefaciente, su gente, todos aquellos transeúntes del lado salvaje de la vida”, como el mismo reconoce.
No cuestionamos la libertad de cada quien para escribir sobre los temas que se les antoje. Cualquier escritor serio mandaría a la mierda quien se atreviera a decirle sobre lo que debe escribir. Lo realmente vergonzoso es que a una pregunta de la periodista sobre un posible cuestionamiento político en su libro, el autor dijo no estar interesado en temas políticos, que su libro se interesaba por La Habana ya mencionada.
Aquí hay algo que les debe sonar demasiado a los cubanos. Alguien que va a disfrutar de la Cuba superficial, la pachanguera y salsera, que se vende en las guías turísticas con imágenes de espectaculares mulatas bebiendo cubalibres entre cocoteros y un puro a manera de falo entre los dientes. La Cuba de los hoteles estrellados –con la ambigüedad que el término conlleva– de las discotecas, bares y centros nocturnos presentados como culturales aunque concebidos casi exclusivamente para ligar con extranjeros.
Hay algo raro. ¿Qué pasaría si Angel Antonio Herrera viviera en pleno franquismo y cualquier cubano fuese a España a ver corridas de toros –que no tiene la misma carga simbólica pues la tauromaquia en España y la prostitución en Cuba no tienen patrones proporcionales de necesidad y placer– e hiciera declaraciones semejantes a las suyas cuando le preguntaran por la dictadura de Franco? No creo que le sentaran muy bien. Probablemente pensaría que un artista serio no debería ser cómplice de la dictadura fascista, por aparentar indiferencia política.
Lo realmente impresionante es que Angel Antonio Herrera, que es periodista, se quede en esa superficie, que no rasgue con la agudeza propia de la profesión que exhibe la historia detrás de cada prostituta, de cada delincuente, de cada madre, hija o ciudadano cubano. Que no sea capaz de intentar saber cómo se sobrevive en la isla con 8 dólares al mes, cómo puede el pueblo sencillo añorar el exilio como solución hasta el punto de arriesgarse 90 millas mar adentro, qué se esconde detrás de la estoica sonrisa y la pragmática amabilidad del cubano, cómo vive y hace su trabajo un colega suyo en la prensa o la televisión –toda oficialista–, qué pasa con los poetas que se atreven a escribir libros con títulos subversivos como Fuera de Juego o Siete contra Tebas, qué suerte corren los homosexuales que no esconden su tendencia sexual y sus opiniones políticas, cuáles son los verdaderos motivos de cada uno de los miles de manifestantes que se reúnen cada vez que son convocados a la fuerza por el gobierno, adónde va a parar el dinero que recibe el gobierno cubano por las remesas del extranjero y el turismo de quienes como él, que viven y gozan de los beneficios de la democracia, dejan sus euros fáciles en la isla. Eso es lo realmente intolerable.
Por supuesto que no es presumible culpar ahora a él o al resto de los turistas extranjeros que visitan la isla de que en Cuba haya una dictadura comunista. Siempre ha quedado claro que la culpa de lo que pasa en Cuba es única y exclusiva de los cubanos, que siendo antes tan irresponsablemente rebeldes e intolerantes hoy son irreconociblemente dóciles y conformistas. Si cada cubano, en la esfera que le corresponde asume la defensa de la libertad de su ser individual y afianza las riendas de su propio destino, el régimen cubano tendría que presentar abiertamente su carácter opresivo o asumir su derrota.
Pero la barrera del miedo que contiene a los cubanos a tomar esta actitud no debería hacer mirar a otro lado a quien conoce la democracia y sus beneficios. Cuando menos se puede hasta compadecer –intolerable por demás– a los cubanos por haber elegido mal y hoy sufrir las consecuencias. Lo que no se puede entender es que todavía haya personas que, escudados tras la apariencia de ayudar al pueblo sencillo y trabajador o amparados por un supuesto apoliticismo, respalden, consientan o sean indiferentes ante un sistema errático y opresivo concebido por una dictadura totalitaria basada en la veneración absurda a los dictados lunáticos de un ambicioso de poder.
No es cuestionable la poesía inspirada en la Cuba superficial –que no deja de ser Cuba también. La poesía, como el resto de las artes, es, y tiene que ser, libre y no tiene una obligación moral ante nada ni ante nadie. Lo criticable es la indiferencia ante el sufrimiento de una nación porque supuestamente no se tiene postura política frente a una dictadura.
Quizás el origen de esta postura de Angel Antonio Herrera está en una especie de entrevista o cara a cara electrónico ante la pregunta de alguien de su público.
Pregunta: Sé realista: ¿pelas (léase dinero) o ideales?
Respuesta: Las dos cosas.
No estamos contra ese razonamiento. Lo triste es que las pelas hagan olvidar los ideales de manera que al final se admire a Sócrates de lejos, como si fuera un viejito pasado de moda y se dejen sus enseñanzas a un lado para asumir la postura oportunista de Silvio Rodríguez.