Si quieres escuchar el podcast:

He vuelto a vivirlo, me ha vuelto a escocer en la piel aquella idea que tanto me acosaba en la isla de dónde vengo de que vivir es duro. Me ha pasado emocionalmente, viendo una serie, una ficción, pero ¿quién dijo que la ficción es sólo para divertirse? También existe para volarnos las neuronas, obligarnos a pensar en argumentos impensables, hacernos dudar de nuestras verdades más profundas, para decirnos que la vida puede ser dura.
La vida esa extraña estancia, un caos absurdo donde un equilibrio vital nos permite interactuar con otros equilibrios entre dos nulidades. Nada había antes, nada habrá después, al menos como experiencia personal.
Estamos apenas unas vacaciones veraniegas de…, digamos… cien años, como mucho, donde todo se reduce a subsistir, intentar mantener algunas pocas certezas como no morir (al menos no tan pronto), comer lo mejor posible (en algunos lo más que se pueda), tener sexo para no volvernos locos destrozados por la mala leche y alguna cosa más, que no a todos son comunes: desde leer, pintar, hacer música o escribir, hasta hacer deportes de riesgo, ir a discotecas o hacer labores manuales como la carpintería o el origami.
Por eso a veces es tentador volver a la nada, dejarse vencer porque no siempre comer, vivir y follar (aquí escoger el verbo que más os guste para unir penes con vaginas, o vaginas con vaginas, o penes con penes, y cualquier otra variante que se os ocurra). Como sea, todo ello no es fácil. Porque no siempre podemos descansar tras franquear el domingo de esa semana que es la vida; pasarlo bien, tener todo lo necesario para no pensar más que en otras cosas que no sea retrasar el momento de volver a la nada.
Vivir no es fácil, pero morir…
Y uso el pretexto para decirte que busques una serie poco comprendida –aunque magnífica– que se titula Carnivale, esa que me ha hecho recordar la frase cubana: no es fácil. En un capítulo, John, el protagonista –por llamarle de algún modo– quiere rescatar a una amiga en poder de unos fanáticos religiosos subyugados por un predicador poseído por el demonio. Los amigos le advierten que no saldrá con vida, pero él quiere entrar de todas maneras, aunque en ello le vaya la vida.
Uno de los amigos se enfurece y le pregunta por qué ese absurdo concepto de querer morir por una causa como otros mártires de la historia donde incluye a Jesús y San Juan Bautista.
–Ellos hicieron lo que tenían que hacer –responde John.
–Tonterías –insiste el amigo–. ¿Crees que Jesús tuvo que morir para justificarse? Si cuando le dijeron: «Baja de la cruz» ¿Jesús hubiera bajado y les hubiera escupido en la cara? ¿Habría pasado algo malo?
–Es la tontería más grande que he oído en mi vida –rebate John.
–¡No, no lo es! La tontería más grande es morir cuando no toca. Morir, sólo porque no eres bueno para vivir.
–¡Eso no es verdad!
– Es verdad y lo sabes. Y te diré otra verdad. En esta vida la muerte es el camino más fácil.
Sí, es verdad, vivir es duro, pero es lo más enriquecedor. Morir es con seguridad el camino más sencillo, porque implica dejar todo detrás, abandonar la ciudad de una vez para llegar a otro sitio que, si eres cristiano, tampoco alcanzarás si lo haces a voluntad.
Pero no soy cristiano, ni siquiera tengo religión, ni me importa si existe Dios ni me preocupa tener o no tener religión. Soy inconforme, testarudo, incapaz de creer que existe un destino trazado, porque yo soy mi destino, porque yo decido mi ciudad, y cómo pasar este domingo, y con quién comer, y con quien follar, y con quién ser feliz por más que me haga infeliz. Yo soy mi mano derecha y mi mano izquierda, y mi director de orquesta, y mi propio capataz, y soy mi propio Jesús, y mi propio Dios. Sí, soy Dios, el mío, el que decide adónde voy y donde me quedo.
Vivir es duro. Y quizás lo digo como pretexto para que busques a Albert Camus cuando escribió en El mito de Sísifo:
No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación.[1]
Vivir es duro, pero es, con mucho, más interesante. Porque es donde escojo, donde decido, donde puedo hacer algo que los demás valoren o destrocen, pero lo hago, lo dispongo, lo fabrico, lo arbitro. Vivimos en un mundo caótico, incómodo, desigual, pero lo fue así hace cien años y mil, y un millón de años, y quizás lo será por otra buena cantidad de años, y espero que cada vez menos. Y tampoco importa.
Vivir es duro, es difícil, pero es lo más apasionante.
-.-.-.-
[1] Albert Camus. El mito de Sísifo, (Trad. Luis Echávarri). Alianza Editorial, Madrid, 1981, p. 15.
Escribí en el buscador, como no morir en el camino, por frustraciones, por agobio, porque es más fácil, porque ya basta, y con mis 20 uñas en cada paso, agarrándome de todo p no salirme del camino, y llegó a ti y te leo y me digo, mmmm no lo vi de ese modo, yo guio mi barco yo me guío, yo decido, yo ! Gracias cambiaste mi enfoque de mi vida.