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No puedo hablar de este libro sin hablar de la mente humana. Más concretamente, de esa extraña conexión que se establece por la llamada Inteligencia generadora, es decir, la capacidad de establecer vínculos lógicos entre dos o más elementos, que no tienen entre sí ninguna semejanza evidente. Este proceso neuronal lo expone José Antonio Marina como la capacidad del cerebro de «sintetizar elementos incoherentes y responder a ellos con una emoción.»[1]
Seguramente te ha pasado, si eres creador de ficción, estar obsesionado con un problema que no sabes cómo resolver y que la solución llega de la forma más inusual e inesperada, y con la situación menos cercana al problema creativo que tienes. Con gran habilidad José Antonio Marina utiliza un verso de Lautréamont que es perfecto como ejemplo: «Tan hermoso como el encuentro casual de un paraguas y una máquina de coser sobre la mesa de un quirófano».
Me ha sucedido muchas veces. Una de ellas; cuando decidí escribir El último secreto de Hermann Hesse, me encontré con varios obstáculos, que por entonces parecían insalvables: escribir desde Latinoamérica sobre un célebre escritor alemán, ganador del Nóbel de literatura y con muy escaso acceso (en Cuba, desde comenzaba a escribirla) a la gran mayoría de los libros de investigación, memorias, diarios o cartas del autor alemán.
Sin embargo, si eres creativo en cualquier esfera del arte comprenderás esto: cuando una idea te invade no te suelta hasta que no la ejecutas.
De ahí surgió El último secreto de Hermann Hesse, esta novela que me ha ganado elogios y lectores más allá de lo que pensaba cuando la escribía, porque no es una novela concebida a ser popular y, sin embargo, lo ha conseguido por su cuenta, lo cual deja otras interesantes reflexiones sobre los objetivos del autor y la libertad de los libros que escribe. Pero eso nos alejaría de lo que quiero exponer.
Mientras creaba a mi personaje Hermann Hesse leí montones de sus cartas, diarios, algunas biografías y reseñas, y gracias a todo ellos pude llegar a intuir (y este verbo es fundamental) la compleja vida que tuvo el autor de Siddhartha. Y muy en especial, dentro de esa accidentada maraña, su relación con las mujeres.
Hermann Hesse pasó por el matrimonio tres veces: en 1904 con Mia Bernoulli, en 1924 con Ruth Wenger y en 1931 con Ninon Dolbin-Ausländer, aunque con esta última vivió en concubinato desde 1927. Tuvo otros escarceos no confirmados y deducibles en toda la información que existe sobre él o escrita por él mismo; escarceos que no siempre fueron con el sexo opuesto.
En cualquier caso, uno puede llegar a descubrir que Hesse entregó su vida a la creación literaria, fuera de ella apenas se tomó con entusiasmo muy pocas ocupaciones; quizás algo que hizo con parecido fervor fue la ayuda a sus compatriotas en la Primera Guerra Mundial y los esfuerzos por favorecer el acogimiento de judíos durante la Segunda.
Esta dedicación no la tuvo con casi nada, tampoco con las mujeres de las que se rodeó que, en los tres casos, tuvieron un papel fundamental en organizar las tareas del hogar y la agenda del escritor, de forma que él pudiera dedicarse únicamente a las labores creativas. Pero esto, que ya es evidencia, yo sólo la pude intuir cuando preparaba mi novela.
Insisto con lo del verbo “Intuir”. Yo no “sabía” a ciencia cierta estos datos, tuve que entresacarlos de la bibliografía que existía en el momento en que se gestaba mi novela por allá por el año 2000 o 2001 sin Internet, sin redes sociales, sin acceso online a bibliotecas y en un país atrasado y alejado de todo vínculo coherente con el extranjero, donde estos adelantos ni siquiera se soñaban por entonces.
Por eso este libro de Bärbel Reetz, Las mujeres de Hesse, es tan importante para mí al descubrirlo casi 20 años después. Confirma todo lo que pude deducir de la información a la que tuve acceso. Pero lo es más aún, por arrojar luz sobre una cuestión que, dada la actualidad del tema, permite indagar sobre las grandes mujeres que estaban detrás de los grandes hombres.
Escribir un libro como Las mujeres de Hesse, no es sencillo. Por lo general se necesita leer un cúmulo inmenso de bibliografía y entresacar el oro que reluce dentro de toda la hojarasca que las personas producimos en nuestra vida diaria en relación con los demás. Y luego es, aún más difícil, escribir un texto potable que escape del tono académico que tienen la mayoría de los estudios que se producen en el ámbito investigativo.
Tengo que reconocerlo, si a mí me costó escoger hechos para hacer una novela con un cuarto o, quizás, menos de toda la bibliografía existente, para Bärbel Reetz, la autora de este interesante y completo volumen, debió ser muchísimo más difícil documentar este libro, y no siempre con información sencilla.
Como he plasmado antes en Cómo se escribe una novela el género epistolar no es precisamente el más fiable, en cuanto a transmitir la verdad se refiere. Aparentemente uno escribe sólo para quien recibe las cartas que dirige, pero el carácter subjetivo se acrecienta en ellas. Hay pocas cosas más personales que una carta, quizás el diario, pero en el ámbito literario, un diario se escribe para la posteridad; una carta, no siempre.
Por tanto, Reetz tuvo que realizar un trabajo inmenso de búsqueda de datos y luego escribió Las mujeres de Hesse con una frescura casi insultante, que acerca su libro más a una novela que al ensayo. Su acercamiento tiene la gran virtud de ponernos delante a tres mujeres, que, en el ámbito que les tocó vivir, cumplieron una función, nada sencilla: soportar el carácter voluble de un creador poco estable emocionalmente; pero no sólo esto.
Mia, Ruth y Ninon organizaron, en tres etapas diferentes, la vida cotidiana del escritor Herman Hesse, atendían las tareas del hogar, prestaban atención a los hijos, ajustaban la agenda del escritor, organizaban la correspondencia y varias labores más que pudieran impedir la labor creativa del autor de El juego de abalorios.
De acuerdo, hoy es menos probable que esto suceda, depende del país y las circunstancias, pero en la primera mitad del siglo XX esta era la norma mayoritaria. Las relaciones humanas intergéneros con el varón proveedor y la mujer administradora ha sido más o menos preponderante durante siglos, y plasmar este hecho no significa ni aprobar ni criticar esa dependencia, es simplemente constatar un hecho.
Muchas mujeres han abandonado su vida profesional para dedicarse a sus maridos y sus hijos; fue costumbre en el siglo XX, y, aún sucede, en muchos países del siglo XXI. Y Hesse, como otros grandes creadores, son producto de esa época y está marcado por este maridaje entre géneros. Su relación con el resto de las personas está fuertemente marcada por el tiempo que le tocó vivir y por los obstáculos y virtudes de su propia creatividad.
El gran valor de este libro es rescatar a tres de esas mujeres que estuvieron detrás de un hombre célebre. Como se plasma en el propio libro son tres perfiles de mujeres muy distintas que coinciden en la dedicación a un excelente escritor cuya inconstancia emocional y conflictos psíquicos, no le impidió atender a la creación literaria, pero dejó de lado sus labores familiares y los intereses de sus parejas.
Y lo que es más difícil, lo hace sin caer en el absurdo enjuiciamiento del pasado desde nuestra visión presente. Es muy cómodo, desde nuestro sillón frente a Netflix, alzar como jueces el dedo sobre hechos que eran norma hace 50, 100 o mil años. Bärbel Reetz en Las mujeres de Hesse, logra algo que parece imposible: rescatar a las mujeres sin destrozar al escritor, pero sí desenmascarando al hombre, que es una labor de objetividad, que hoy en día, en el siglo XXI, muy pocos pueden hacer.
[1] Marina José Antonio Pombo Álvaro. La Creatividad Literaria. 1ª ed. Barcelona: Ariel; 2013.