Loving Annabelle. El verdadero viaje de descubrimiento

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blankEs casi seguro que no seré imparcial al hablar de esta película. Me gusta el cine, y puedo disfrutar tanto de un nuevo estreno de Batman –sabiendo que nada nuevo voy a aprender de ella– como de una película estéticamente intrincada (y malograda) al estilo de El árbol de la vida, de las que a muchas veces espero tanto que a veces terminan por decepcionarme.

Pero soy un incondicional del cine de acción emotiva, de las películas donde me vea obligado a poner a funcionar mi cerebro, o donde la historia que cuentan me enfrente a problemas morales o éticos para los cuales no estoy socialmente –al menos, no del todo– preparado.

Loving Anabelle es de esas películas de las que, en principio, no esperas nada del otro mundo, quizás que cumpla con estar a la altura de lo que promete y no se pierda en retruécanos ideologizantes sobre la superioridad de ser superior por tener –o escoger– un modo de vida; en este caso una opción sexual.

Al final, sin ser indispensable como se presenta en su cartel, logra lo que promete, enseñarnos un caso de intolerancia ante una historia de amor entre dos mujeres, una historia difícil porque es además entre una profesora y su alumna, con un triángulo social (que no amoroso) donde el otro vórtice es la hermana monja de esta profesora muy adelantada para el círculo donde trabaja.

Incomoda, y mucho en verdad, el trillado argumento donde la belleza, la bondad y la tolerancia están ejemplificados en una parte del conflicto, mientras la otra arrastra todo lo malo que existe en el mundo. Para solucionarlo hubiera sido tan simple como hacer que esta monja se debata internamente entre su amor a Dios y el amor a su hermana; en la vida real puede ser esquemático, pero en una película, que pretende ser una obra de arte hubiese merecido algo más de cuidado.

Sin embargo, merece la pena regodearse en su historia, acercarse a la moraleja (no sé si del todo lograda) de que: “El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con otros ojos”, que dijo Marcel Proust, y donde se nos intenta enseñar a comprender aquello para lo que no estamos del todo preparados, se nos invita a abrir los ojos para mirar de frente otra realidad que no es la nuestra.

Donde no yerra es en argumentar el amor como una asignatura espinosa, y no solo el amor carnal sino todo acto de amar al prójimo, incluso hasta la insana pretensión de extender sus consecuencias hacia los demás, de creernos que nuestro amor hacia el otro es suficiente para saber qué es lo más conveniente para él.

Quizás por eso cierra con la frase de Rainer Maria Rilke:

“También es bueno amar, pues el amor es cosa difícil. El amor de un ser humano hacia otro: esto es quizás lo más difícil que nos haya sido encomendado. Lo último, la prueba suprema, la tarea final, ante la cual todas las demás tareas no son sino preparación.”

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