Con un título como el que tiene, Mamut es una película que los amantes del cine de acción emotiva sobre la física, jamás nos sentaríamos a ver. Pero luego, cuando nos percatamos que no trata de monstruos traídos del pleistoceno en un alarde ficcional de ciencia con manipulación genética, y que el actor principal (por decir algo) es Gael García Bernal, que no se presta a proyectos de cine de entretenimiento fácil, ya prestamos un poquito de atención a su sinopsis.
Pues debo decir que me sorprendió. Esta especie de panorama de la vida de varias personas y sus relaciones familiares, y más concreto con sus hijos, me hace todavía palpitar de emoción.
Las vidas que nos presenta Mamut son nuestras propias vidas, con los retruécanos y argumentos que debemos inventarnos para vivir, para mantener a nuestros hijos, para prepararlos en este mundo donde todos hacemos lo que sea menester por mantenerlos. Unos se alejan de ellos para poder darles un futuro, otros se prostituyen buscando en el sexo aquel caballero montado en el caballo blanco que Pretty Woman les dijo que buscaran, otros lo tienen todo pero se desviven por vidas ajenas porque creen que sus problemas son los argumentos que mueven el mundo.
Me pregunto si Mamut es una parábola de lo que imitamos los humanos al comportamiento de un animal que no conocimos pero sabemos –o eso nos han dicho– cuidaban a sus crías casi hasta la extenuación. Como los elefantes actuales, quizás el Mamut tenía esa misión de ser implacable con el cuidado sus crías, de atreverse a todo por ellas.
Sólo espero que seamos capaces de sobrevivir a la extinción.