Mario Vargas Llosa. El discurso más valiente

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 “La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.” Mario Vargas Llosa

blankSi alguna vez tuviera que hincar la rodilla para demostrar mi admiración y sumisión por alguien creo que no dudaría un segundo en hacerlo frente al monstruo que es Mario Vargas Llosa, y luego de ver, escuchar y releer su discurso en la Academia sueca como aceptación del premio Nobel de Literatura, esta idea se afianza.

El discurso del maestro Vargas Llosa es magnífico. Esta obviedad es aún más llamativa cuando viene de un hombre tan culto que hace un discurso nada pretencioso ni denso. Vargas Llosa no pretende –como han hecho otros premiados anteriores menos dignos del galardón– demostrar en su discurso que es merecedor del premio sino hablar de forma natural sobre su quehacer literario y sus opiniones del mundo.

Cualquier persona, sin tener una amplia cultura, sin haber tenido amplias lecturas puede comprender las palabras sencillas y valientes de este hombre sabio.

Ha hecho un discurso diferente, con referencias literarias, como es obvio en un premio literario, pero ha ido más allá porque Mario Vargas Llosa es un animal político que hace la mejor literatura.

En un ambiente tan dado a las socialdemocracias como el Nobel, ha sido un atrevido defensor –como siempre lo ha sido– de las políticas liberales, de la democracia y el valor de individuo frente a los estados, de la fuerza redentora del arte frente a las pretensiones masificadoras de los gobiernos. Ha hecho una encendida crítica al último reducto de dictaduras en América Latina (Cuba y Venezuela) además de reconocer su equivocada (y entendible) admiración temprana por la revolución cubana que aparentaba traer una idea diferente de entender al hombre frente al mundo y ha terminado en una dictadura inmóvil cruel y conservadora.

Por igual ha criticado los peligros actuales de nuestra sociedad: los nacionalismos, los fanatismos absurdos de matar para alcanzar un supuesto paraíso, y ha instado a la lucha contra estas lacras, – “Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos (…) Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.”– no a la inmovilidad y al diálogo de sordos que pretenden muchas de las inocentes socialdemocracias actuales.

Indudablemente ha sido un discurso valiente de un amante de la libertad, que no ha renunciado a sus ideas para ser apreciado como lo que es: el gran escritor que defiende al hombre por sobre todas las cosas.

Es indudable que el mundo ha cambiado para que esto suceda. El entusiasmo europeo por las caribeñas izquierdas barbudas ha decaído. El mundo, si bien no es más seguro, es más consciente de su debilidad frente a los peligros actuales. Y sobre todo, ya no está mal visto defender al individuo frente a las mitologías socialdemócratas y masificadoras que pretender suprimir la individualidad. Menos mal, ya estaba empezando a creer que esto nunca sucedería.

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