¿Alguna vez te has preguntado qué hubiera sido hoy de tu vida si aquel día que tomaste aquella decisión tan importante que consideras que cambió todo, aquel momento en que dudaste si dar el paso o esperar otro momento, en que dudabas si decir sí o no, y que luego decidiste sin estar muy seguro del paso final, te has preguntado qué habría pasado si tu decisión hubiera sido la contraria?
Es un juego medio perverso porque lo que eres hoy es parte de lo que aquel día y otros días decidiste o dejaste que todo se resolviera por sí mismo. Si hay lugar común más común es que “tú eres el resultado de ti mismo” porque lo que tienes y eres lo has decidido en cada momento anterior que has vivido.
Incluso así algunos no dejamos de preguntarnos, de jugar con la maliciosa idea de que hoy estaríamos en otra vida, sobre el polvo de otro camino, o la piel de otra u otro amante. Yo tengo dos momentos que me obligan a repensar mi presente.
El primero cuando fui a hacer las pruebas para entrar a una escuela de deportes teniendo apenas unos 12 o 13 años. Si aquel día no hubiera decidido esconderme y negarme a hacer las pruebas, es muy probable que hoy sería un exdeportista de élite que sería entrenador de otros deportistas o un alcohólico en un barrio de La Habana mientras rememora un pasado de gloria que nunca existió.
El otro momento fue en el año 2000 o 2001 en Pinar del Río cuando dudé ir a un encuentro con dos poetas españoles a los que yo creía unos viejos comunistas retrasados que habían ido a Cuba a vivir su parte del sueño revolucionario. La decisión de ir ese día me descubrió a dos personas maravillosas que me abrieron las puertas de lo que es mi vida actual en España.
Estas elucubraciones son parte de lo que me transmite la película Mr. Nobody, que en algunos países ha sido presentada como Las vidas posibles de Mr. Nobody, un título horrible porque desvela parte del secreto que engancha de este filme.
Mr. Nobody es de esas películas que disfrutarán los amantes de la abstracción, los que se preguntan por qué somos como somos, por qué actuamos de una y no de otra forma, los que juegan con la peligrosa y atractiva idea de intentar saber qué seríamos si las decisiones hubiesen sido otras, los que quieren saber sobre sí mismos, sobre el universo, los que se desgarran con preguntas irresolubles sobre el amor, el tiempo, el pasado el futuro.
También a los amantes del cine de acción emotiva y reflexiva, los que gustan de argumentos que obliguen a estar alertas con todos los sentidos, quienes quieren ser sorprendidos por la originalidad, que se alejan del tópico en el arte, que admiran una buena banda sonora para realzar la emoción de las escenas o el silencio para lograr el mismo efecto, los que aprecian tiros de cámara sorprendentes, cortes inesperados o un close up que trastorna y emociona.
Si algo hay reprochable en este filme es que las dos horas, que podrían ser insufribles en otras películas, se hacen escasas para la desproporción de cuestionamientos que el director, Jaco Van Dormael (también director de la magnífica El Octavo día), se plantea en su película. El exceso, en este caso, atentó contra el argumento.
Que es una película difícil de encasillar lo aprecio en las macabras y risibles sinopsis que de ella se encuentran en medios de prensa e Internet. Es imposible describirla en cuatro líneas sin dejarse algo fuera, sin que se escapen momentos o aspectos esenciales de la historia, o incluso equivocando por completo el rumbo de ella.
Lo mejor, que todo alarde de virtuosismo, aspecto técnico cinematográfico o incluso el género (que ya algunos se adelantan a identificar como Ciencia Ficción) están en función del argumento, de la idea esencial humana de saber cómo somos o podríamos haber sido.
En resumen, un filme muy recomendable para aquellos amantes del arte que sienten la necesidad de preguntarse cosas sobre la vida, y que alguna vez se han dejado sorprender por el cine reflexivo al estilo Tarkovskio Kieslowski, aunque todavía (quizás algún día lo logre) sin la maestría de aquellos.