Narcos y Escobar. El personaje, lo más difícil de la ficción

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La veraz frase literaria, ya convertida en refrán popular, de que vemos la vida según el cristal con que se mira es una de las mejores definiciones de lo que, para el ser humano, significa el mundo de la ficción.

Este poema de Campoamor, titulado Las dos linternas[1], y que es infinitamente menos conocido que la frase antes citada, habla de la posición del autor contraria a la de Diógenes al analizar la naturaleza humana; de cómo ve más bondad y menos cinismo en la gente, y de su confianza en el mejoramiento humano contra la tendencia a ver todo de forma pesimista y oscura.

Con este prisma, recuerdo la polémica por un cartel con el increíble actor Wagner Moura, caracterizado como Pablo Escobar, en la Puerta del sol de Madrid deseando una “blanca navidad”. No me negarán que es una extensión de este enfoque de puntos de vista.

Más allá de la pertinencia de que estuviera o no el cartel, en la cual creo que somos bastante adultos para saber lo que es conveniente o no, me trajo de vuelta mis intercambios con alumnos, colegas, y amigos a raíz de esta serie de Netflix.

Es obvio que la serie Narcos es buena, muy buena, quizás con un uso excesivo del narrador en off, pero necesario para explicar ciertos aspectos del argumento que expone. En su favor menciono que tiene una cuidada dirección de actores, un argumento perfectamente concebido y una historia muy bien contada.

El problema de evaluación estética –para los gnomos de lo políticamente correcto, dado que yo no veo ninguno– viene cuando te detienes a reparar en las diferencias de apreciación entre los espectadores, referente a si en la serie se retrata bien la naturaleza delincuencial y asesina de Pablo Escobar. Unos ven en la historia contada por Netflix a un criminal despiadado y capaz de cualquier salvajada por ganar más dinero y tener poder, mientras otros ven a una especie de Quijote bienhechor de los pobres de Antioquia que se enfrenta a los Estados Unidos en una lucha donde la culpabilidad del enemigo del Norte está fuera de toda duda.

Para ampliar la polémica, Sebastián Marroquín, el hijo del narcotraficante colombiano, hoy en día uno de los principales críticos con lo que ha representado su padre para América, dijo en una entrevista, que recibía decenas de cartas de jóvenes que quieren convertirse en narcotraficantes luego de ver la serie de Netflix.

¿En qué quedamos? ¿Es la serie una alabanza o una crítica a la vida delincuencial de Pablo Escobar?

Pues aquí entra la frase que inicia este texto y que marca lo mejor y más difícil de la ficción: la capacidad de fabricar un personaje verosímil y perdurable, y no una pantomima de uno real ni una caricatura que desafíe o se acomode por completo a lo políticamente correcto.

Cuando se crea ficción, incluso aquella basada en un personaje real, no se hace sobre hechos reales vividos, sino sobre lo percibido y experimentado por el autor de la ficción; diría más, sobre la percepción de los hechos que tiene cada autor, director o guionista de una de las varias formas en las que se puede hacer ficción.

Esto vale para los involucrados en la historia. Se suele decir que la serie de ficción que mejor retrata al verdadero Pablo Escobar es la colombiana Escobar, el patrón del mal. ¿Quiere esto decir que lo cuenta la serie colombiana es verdad? No, es ficción, y no es verdad, es verosímil, es decir que se parece más a la verdad.

Una de las primeras reglas que aprende un historiador, y que debemos asumir los escritores de ficción (y que deberíamos ser capaces de entender como consumidores de ficción), es que no se puede tomar como única verdad lo que se cuenta en una biografía, libro de memorias, reportaje de testigos o géneros similares.

Dos testigos que pudieran contar lo que sucedió en los Idus de marzo, el día que apuñalaron a Julio César, tendrían versiones diferentes de lo que pasó, incluso a veces historias contrarias entre sí. ¿Por qué? Porque el cerebro es un órgano dotado con mecanismos adecuados para la sobrevivencia y no una máquina perfecta de recordar hechos vividos. Recordamos emocionalmente; es decir, tenemos más fijado en la memoria lo que nos impactó o emocionó, que aquello que de verdad pasó.

Cuando contamos algo que hemos vivido nuestro cerebro comienza un proceso de mejoramiento de la historia agregando elementos donde tuvimos un papel más importante o donde tratamos de quedar mejor de lo que estuvimos en la realidad, o cambiamos hechos agregando elementos propios a las partes que no recordamos. Conclusión: lo que alguien te cuenta que vivió no es LA VERDAD, es lo que más recuerda y/o le conviene a esa verdad.

El detalle funciona para la creación ficcional, y no deja de tener validez para el consumo de ella. Cuando disfrutamos de una ficción, sea leída o apreciada en imágenes audiovisuales, nos quedan impresiones emocionales, resortes y huellas de exaltación o rechazo sobre lo que vemos, dejados por esos hechos en nuestra conciencia.

Es por eso –y menos mal– que todos tenemos opiniones propias, a veces enfrentadas, sobre la calidad de una película, serie o novela. Cada persona ve lo que quiere ver; o mejor, lo que su idiosincrasia, cultura, y formación le permite ver.

La serie no le pasa la mano a Pablo Escobar, hay suficientes elementos en ella para ver la maldad del capo colombiano. Para quien lo quiera ver es evidente en la serie cómo el personaje interpretado por Moura, por una simple decepción y afianzado en un poder sin límites, transita desde el asesinato de un rival incómodo, hasta la concepción de actos terroristas y la matanza indiscriminada de civiles.

De la misma forma se aprecia aquellas virtudes que tuvo el personaje real, desde un trato humano y cercano –también discutible, obviamente– con su familia, hasta sus labores humanitarias con la gente más desfavorecida de su barrio. Podríamos mencionar montones de razones del porqué sus actos caritativos eran premeditados y malvados, pero no niegan su existencia, y la labor de una ficción está en dejarlos plasmados junto a todos los aspectos contrapuestos de su personalidad; con aquellas virtudes y defectos que todos tenemos en nuestras personalidades.

Cualquier malvado gana en su círculo más íntimo. Si tuviéramos una máquina del tiempo y colocáramos una videocámara oculta en la cama de Stalin, Napoleón, Hitler o Bin Laden, nos sorprenderían las simplezas, a veces agradables, que probablemente dirían en la intimidad de su alcoba. Narcos hace exactamente eso, colocarnos frente a los claroscuros de un personaje que los tuvo, desde una distancia objetiva y suficiente para no dejarse vencer por lo políticamente correcto ni por la alabanza desmedida. Nos presenta un personaje creíble y cercano a lo que podría haber sido, tanto en su quehacer criminal, como en sus actos más desprendidos.

Estar a favor o en contra del Pablo Escobar de Netflix no disminuye la calidad de la serie, más bien la engrandece; y, muy al contrario, aporta mucha información sobre quien se coloca a favor o en contra del Pablo Escobar que puso bombas en aviones con civiles.

Ya decía Campoamor que, entre dos posiciones enfrentadas:

 

¿Cuál mentirá de los dos?

¿Quién es en pintar más fiel

las obras que Dios creó?

El cinismo dirá que él;

la virtud dirá que yo.

Y es que en el mundo traidor

nada hay verdad ni mentira:

todo es según el color

del cristal con que se mira.

[1] Ramón de Campoamor. “Las dos linternas”, en: Doloras y humoradas. Barcelona, Maucci, 1905. Disponible en Cervantes virtual: https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/doloras-y-humoradas–0/html/ff0e762a-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html

 

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