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Siendo adolescente, la primera vez que alguien me habló de belleza en el arte no lo entendí. Los términos Verdad, Bondad, Belleza, etc., que tienen una deriva moral desde el punto de vista religioso, alcanzan otra dimensión cuando se habla de filosofía o arte, pero yo no estaba preparado para ello en ese momento.
Cuando hablamos de arte, todas las nociones morales que encierran la verdad, la belleza o la bondad, pierden sentido si no incluimos en esa ecuación un concepto estético filosófico que tiene que ver más con algún equilibrio entre otras dos nociones y que se orienta a una indagación personal o emocional, que no siempre es un paralelo de la moralidad.
Puedes encontrar verdad, belleza o bondad, desde la filosofía o incluso la estética del arte, en un relato cuya historia no tengan ninguna de las tres desde el punto de vista moral.
Pensaba en ello mientras veía el filme Im Westen nichts Neues, llevada al español como Sin novedad en el frente, del director Edward Berger y estrenada en 2022.
Una nota al margen. Si fuéramos rigurosos con el título original, hasta donde sé, la traducción más literal debió ser Sin noticias de occidente, que creo se ajusta más al original, cuando empieza el desenlace de la historia.
Volvamos a lo fundamental.
Haciendo algo de historia, el filme está basado en una novela, campo de investigación que me fascina. Paso media vida estableciendo paralelos entre las técnicas literarias y cinematográficas, en aquellas decisiones que obligan a un escritor de ficción y a un director de cine a escoger entre unas técnicas u otras para convencer a un público.
Erich Maria Remarque escribió en su momento la historia que da origen a este filme; publicada en 1929 es una novela desigual, algo melodramática, pero de lenguaje directo y con una historia veraz sobre la vida de un soldado en la primera guerra mundial. Tuvo un éxito inmediato dando la vuelta al mundo en varios idiomas y cautivando en especial al público, que venía hastiado de una guerra sinsentido que había dejado un mundo destrozado tras lo que hasta entonces se conocía como la Gran Guerra. Y aunque, por lo general, tras las guerras y catástrofes, el público se aleja del arte excesivamente riguroso, la novela salió con la suficiente distancia temporal como para poder reflexionar sobre lo vivido.
Y aunque muchos quedarán atrapados por el filme, es importante conocer que la novela de Remarque ya dio origen a otros dos exitosos filmes antes del que ahora se presenta a los Oscars.
La primera versión cinematográfica salió al año siguiente de la publicación de la novela, fue dirigida por Lewis Milestone y ganó Oscar a mejor dirección y película. La siguiente, bajo la dirección de Delbert Mann en 1979, se llevó el Globo de oro y un Emmy al mejor montaje.
De las tres versiones la que más me ha impresionado ha sido esta, quizás porque tiene en el fondo más cercanía geográfica y cultural a la historia original. Esta de 2022 es la más cruda, la que más se apega a la realidad, que menos concesiones hace a las reglas de la ficción. Su realismo bélico es, en realidad, naturalismo apegado a la vida en guerra, como si alguien viajara en el tiempo con una cámara digital entre 1914 y 1918 y se colara de forma invisible en las filas alemanas.
Se asiste a las mentiras de los políticos para convencer a los jóvenes a entrar en la guerra, los discursos vehementes y tramposos para enardecer a las naciones, los estragos del enfrentamiento entre seres humanos defendiendo ideas de las que ni siquiera están plenamente convencidos, el absurdo de perder la vida por situaciones irracionales y plasma con eficacia todos aquellos gestos iterativos y costumbres incongruentes que, quienes han tenido la experiencia de vivir una guerra o haber vivido un servicio militar, reconocen muy rápido en los ámbitos castrenses.
Y, sin embargo, Im Westen nichts Neues, el filme de 2022, tiene algo que no he visto en las dos versiones previas. Posee una belleza, una plasticidad y una narrativa argumental con la cámara, que destila arte por todos lados. Entre la belleza de las imágenes, el movimiento de la cámara, incluso cuando se queda fija, y el manejo de los planos, estamos ante algo que no es posible describir si no es con la categoría de Belleza.
Es una película amarga desde el punto de vista argumental, pero igual de bella desde el punto de vista estético. Y aquí es donde debemos ser capaces de orientarnos cuando hablemos de verdad, belleza o moral al hablar del arte. Pueden existir estas categorías estético-filosóficas, aun cuando, moralmente, nos sintamos alejados de las tres.
La película tiene evocaciones (quizá involuntarias) a 1917 y Saving Private Ryan, nos evidencia la esencia de las guerras, los contrastes de la gran Historia (aquella que se recoge en los libros) de las pequeñas anécdotas cotidianas que derivan en resultados que no se recogen en los tratados de los historiadores. Aprendemos, o ratificamos, la necedad de etiquetar los conflictos armados en buenos y malos, y la desesperación de los que sufren de primera mano lo que hoy en día vemos a través de las pantallas como si fueran videojuegos. Y muchas veces mientras comemos chips de patata o palomitas de maíz.