El pasado nos condiciona; es una ley casi universal. La actitud de los seres vivos –no sólo los humanos, miremos el comportamiento de un perro al que su dueño maltrata cuando se levanta la mano en su presencia– casi siempre pueden entenderse cuando analizamos su pasado.
La superioridad del ser humano con el perro u otro animal es la capacidad de sobreponerse a ese pasado, sacar lo mejor de nosotros aún cuando tenemos motivos para el odio, el rencor, la tristeza o cualquier otro pasado difícil. Pero no siempre es así.
The Hurt Locker es una muestra de esa incapacidad de muchos seres humanos. La traducción al español de esta inmensa película ha sido En tierra hostil, espinosa traducción de un título del inglés que literalmente sería algo así como El bloqueador del dolor o El aislador del dolor.
Probablemente hubiera sido más fiel utilizar algo semejante a El bloqueador de sus emociones o El frívolo, pero ninguna de las opciones hubiera sido adecuada para esta inmensa película que los Oscars han puesto en justicia frente al gran bulo de Avatar.
Irak –o la guerra que allí aún se libra– es el pretexto para la reflexión humana: reflexión sobre las diferencias entre los seres humanos, entre los países, sobre la vida en el primer mundo y en el tercero, sobre la vida en general. Con unas actuaciones muy buenas, apariciones de grandes actores en pequeños papeles, unos efectos especiales comedidos y adecuados, y el uso de dos técnicas cinematográficas que determinan la angustia que nos traslada la película: la cámara lenta y la cámara en mano. Ambas técnicas puestas en función del argumento, para trasmitirnos en medio minuto la angustia de un momento que son fracciones de segundos.
Una vez más –pocas por cierto, ya lo hicieron antes con Crash– el jurado de los premios más comerciales y menos artísticos hacen justicia a la mejor película y no a la más taquillera. Ojalá se repitiera más.