En cualquiera de los libros medianamente serios sobre psicología o incluso de autoayuda, una de las premisas básicas que nunca falta a la hora de diagnosticar un problema en nosotros, es la capacidad de reconocerlo para poder darle la solución adecuada.
Parece una verdad de perogrullo, pero es inaudito la cantidad de personas que se sienten mal y no saben por qué, o saben por qué, pero no identifican y aíslan claramente el problema. Básicamente existe la idea de culpar al otro: “es el mundo que no me comprende, es la gente que es injusta y mala, mi pareja que no me ayuda, el profesor que me suspendió porque me la tiene jurada”.
Es el caso –creo que ficticio, pero muy socorrido para explicar el tema– del marido que descubre a su mujer en el sofá poniéndole los cuernos con otro. La medida drástica que tomó fue tirar el sofá, que no está mal si pensamos que algunos escogen la violencia, pero no es la solución para lo que se le presenta a la pareja.
Esta es la base de los populismos: tirar el sofá.
No sé de quién es la frase, pero en España se le atribuye a Joaquín Leguina, uno de los socialistas más claros y tolerantes de la política española; me refiero a aquella que dice:
«Los populistas dan soluciones fáciles y demagógicas a problemas difíciles”.
Creo que esta es la base de todos estos nuevos (o renovados políticos) que usan los nacionalismos retrógrados, las divisiones artificiales entre ricos y pobres y otras estupideces para solucionar los graves problemas de la sociedad actual.
Se dice que para encontrar una solución acertada para un problema, el primer paso es diagnosticar de forma adecuada las causas. El problema es que estos nuevos (y/o renovados) políticos ni siquiera hacen un diagnóstico, ¿cómo fiarnos de sus soluciones?