(Conferencia ofrecida por Mario Vargas Llosa entre el 3 y 5 de mayo de 2006 en el encuentro organizado en la universidad de Estocolmo con motivo del estudio de su obra. Aunque no es un texto muy reciente sigue siendo muy valioso y por ello lo rescato)
Señores profesores de la universidad de Estocolmo, señores embajadores, señoras, señores, queridos alumnos:
Mucho agradezco esta invitación para dirigirles la palabra esta tarde, así como a los organizadores de este congreso dedicado a mi obra que han organizado la universidad de Lund y el Instituto Cervantes de Estocolmo. Es siempre muy emocionante para un escritor saber que su obra merece el honor de ser estudiada, analizada en una universidad, aunque también produce una sensación algo incómoda: lo que debe sentir un cadáver –si ciertos cadáveres sienten algo–cuando van a ser diseccionados.
Creo que un escritor no tiene la última palabra sobre lo que escribe. Cuando uno escribe una novela, una obra de teatro o un poema lo hace volcando en esa tarea todo su ser; no solamente sus ideas, sus convicciones, sus conocimientos, sino también sus instintos, sus pasiones, y seguramente fuerzas que vienen de lo más secreto de su personalidad. Y por eso muchas veces las obras realizadas nos juegan malas pasadas a los escritores porque en ella aparecen cosas que nosotros no sabíamos que habíamos puesto allí, cosas que descubren, mucho mejor que los otros escritores, sus críticos y sus lectores.
¿Por qué esta tarea –la de contar historias, la de escribirlas– tiene esa longevidad? ¿Por qué ha acompañado a los seres humanos desde los tiempos más remotos y se mantiene todavía viva? ¿Qué nos da la literatura para haber resistido todas las épocas, todos los grandes descubrimientos que han hecho avanzar a la humanidad? ¿Por qué –como esas mujeres y esos hombres primitivos que se reunían en las cavernas en torno del fuego para escuchar a los contadores de historias y embelesarlos, hechizarlos, transportarlos mediante la palabra y la fantasía a otros mundos– sigue siendo tan viva, tan actual en nuestro tiempo, y prácticamente sin excepción en todas las culturas de la tierra?
Me gustaría esta tarde, de alguna manera muy somera, tratar de averiguar, ¿qué nos da la literatura? ¿Por qué todavía nos sigue como una sombra?
Lo primero, lo más importante, lo indispensable que la literatura debe darnos es placer, es hacernos gozar, hacernos vivir a través de aquellas historias, de aquellos personajes a los que nos enfrenta, unas vidas distintas a la vida que tenemos, añadir a nuestras vidas experiencias, sentimientos, pasiones que sin la literatura no tendríamos.
Ese goce, ese placer responde a una necesidad de los seres humanos quienes estamos dotados de una condición extraña que es la de tener una sola vida, pero por la imaginación y los deseos que nos poseen, desear, no una, sino cien, mil o muchas más. Esa distancia que existe entre lo que somos y lo que nos gustaría ser, lo que nuestros deseos, nuestros apetitos y nuestras fantasías nos inducen a tener, es lo que la literatura de alguna manera satisface. La literatura nos hace viajar en el tiempo, nos hace viajar en el espacio, nos hace penetrar en otras culturas, nos hace sentirnos contemporáneos de hombres y mujeres remotísimos, y de alguna manera también nos proyecta hacia el futuro ampliando y enriqueciendo extraordinariamente nuestra experiencia vital. Y todo eso lo hace haciéndonos gozar.
Yo aprendí a leer cuando tenía cinco años y recuerdo este hecho como, probablemente, lo más importante que me ha pasado en la vida. Recuerdo muy bien como esas historias de aventuras que fueron las primeras que leí, me exaltaban de tal manera que aquella vida, la vida inventada por Salgari, Karl May, por Julio Verne, o por Dumas o por Víctor Hugo parecía una vida infinitamente más rica, más diversa, más intensa que la vida que llevaba. Y seguramente mi vocación de escritor nació desde entonces gracias al milagro que me parecía vivir cada vez que un libro me seducía y me sumergía en sus historias y en sus personajes hasta morir completamente en mí la razón, la conciencia de este mundo.
¿Esa es la única razón de ser de la literatura –divertirnos, entretenernos, producirnos goce, placer? Yo creo que no. Yo creo que ese goce tiene además consecuencias que son fundamentales para la vida de los seres humanos y que sin la literatura la vida humana se empobrecería de una manera radical, y acaso el mundo que resultaría de ello –de la desaparición de la literatura– sería no solamente un mundo más gris, más rutinario sino también un mundo en el que habría mucho menos comunicación entre los seres humanos, un mundo en el que hombres y mujeres gozarían menos –y acaso lo peor de todo– un mundo en el que la libertad, el más precioso don, desaparecería.
¿Es tan importante la literatura en la vida? Yo creo que sí y creo que en esta época acaso más que en otras épocas. Una de las razones por las que me atrevo a afirmar esto es porque creo que, con la evolución del conocimiento, el mundo de la cultura –principalmente el de la cultura científica– se ha ido compartimentalizando debido a la especialización, la que inevitablemente acarrea la creación de unos lenguajes específicos que pasan a ser poco menos que unos lenguajes para catecúmenos, que resultan esotéricos para quien no es del oficio.
La especialización tiene, desde luego, resultados enormemente beneficiosos para la humanidad porque permite la profundización en distintos sectores del conocimiento y de ahí hoy vemos hallazgos y descubrimientos científicos capitales. Pero ese conocimiento disperso, disgregado es un conocimiento que reduce extraordinariamente la comunicación entre los seres humanos. Quedan pocos denominadores comunes en el orden del conocimiento; es decir aquellos campos en los que todos podemos todavía coincidir, entendernos y sentirnos copartícipes de algo común. Uno de esos campos es la literatura.
La literatura no es para especialistas. Puede haber especialistas de la literatura –y de hecho los hay– pero esos son estudiosos, investigadores de la literatura. La literatura solo puede estar dirigida a la comunidad humana en general. Y los efectos de la literatura llegan no solamente a los lectores, sino también a quienes no son lectores por la extraordinaria y enorme influencia que tiene el mundo de la literatura en la vida de las gentes.
Este proceso de compartimentalización del conocimiento y la multiplicación de lenguajes particulares y especializados no va a detenerse; seguramente va a acentuarse en el porvenir. Y es muy importante que los seres humanos mantengan siempre presente esos denominadores comunes que los hacen dialogar, comunicarse y sentirse copartícipes, miembros de una comunidad. Me atrevo a decir que no hay que hacer que cumplan esa función de comunicar a los seres humanos entre sí, de una manera tan íntegra, tan vital como la literatura.
Los lectores que nos emocionamos leyendo Anna Karennina o Los miserables o El Quijote o viendo una obra de teatro de Shakespeare, de alguna manera dialogamos entre nosotros porque respondemos a los estímulos que proceden de esos libros de una manera similar. Esos libros nos hacen soñar, exaltarnos, enojarnos, reír y, en última instancia, gozar y esa se vuelve una experiencia compartida que une, acerca y comunica a los seres humanos.
De otra parte la literatura nos enseña a hablar. Tampoco existe sucedáneo para conocer íntimamente un idioma y saber expresarse en él y poder aprovecharlo en toda su riqueza y sus matices como la gran literatura escrita en esa lengua. Eso no se puede aprender en un manual, eso se vive. Y la literatura nos hace vivir una lengua, en todo su esplendor, en toda su riqueza, en toda su diversidad y es muy importante tener el dominio de una lengua para comunicarse mejor y para entenderse a sí mismo mejor. Quien está dotado de un vocabulario limitado y que ignora todas las posibilidades recónditas de su propia lengua, no sólo se expresa mal, conoce mal el mundo –de una manera deficiente– y piensa mal, porque la riqueza de un lenguaje es la riqueza de una conciencia y de una imaginación.
Es absolutamente fundamental e importante para la comunicación entre los seres humanos el dominio del propio lenguaje y mucho mejor si ese dominio se extiende a otros lenguajes. Y no hay nada, nada que pueda sustituir a la literatura en ese aprendizaje vivo de la diversidad, la riqueza de una lengua como las grandes obras literarias a que esa lengua dio lugar. Aunque sea solo por eso la literatura debía ser considerada una disciplina fundamental en la educación y de ninguna manera un pasatiempo, una disciplina prescindible por su escaso valor científico o tecnológico, como insensatamente ocurre en algunos planes de estudio llamados “muy modernos”.
La literatura ha mejorado la vida de los seres humanos extraordinariamente. Se podría hacer un largo catálogo de actividades en las que, sin la literatura, la experiencia humana sería más mediocre y más pobre. Pero quisiera concentrarme en un solo tema caro, creo, a todo el mundo, sin excepción: el amor.
El amor es lo que es en nuestro tiempo no solo porque los seres humanos tenemos instintos y tenemos una propensión natural a buscar en otro ser un complemento, una compañía y un placer. El amor es también un quehacer que ha ido evolucionando con el tiempo, con la historia de la humanidad. Y la literatura ha contribuido –la cultura general, por supuesto, pero que creo que una manera esencial la literatura– a enriquecer, a dotar de sutilezas, de complejidad y de belleza el amor; probablemente como no lo ha hecho ninguna otra disciplina o institución humana.
La literatura nos ha enseñado diversas maneras de enamorarse, de amar y de gozar, gracias al amor. Sin la literatura probablemente no existiría el erotismo. El erotismo es una manifestación de alta civilización. El erotismo no existe en pueblos primitivos, en sociedades ágrafas donde el amor apenas ha trascendido la mera satisfacción animal de los instintos. Eso puede ser el principio, pero de ninguna manera el fin del amor. Ha sido con la evolución de la sociedad, de la cultura, de las costumbres y creencias que el amor ha alcanzado altos niveles de complejidad y se ha enriquecido con rituales y ceremonias. Y nada ha contribuido más a suscitar en ese juego amoroso que persigue profundizar y extender el placer tanto como la literatura.
Gracias a la literatura el amor se volvió en un momento dado, se vuelve en un momento dado de la evolución social y cultural, un quehacer creativo en el que el hombre y la mujer, como cuando escriben un poema o una obra de teatro o una novela, vuelcan su imaginación y conciben rituales, ceremonias que desanimalizan el placer y lo humanizan profundamente, añadiendo a lo que un principio es instinto y satisfacción de un deseo puramente físico, algo que sin dejar de ser eso por supuesto, sublima, enriquece y goza de sentimiento, belleza y espiritualidad. Sin duda el acto del amor. Fíjense en el erotismo. Y sin literatura no habría erotismo, y sin erotismo, ¡qué pobre y que mediocre sería el amor!
Hay otros muchos aspectos en los que la literatura también ha prestado y sigue prestando una contribución fundamental a los seres humanos. En el dominio del conocimiento, por ejemplo.
Hay un aspecto de la vida humana al que la ciencia llega con dificultad porque es un dominio donde la objetividad no existe, donde solo reina la más absoluta subjetividad. Es aquel dominio –que hoy día gracias a Freud llamamos el inconsciente– esa dimensión secreta, recóndita, la de la personalidad humana donde se forjan las motivaciones profundas, de ciertas conductas, de ciertas acciones y reacciones de las que nuestra conciencia no es –o no es solo– muy directamente responsable. Bueno, antes que la psicología y antes que ninguna ciencia social, la literatura ha expresado en sus fantasmas, en sus imágenes, en sus fantasías afiebradas esa realidad humana secreta. Y gracias a ella, por eso mismo nosotros nos conocemos mejor y entendemos la extremada complejidad de la vida y de la conducta humana y lo arriesgado que es juzgar o definir a los hombres de una manera pura y exclusivamente racional, porque ahora sabemos que la racionalidad es solo una dimensión, entre otras, de lo que es el ser humano, de lo que significa la condición humana. En eso la literatura ha estado siempre por delante de las ciencias objetivas. Esa forma de conocimiento casi mágico que la literatura ofrece, sobre la que da testimonio del ser humano, ha permitido muchas veces a las ciencias avanzar, y en eso tampoco creo que la literatura sea reemplazable.
Pero hay otro aspecto, y quizá sea el fundamental por el que debemos considerar a la literatura indispensable y fundamental al progreso humano, y es el de la libertad. Creo que en todas las épocas, pero seguramente en esta época más que en ninguna otra, la literatura es un gran elemento de inconformismo y de insatisfacción. Esas palabras pueden parecer mayúsculas, exageradas y uno puede preguntarse, ¿pero por qué un libro que a mí me divierte y me hace pasar unas cuantas horas gratas de simpática irrealidad van a estar tan íntimamente vinculadas a la libertad?
Cuando nosotros leemos una gran obra literaria entramos en un mundo de coherencia, de perfección y de belleza donde tenemos una visión totalizadora del mundo, de lo que ocurre, descubrimos las motivaciones de las conductas, rastreamos en lo más profundo de la intimidad de las personas, su manera de actuar, vemos premonitoriamente lo que van a ser sus destinos, y también las consecuencias de los actos humanos. Y todo eso al mismo tiempo que nos entretiene y nos fascina, nos hechiza. Y luego salimos de allí, terminada la lectura, y volvemos a esa realidad en la que vivimos, en la que estamos inmersos, y entonces descubrimos, ¡qué poca cosa somos comparados con esos mundos tan ricos, tan maravillosos creados por la fantasía y la palabra! Unos mundos en los que todo es bello, incluso lo feo, todo nos exalta y nos conmueve, incluso las rutinas, esas rutinas que en la vida real nos aburren y nos desmoralizan y deprimen. Y de ese cotejo resulta una operación de la que no somos concientes, la mayor parte de las veces, una reacción que podemos llamar crítica frente a la realidad.
Esa realidad que nos rodea aparece siempre mucho más deficiente y pobre de lo que es, luego de haber vivido la experiencia de la belleza, de la coherencia y de la perfección en la que nos sumerge siempre una gran obra literaria y eso nos hace sentirnos inconformes con el mundo tal como es, con la vida que vivimos. Crea en nosotros, inconscientemente, un desasosiego, un malestar, signos clarísimos de inconformidad. Y esa inconformidad es el gran motor del progreso humano, es aquello que nos diferencia fundamentalmente a nosotros los seres humanos de los animales, sumidos en rutinas de las que no pueden escapar ni salir como sí podemos hacerlo nosotros porque estamos dotados de esa imaginación, de esa fantasía que la literatura, probablemente como ningún otro quehacer humano, activa y vuelve incandescente.
No es gratuito que en la historia de la humanidad todos quienes han querido controlar la vida desde la cuna hasta la tumba y organizarla de acuerdo a un esquema previo, para hacerla más perfecta, para hacerla más homogénea o para conquistar la santidad, lo primero que hayan hecho es controlar muy rígidamente la actividad literaria estableciendo sistemas de censura muy severos.
Tenían razón. No se puede controlar enteramente a una sociedad si se deja libre esa actividad gracias a la cual salimos del mundo en el que vivimos y entramos a otros mundos de puro sueño e irrealidad y luego regresamos al mundo real. No regresamos los mismos, somos otros cuando volvemos, somos unos seres que han conocido, gracias a la literatura, un mundo mejor. Y por lo tanto, seres que hemos descubierto que el mundo en el que vivimos, está mal hecho, es incapaz de satisfacer totalmente nuestras expectativas, nuestros anhelos, nuestros ideales, nuestros sueños.
Todas las doctrinas, religiones, ideologías, políticas que han pretendido organizar enteramente la vida humana de acuerdo a un esquema previo han visto en la literatura una amenaza, una actividad peligrosa, sediciosa que debía ser censurada, rigurosamente controlada. Es verdad, la literatura es sediciosa, la literatura es peligrosa, la literatura estimula la inconformidad de los seres humanos con el mundo tal como es.
Vivimos también en un mundo en el que el desarrollo extraordinario de las ciencias y las técnicas, permite a quienes tienen esa pretensión –la de controlar enteramente la vida humana– alcanzar sus objetivos. Puesta al servicio de semejante propósito la ciencia puede convertirse en un instrumento terrible de dominación y de control, y de destrucción de la soberanía individual, es decir de destrucción de la libertad. De hecho la técnica ya ha sido puesta al servicio de semejante pretensión en todos los países totalitarios y a veces, y por largos periodos, con mucho éxito.
Bueno, pues si nosotros creemos que la libertad es importante, que la libertad es el don más precioso que tienen los seres humanos para defenderse contra la opresión, contra la explotación, contra la injusticia, contra los atropellos a los derechos humanos, si creemos que la libertad es absolutamente importante para gozar de esa autonomía en que podemos realmente ser dueños de nuestro propio destino, eligiendo nuestros dioses, nuestras costumbres, nuestros oficios, nuestras residencias, puede parecer exagerado, pero no lo es. Debemos defender y debemos promover como una actividad absolutamente indispensable para el futuro de la libertad, ese quehacer aparentemente tan inocente y tan benigno; soñar mundos distintos y volverlos realidades utilizando la palabra.
¿Está ligada la literatura a los libros? ¿Puede la literatura existir sin los libros? Es un debate que está abierto, y que existen, como ustedes seguramente saben, posiciones muy contradictorias.
Hace un par de años el inventor de Microsoft visitó la Academia Española en Madrid. Fue a tranquilizar a los académicos españoles sobre el futuro de la Ñ. Una letra que según rumores aparentemente infundados, se decía iba a desaparecer de los ordenadores. Si hubiera sido así a los que escribimos y nos expresamos en español nos hubiera creado problemas monumentales la desaparición de la Ñ, como ustedes pueden imaginarse.
Y entonces Bill Gates fue a España y fue a visitar la Academia española y tranquilizó a los académicos; él dijo que no, que la Ñ, él garantizaba su supervivencia; entonces pues los académicos respiraron tranquilos. Era muy importante que la Ñ siguiera siendo una letra de nuestro alfabeto. Pero inmediatamente después él dio una conferencia de prensa y a los periodistas que habían acudido a interrogarlo les dijo lo siguiente: que esperaba antes de morirse ver realizado uno de sus sueños. ¿Y cuál era su sueño? Que desapareciera el papel, que desapareciera el libro. Dijo que hoy en día las pantallas de los ordenadores pueden cumplir absolutamente todas las funciones que cumplen los libros y que una vez que desaparecieran los libros, gracias a la multiplicación de funciones de los ordenadores, el mundo andaría muchísimo mejor porque disminuiría la tala de árboles, la devastación de los bosques y que la atmósfera se llenaría de mucha más clorofila que en la actualidad.
Yo no estaba allí ese día, pero si hubiese estado, yo hubiera pateado y hubiera silbado frente a alguien que quería mandarnos al paro a todos los que nos ganamos la vida escribiendo libros o escribiendo artículos en los periódicos. Hay algunos optimistas que creen que sí, que la literatura puede sobrevivir confinada sólo en las pantallas. Yo soy mucho más escéptico y no porque sea un reaccionario frente a la modernidad, a la técnica ni muchísimo menos.
Creo que los ordenadores e Internet han prestado un extraordinario servicio a la humanidad extendiendo la comunicación de una manera prodigiosa. Y desde luego utilizo también los ordenadores y el Internet, y eso me ha facilitado mucho la vida. Pero creo que el libro tiene su función, que el libro garantiza un tipo de intimidad que las pantallas de los ordenadores son incapaces de producir; ese tipo de intimidad precisamente en la cual nosotros leemos literatura y gozamos con ese ritual un poco religioso, un poco obsceno –por lo que tiene de desnudez total– que es salir de este mundo y, gracias la literatura, zambullirnos en un mundo distinto.
No concibo, por ejemplo, la idea de gozar de un poema, leyéndolo, en vez de en el libro, en una pantalla de ordenador. Pienso que si eso llega a ocurrir, sí, habrá una literatura de ordenador, pero que esa será una literatura de ordenador que el medio habrá infligido una profunda distorsión a la palabra, es decir a la materia de la literatura y que, probablemente, la diferencia entre esa literatura y lo que hoy día todavía llamamos literatura, y fue literatura en el pasado, sea tan grande como la que existe entre los dramas y las tragedias de Shakespeare y las telenovelas que divierten a mucha gente y que están aparentemente hoy día, desde el punto de vista técnico, bastante bien hechas.
Yo creo que el libro es la patria de la literatura y que es importante preservar el libro sin que eso signifique que libro y ordenador siembren una guerra sin cuartel. Mi esperanza es que ambos puedan coexistir en el futuro y que el libro siga siendo de todas maneras, el vehículo –tal vez no el único– pero sí el vehículo privilegiado para la expresión de esos mundos alternativos, de esos mundos distintos con que la literatura nos hace, por una parte, gozar profundamente, y enriquece nuestra vida de tantas otras maneras.
Quisiera terminar con una pequeña reflexión, contándoles una anécdota que a mí me da siempre qué pensar. Es que me ha tocado firmar libros en una librería, en una feria, siempre aparecen señores con algún libro mío, que se acercan, me piden una firma y añaden: “Es para mi esposa que es una gran lectora de literatura; es para mi hijita, que le gusta mucho lo que usted escribe, o ese libro es para mi mamá que es una gran lectora”. Yo siempre respondo: ¿Y usted no lo es? ¿Usted no lee? ¿No le gusta leer? Entonces por lo general la respuesta es: “No sí, sí me gusta pero no tengo tiempo, yo soy un hombre muy ocupado, mire usted”. Es una respuesta que a mí siempre me produce escalofríos y un sudor helado en la columna vertebral porque está dicha con mucha espontaneidad. Y esa respuesta indica algo que efectivamente está muy extendido, la idea de que la literatura es un entretenimiento prescindible, que la literatura es tal vez para mujeres que no hacen nada.
Esta idea de la literatura es, desde luego, una idea falaz, es una idea totalmente equivocada. Pero lo que sí creo que es una realidad en el mundo en que vivimos –y dudo que haya un país que sea una excepción a la regla– es que quienes leen cada vez más literatura no son hombres sino mujeres, que quienes van a librerías y compran libros de literatura, para tener el placer de leer buena literatura, son mucho más mujeres que hombres, que las facultades de letras de todas las universidades que yo visito, inevitablemente me dicen cuando pregunto que hay más estudiantes mujeres de literatura que hombres, en las conferencias que doy siempre hay más mujeres que hombres y si aquí contamos estoy seguro que hay por lo menos dos o tres mujeres por cada hombre presente.
Eso lo digo para agradecerles a las mujeres que salven a la literatura. Las mujeres parecen haber entendido, intuido mucho mejor que los hombres, que la literatura no solo es una fuente de placer, una extraordinaria fuente de placer, sino una actividad absolutamente fundamental para ser civilizados, para gozar más en la vida y para ser más libres, porque la literatura nos hace mucho más concientes de lo que anda mal en el mundo en que vivimos y despierta en nosotros, deseos, inconformidades, actitudes de disidencia y resistencia frente al mundo en el que vivimos; y sin esas actitudes no hay progreso, sin actitudes semejantes el conformismo cundiría e iría volviendo la vida cada vez más una rutina animal. Gracias pues a las mujeres por salvar la literatura en general y la cultura en general. Y con esto termino, muchas gracias.
Los libros son un gran tesoro.
Leer es alimentar el espiritu.
Mario Vargas Llosa es uno de mis tantos escritores favoritos y leer hoy su conferencia fue fantastico, entonces pienso en que los libros y la tecnologia deben ir de la mano.
La compañia de un libro es como un amigo imaginario; que solo tu sabes cuando quieres encontrarlo…
Y como decia la Madre Teresa de Calcuta «»Lee y conducirás, no leas y serás conducido».
Señor Héctor García Quintana, muchos éxitos y mi admiración…