MVLL: No me leo a mí mismo. Trabajo mucho cada libro antes de publicarlo, corrijo, rehago. Pero una vez que el libro está publicado, ya no lo vuelvo a leer. Y todo por una razón obvia, porque si lo leyera, sobre todo saltarían sus deficiencias o de todas maneras sentiría el deseo de seguirlo corrigiendo, rehaciendo y ya el libro es una cosa irremediable, está allí, así que prefiero no leerlo. Incluso cuando tengo que consultar un libro mío, por ejemplo, un traductor me hace preguntas y entonces ya yo no me acuerdo de ese párrafo y vuelvo a leerlo siempre es una sensación incómoda, una sensación de estar frente a lo irremediable. Así que no, no los releo.
¿Considera usted que se puede hallar relación entre la literatura y la pintura en el género mágico realista o, más específicamente, si la obra del artista colombiano Fernando Botero podría ser clasificada dentro del mágico realismo?
Entiendo que fue Carpentier en el prólogo a El Reino de este mundo –una novela maravillosa, dicho sea de paso– habló por primera vez de realismo mágico, pero lo hizo en un contexto muy distinto del que se emplea en la actualidad. Lo que quiso decir es que ese realismo mágico –que era el realismo maravilloso de los surrealistas; ese elemento de sorpresa, de maravilla, casi tan sobrenatural que surge de pronto dentro de lo cotidiano– que era en la literatura surrealista una creación fundamentalmente literaria, en América Latina era una realidad cotidiana. El milagro, lo maravilloso, lo sorprendente, lo sobrenatural formaba parte de la experiencia cotidiana de América Latina. Es un concepto bonito, divertido, pero no me parece verdadero. No, yo creo que no, que el realismo mágico es básicamente una manera de hacer literatura, de ver la realidad con ojos de gran fantasía, de gran imaginación capaz de transformar la realidad cotidiana en algo mágico, sobrenatural, legendario, místico. Sí, ese tipo de literatura desde luego es una literatura que existe, pero no solo en América Latina, es una literatura que ha existido en Europa desde hace muchísimo tiempo y entre la que se puede encontrar desde luego una gran comunicación. Eso respecto al realismo mágico.
Ahora el mundo de Botero yo creo que sí se le puede aplicar esta categoría, es un mundo que no se puede llamar realista y, sin embargo, es un mundo que constantemente nos remite a una realidad porque es una realidad transfigurada, transformada por la imaginación y la destreza de un artista en las que nosotros reconocemos una fuente que claramente ha sido reelaborada, impregnada de alguna fantasía especial –muy coherente por otra parte– que infla lo que existe, no sólo los seres humanos sino también los objetos, pero no por una razón gratuita sino para impregnarles una cierta idea de belleza que tiene el pintor. Allí yo creo que sí se puede aplicar ese término de realista mágico con exactitud.
Le preguntan por qué La orgía perpetua no se ve en las librerías y no se oye hablar de ella. (El original es inaudible)
MVLL: No es mi culpa. Yo quisiera que se hablara de todas siempre. Son obras de crítica literaria. La crítica literaria tiene siempre una irradiación más pequeña que las novelas, pero espero que sigan vivas, espero que incluso me sobrevivan.
MVLL: Mire, cuando se produjo la invasión yo estuve en contra y escribí un artículo condenando la intervención. Luego de la intervención yo fui a Irak porque quería ver sobre el terreno si mi posición estaba justificada con lo que ocurría allí en el propio Irak. Fui con mi hija y escribí una serie de artículos sobre lo que vi. En esa época todavía el terrorismo estaba empezando, y todavía se podía viajar a lo largo del país y recorrí buena parte del país y entrevisté a mucha gente. Las cosas han cambiado mucho desde entonces, pero las conclusiones que yo saqué fueron las siguientes: que la dictadura de Saddam Hussein había sido una de las más monstruosas de la historia, que Saddam Hussein había sido un verdadero genocida y que acabar con Saddam Hussein era una buena cosa como lo hubiera sido acabar con Hitler; por ejemplo, en el año 39 se hubiera ahorrado muchos billones de vidas humanas.
Creo que hay circunstancias, desde luego excepcionales, en que la existencia de una dictadura genocida que está, no solamente causando estragos en su propio pueblo sino en los pueblos vecinos, puede llegar a justificar una intervención militar. Mi esperanza en ese momento fue que esa intervención fuera de corta duración y que el entusiasmo que yo percibí como algo muy vivo en esos momentos con la caída de Saddam Hussein, y las perspectivas que abría a ese país de algo distinto sin dictaduras, sin exterminios, sin control absoluto de la información, permitiera a Irak evolucionar hacia una sociedad democrática. Eso no ha ocurrido. Desgraciadamente ha ocurrido algo terrible, no solamente la proliferación de un terrorismo incontrolable sino el rebrote de un sectarismo religioso que es hoy día también la fuente principal de la violencia, –esta indescriptible, ciega– que está desintegrando a ese país.
No crea usted que no he tenido yo desgarramientos de conciencia frente a lo que está ocurriendo, aunque muchas veces no me he preguntado, si hubiera sido mejor, para quiénes importa más el problema que son los propios iraquíes, que aquella intervención no ocurriera. Es verdad, se hubieran salvado muchas vidas humanas pero, ¿sería mejor la perspectiva de Irak cara a la posibilidad de ser hoy día un país sin fanatismo, sin la discriminación monstruosa contra la mujer? No tengo una respuesta categórica a ese respecto.
Mi esperanza es que, a pesar de todos los estragos terribles que está causando el terrorismo, haya una evolución en esa dirección. Lo que me resulta, digamos, alentador, lo único que me da una pequeña esperanza a ese respecto es que cada vez que en Irak se ha convocado una elección, contra todo lo que se podía esperar en un país donde el terrorismo causa tantos estragos contra inocentes, millones de iraquíes han concurrido a las ánforas a expresar mediante el más civilizado de los gestos, que es depositar un voto en un ánfora, lo que quieren que sea su país. Eso para mí es una invitación muy promisoria, muy alentadora del sentir profundo de ese pueblo desgraciado, malherido, golpeado. Creo que el fenómeno de la dictadura es sobre todo el de una dictadura vertical, totalitaria, es la experiencia más terrible y más atroz que puede vivir una sociedad, y todo lo que contribuya a emancipar, a erradicar ese pueblo de esa dictadura me parece positivo.
Ahora, hay el fenómeno, por supuesto, de la guerra y del terror que no me apasiona ni me gusta ni soy un insensato que vaya a propiciar guerras en todo el mundo para acabar con todos los dictadores que existen, pero creo que hay ciertas circunstancias especiales en las que una intervención militar puede ser el mal menor.
Creo que no ha sido un Afganistán, por ejemplo. En Afganistán, sin ninguna duda, hoy día los afganos están mejor de lo que estaban con el régimen atroz y monstruoso de los talibanes. Desde luego no es una democracia perfecta y no lo va a ser por mucho tiempo, pero por lo menos la condición de la mitad de los afganos, es decir de todas las mujeres afganas, es infinitamente mejor que con ese régimen anárquico que prohibía a las mujeres estudiar, que les prohibía ejercer una profesión, que les prohibía salir, incluso, a la calle si no estaban acompañadas por un varón, es decir, ese retroceso brutal al oscurantismo de la edad media ha desaparecido de Afganistán. Eso no ha ocurrido por desgracia en Irak, pero con todo lo que anda mal en ese país tengo la impresión de que hay más esperanzas hoy día de que eso ocurra que cuando estaba el dictador Saddam Hussein.
Una pregunta le cuestiona que hoy la gente lee menos porque existen los medios de comunicación que influyen más en la gente que la literatura y que los que leen, lo hacen con menos asiduidad y con libros como Harry Potter o El código Da Vinci.
MVLL: Eso es una realidad, pero las conclusiones que se pueden sacar de esa descripción pueden ser distintas. Usted saca una conclusión pesimista, yo saco también una conclusión, pero optimista. Yo creo que es verdad que la literatura compite con muchas otras formas de entretenimiento y diversión que en el pasado. Ahora, vamos a plantear la pregunta de esta manera:
¿No es maravilloso que existiendo tantas formas de diversión la literatura esté todavía viva? Y fíjese cómo lo está que nunca en la historia, nunca se han escrito ni publicado tantos libros como en nuestra época, nunca en la historia ha habido tantos lectores de libros como en nuestra época. O sea, es una forma optimista de plantear el problema. Y usted dirá, pero hay muchos que no leen. Sí, pero en el pasado había muchísimos más. Hoy día hay muchos más lectores que leen, hay mucha más gente que compra libros aunque todavía sigue siendo una minoría.
Yo quisiera como usted que todos leyeran literatura, pero está bien que existan distintas formas de entretenimiento y de placer. ¿A usted no le gusta ver un buen partido de fútbol en la televisión? Yo gozo viendo un buen partido de fútbol en la televisión. ¿No le gusta la música? A mí me gusta mucho la música, yo gozo oyendo una buena música. Y a veces combino la lectura y la música y gozo con ambas cosas, y ambas cosas me enriquecen recíprocamente. Lo que sí es cierto de lo que usted dice, es que hoy día, en aquellos que leen, que son muchos más de los que leían en el pasado, la influencia de la literatura es probablemente mucho menor de lo que era en el pasado la influencia de la literatura en esas pequeñas minorías que leían. Eso es cierto.
Eso se puede combatir ¿Cómo? Si usted cree como yo que la literatura es muy importante, eso se puede combatir creando lectores desde los primeros años de vida, en las aulas escolares y en el seno de las familias. Allí es donde hay que crear a los lectores cuando son de pantalón corto. Y créame, nada ha contribuido tanto un fenómeno como Harry Potter a interesar a los niños por los libros. Yo tengo cuatro nietecitos y usted no sabe lo que ha significado Harry Potter para mis nietecitos. La felicidad, la alegría, la exaltación con que han leído las historias de ese aprendiz de mago. A mí me emociona porque así leí yo las novelas de Salgari, las revistas de cuando era niño; (…) una revista chilena (…) una revista argentina que traía historias. Así que es bueno que salgan esos libros que los apasionen e interesen por los libros y los llevan a leer.
Y en última instancia la responsabilidad es también de los propios escritores. Hay escritores que tienen un gran desprecio por la masa y piensan que la buena literatura es la literatura para especialistas, para catecúmenos. Entonces esos escritores que creen que la literatura es eso. ¡Perfecto, es su derecho!, pero no pueden quejarse de que las masas no los leen si ellos desprecian profundamente lo que las masas leen. Hay que tratar de llegar al gran público sin renunciar al rigor, sin renunciar a la imaginación, como lo hicieron los grandes escritores del siglo XIX. Quizás por eso yo admiro tanto a los grandes escritores del siglo XIX. Fueron grandes escritores, fueron muy rigurosos, muy audaces, fueron temerarios en sus fantasías, en sus invenciones. Pero nunca olvidaron que la literatura es comunicación, que la literatura tiene que conquistar un público para realizarse. Y por eso los grandes libros del siglo XIX fueron leídos por enormes masas de lectores y pueden serlo hoy en día también. Entonces, creo que si queremos que la literatura llegue a mayor número tenemos que hacer un esfuerzo concertado, no solamente las instituciones, los gobiernos, los lectores, sino también los propios escritores.
Una pregunta de curiosidad. ¿Usted se siente más peruano o más español? ¿Me gustaría saber si usted se atrevería a escribir una obra literaria sobre el caso de Uchuraccay y si usted seguiría manteniendo la conclusión fundamental a la que llegó en ese caso de que los campesinos asesinaron a esos ocho periodistas y nada tuvo que ver el (…) fiscal. Y otra de curiosidad, ¿hasta que grado usted admiró a Fidel Castro y por qué después usted no le quiere ver más o se volvió enemigo?
MVLL: Yo soy peruano porque nací en el Perú y porque los años de mi formación, que son fundamentales para un escritor, los viví en el Perú y eso hace que me sienta peruano. Soy también español gracias al gobierno de Felipe González al que le estoy muy agradecido porque me dio la doble nacionalidad y se la dio también a toda mi familia cuando estuve a punto de quedarme convertido en un paria por la dictadura del señor Fujimori, que yo criticaba y que pretendió castigarme privándome de la nacionalidad peruana.
Ahora, aun si bien España no me hubiera dado la doble nacionalidad yo me sentiría español por la gratitud y el cariño que le tengo a España. Yo no sería lo que soy como escritor sin el inmenso estímulo, sin la fantástica amistad, simpatía que yo he recibido en España, de editores, de críticos, de lectores y además, de la inmensa cantidad de amigos que tengo en España. Desde luego no veo absolutamente ninguna incompatibilidad en sentirme peruano y en sentirme español.
Imagínese que también me siento un poco francés. Los siete años que yo viví en Francia fueron años que me hicieron inmensamente feliz. Lo que yo aprendí en esos siete años, en los sesenta, una época magnífica para vivir en París leyendo una literatura que yo empecé a admirar desde que era muy niño, codeándome con algunas de las grandes cabezas de nuestro tiempo, es algo que a mí me ha enriquecido extraordinariamente la vida. Por eso también me siento un francés. Pero también me siento un inglés, imagínese usted, porque admiro enormemente a ese país. Yo fui a enseñar allí, enseñé en la universidad y, aunque es mucho más difícil integrarte, incorporarte a la sociedad inglesa que a la española o a la francesa, en Inglaterra yo aprendí a amar la libertad y la democracia, y la coexistencia en la diversidad, algo que el maravilloso pueblo inglés practica desde hace cientos de años. Entonces mi gran amor por la libertad y mi profundo desprecio por los dictadores, por los fanáticos y los intransigentes, y por quiénes creen que existe una verdad única y están dispuestos a imponerla por la fuerza se la debo en gran parte a Inglaterra, a sus pensadores, y a la manera como Inglaterra practica la coexistencia en la diversidad. Y por eso me siento, incluso, un poco inglés.
Imagínese que me siento también un poco norteamericano. Porque en Estados Unidos, aunque hay muchas cosas que yo critico –por ejemplo, la existencia de la pena de muerte contra la que yo estoy– me parece una sociedad profundamente democrática. Y no sabe usted como desearía que mi país, el Perú, estuviera tan impregnado de esas costumbres democráticas que yo he visto practicar al pueblo norteamericano. He visto, por ejemplo, cómo los inmigrantes, compatriotas suyos y míos, peruanos que van allá y que van a limpiar cocinas o a fregar pisos, en una generación se convierten en profesionales y pueden incluso llegar a ocupar importantes cargos públicos.
Hace pocas semanas yo estuve en Atlanta dando conferencias en la universidad de Emory y muchos peruanos que asistían a mis conferencias me presentaron muy orgullosos a un peruano que había llegado a Atlanta a los 16 años, un hombre muy modesto, un muchacho muy modesto y que ahora era juez elegido por los votantes de Atlanta en la corte superior, es decir, una autoridad, alguien de una enorme importancia. Ese peruano había llegado a ocupar ese cargo por la extraordinaria movilidad que tiene la sociedad democrática norteamericana.
O sea que, resumiendo, yo me siento un ciudadano del mundo y una de las cosas que más odio, porque creo que es una de las fuentes mayores de las guerras internacionales y de las guerras civiles, es el nacionalismo; esa visión absolutamente obtusa y estrecha de lo que es la realidad.
La humanidad es mucho más rica que esa pequeña humanidad contenida dentro de las fronteras de un país. Y el nacionalismo ha sido siempre un pretexto extraordinario para justificar el armamentismo en el caso de América Latina, la fuente de las guerras que nos han empobrecido, que han impedido que nosotros nos integremos –como lo está haciendo Europa, por ejemplo, y nosotros hemos sido incapaces de hacerlo por el nacionalismo– ha sido el pretexto que han utilizado los dictadores para instalar regímenes autoritarios. Entonces por eso combato el nacionalismo y cuando alguien viene, de alguna manera, a utilizar argumentos nacionalistas para tratar de callarme respondo con la energía que usted ve.
Respeto lo que usted dice sobre Uchuraccay. Tengo la impresión de que usted no ha leído las conclusiones de la Comisión de la Verdad, una comisión integrada por gentes muy prestigiosas, casi todas ellas de izquierdas, gentes con las que yo he tenido muchas polémicas justamente en la época de Uchuraccay. Una comisión que ha concluido, después de exhaustivas investigaciones, que las conclusiones de la comisión de la que yo formé parte, eran absolutamente exactas y que los periodistas que fueron asesinados de esa manera terrible lo fueron por los campesinos de Uchuraccay, víctimas de un malentendido monstruoso, exactamente como descubrimos nosotros en esa comisión. De tal manera que esas conclusiones, no solo me atrevería a confirmarlas hoy en día, son conclusiones que las ha confirmado una comisión que ha trabajado con equipos, con apoyos que nosotros nunca tuvimos, y no ha descubierto una sola de las muchas conclusiones que nosotros sacamos a ese respecto que fuera inexacta o que reflejara una mentira.
La última pregunta es si yo escribiría una novela sobre Uchuraccay. Ya la he escrito, ya he escrito varias. Usted está mal informado sobre lo que yo escribo. ¡Léame!
MVLL: Mire, yo critico el indigenismo convertido en una ideología política que presenta como la auténtica, la genuina nacionalidad de los países andinos, exclusivamente a los indígenas. Esa me perece una ideología racista, además de inexacta. Es falaz sostener que sólo los indígenas son los auténticos ciudadanos de Bolivia, de Perú y Ecuador; desde luego es absolutamente falaz. Una de las riquezas de nuestros países, ciertamente en el mío, es la extraordinaria diversidad racial y cultural. Se puede ser peruano de muchísimas maneras, siendo indio, siendo blanco, siendo negro, siendo chino. La sociedad peruana, como la sociedad latinoamericana, si es algo, es fundamentalmente mestiza porque desde que su suerte, de alguna manera se articuló con la de occidente y la de Europa hace quinientos años, hemos seguido recibiendo multitud de inmigraciones que luego se han integrado totalmente a nuestros países.
Creo que plantear el problema social, económico de nuestros países desde el punto vista, y desde la perspectiva puramente racial, no solamente es peligroso, sino que es absolutamente inexacto, nos conduce a la más absoluta confusión. La verdad es que lo que nosotros somos es muchas cosas a la vez, y ésta es una riqueza. La sociedad india representa un componente importante y fundamental, pero ni siquiera la sociedad india tiene la homogeneidad con que quieren presentarla los ideólogos indígenas. Es una sociedad que está profundamente dividida y estratificada como lo están las otras sociedades.
El tema de la injusticia, el tema de la explotación, el tema de la marginación es un tema de inmensa actualidad y una problemática que debe ser resuelta. Lo que yo niego es que ese tema pueda plantearse en términos estrictamente raciales. Como usted sin duda sabe la familia Humala, el clan Humala, presenta en el Perú la idea de dos nacionalidades, una nacionalidad auténtica, genuina, que sería la cobriza y otra nacionalidad que sería la de los peruanos de segunda clase, los que no son cobrizos, es decir los blancos, los negros, los chinos, y etc. Serían ciudadanos que tendrían algunas prerrogativas pero no tendrían el derecho de considerarse ciudadanos a parte entera. Bueno, pues eso es puro racismo, eso debe ser combatido porque el racismo es una forma de exclusión y de violencia social. Esa es la idea que tenían, por ejemplo, los nazis: una sociedad de arios y esa era la sociedad auténtica, pura, representativa de Alemania, y los demás eran ciudadanos de segunda clase, razas inferiores. Eso es lo que estamos suscitando con esa versión tan absolutamente excluyente de lo que es el indigenismo.
Eso lo combato y lo voy a seguir combatiendo porque creo que eso nos conducirá, no a resolver los problemas de beneficio social, de pobreza y marginación en América Latina, sino multiplicará esos problemas incentivando una especie de guerra racial, como si no tuviéramos ya bastantes motivos para provocar división, pobreza, sufrimiento y violencia, añadir todavía la guerra racial y la división racial en América Latina. Ciertamente esa no será jamás una política que yo pueda defender y tengo la esperanza de que ni los bolivianos y ni los peruanos y ni los ecuatorianos la defiendan tampoco.
Mire, hay muchas cosas que yo admiro de Estados Unidos y algunas de ellas ya las he dicho, hay muchas cosas que yo critico de Estados Unidos, por ejemplo con motivo o partir de los grandes atentados del 11 de septiembre y del 11 de marzo ha habido una política antiterrorista que ha llevado muchas veces a Estados Unidos a violentar los derechos humanos. Desde luego, eso tampoco es aceptable ni en Estados Unidos ni en ningún otro país y yo he sido uno de los primeros en criticar, por ejemplo lo de Abu Graibh de una manera muy clara y enérgica como lo han criticado en el seno de la sociedad norteamericana gran cantidad de norteamericanos y entre ellos los principales periódicos de Estados Unidos, los periódicos liberales como el New York Times y el Washington Post. Yo no digo que la sociedad norteamericana sea perfecta ni muchísimo menos. Creo que es una sociedad imperfecta, pero desde luego mucho menos imperfecta que cualquier sociedad dictatorial.
Haciendo referencia a la pregunta de Uchuraccay como peruano que soy es muy difícil aceptar la investigación basada en hechos tan alejados. Es muy difícil para nosotros los peruanos creer la versión del gobierno con toda la opresión que ejerce desde hace mucho tiempo. En fin, mi pregunta es la siguiente: De acuerdo a la evolución política que se está dando en Latinoamérica hace poco leí que la nacionalización y la expropiación de las empresas bolivianas y extranjeras de los productos minerales y naturales de ese país, algo que sin duda sería una consecuencia bilateral del gobierno de Ollanta Humala, quisiera saber cuál es la condición y si es que no gana Ollanta Humala, ¿a quién apoyaría? ¿A Alan García?
MVLL: Mire, yo estoy en contra de las nacionalizaciones y lo estoy entre otras cosas porque soy peruano y porque he vivido lo que significó para el Perú la nacionalización de la mayor parte de las riquezas públicas durante la dictadura militar del general Juan Velasco Alvarado. Esas nacionalizaciones fueron una verdadera catástrofe y no trajeron absolutamente ningún beneficio a los pobres y a los explotados del Perú. Sólo sirvieron para aumentar la pobreza que ya de era muy grande en nuestro país y para consolidar una dictadura que, como todo el mundo sabe, eliminó la libertad de crítica, confiscó todos los medios de comunicación y los convirtió en órganos de propaganda de la dictadura. Una dictadura de la cual el Perú salió 8 años, 12 años después –añadimos la dictadura del general Morales Bermúdez– mucho más pobre, mucho más enconado de lo que había sido antes de que esa dictadura se instalara.
Entonces las nacionalizaciones no traen la prosperidad de los países, y esa es la razón por la que yo, desde luego, las critico. Eso no significa que un gobierno democráticamente elegido no pueda, si tiene el mandato de los electores para hacerlo, nacionalizar. Desde luego, puede hacerlo, sin ninguna duda. Eso en sí no es una medida antidemocrática, sí es una medida que va tener consecuencias económicas muy negativas, consecuencias que van a perjudicar sobre todo a los pobres. Es una gran ingenuidad y sobre todo es una gran quimera respecto a las lecciones de la historia creer que transfiriendo el control de los medios de producción de la sociedad civil, de la empresa privada, al estado, va a mejorar la condición de los pobres y automáticamente va a surgir la prosperidad. No hay un solo caso en la historia que favorezca esa tesis. Y lo que es extraordinario es que sí hay todos los casos contrarios que demuestran que no es así.
Esa es la razón por la que yo pienso que las nacionalizaciones son equivocadas y mucho me temo que las nacionalizaciones que ha hecho el presidente Evo Morales en Bolivia –para la cual, a diferencia de Velasco Alvarado, él sí pidió un mandato electoral– van a tener las mismas consecuencias que tuvieron las nacionalizaciones en el Perú durante la dictadura del general Velasco que, como es sabido, lo ha dicho con sus propias palabras, es el modelo, el mentor del candidato Humala. Por eso no voy a votar por él. Es un candidato que admira a Hugo Chávez y admira a Velasco Alvarado, es decir a dos dictadores, y yo estoy en contra de las dictaduras. Creo que si el comandante Humala gana las elecciones las posibilidades de supervivencia de la democracia en el Perú son muy escasas.
Por eso le diré que con el dolor de mi alma, creo que el mal menor en este caso es Alan García. Como usted seguramente sabe, Alan García no es santo de mi devoción, nadie ha sido un crítico más severo que yo de lo que fue el gobierno populista de Alan García, y los grandes desastres que trajo al Perú. Pero, ese gobierno es un gobierno que respetó la democracia, respetó la libertad de prensa, respetó las elecciones, y a los cinco años presidió unas elecciones que fueron limpias y entregó el poder. Sólo ese hecho ya hace que, comparado con un candidato como el comandante Humala, Alan García sea el mal menor y es por eso que yo he escrito un artículo explicando por qué creo que en estas elecciones no hay más remedio, si queremos salvar la democracia, que tenemos que votar por Alan García.