Callar para ser admisibles

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Hay una especie de resignación en pensar sobre aquellas cosas que no podemos alcanzar. Nos duele saber que es verdad, pero no gastamos energías ni esfuerzos en luchar por ello. Es aún más desgarrador saber que hay algo que está ante nuestros ojos, que lo tenemos al alcance de la mano, quizás nos separa un simple cristal del objetivo a alcanzar, y sin embargo no podemos llegar a él aunque sepamos que tenemos acceso y derecho a él.
La comunidad cubana en el exilio está revolucionada.

El escritor Hector Ramírez, autor del libro Cuba, un pueblo esclavizado y actualmente exiliado en Chile, ha sido despojado de su derecho a entrar en la isla. El gobierno cubano le ha aplicado la norma en el momento en que quiso visitar a su madre moribunda, pero es extensivo a toda la vida del escritor o del sistema. Lo más desagradable de su caso es que hizo toda la tramitación que exigen las autoridades cubanas para entrar en la islita infernal: solicitud y pago del pasaporte, solicitud del visado de entrada exclusivo para los cubanos, pago del billete de ida y vuelta. Estando en la aduana, en el chequeo rutinario de admisión, le negaron la entrada por ser un elemento subversivo. Parece increíble que haya tantas voces sorprendidas por el hecho.

Es el sistema comunista, el único que existe y que ha existido; no vale la pena que nos rompamos la cabeza con peregrinas teorías sobre descarrío de la idea original: es el único comunismo posible, el mismo que hace diccionarios de escritores donde no aparece Guillermo Cabrera Infante, uno de los tres únicos premios Cervantes cubanos de la historia, el mismo comunismo que impidió a Celia Cruz la entrada para despedir a su madre en el lecho de muerte, el mismo sistema que permitió el hundimiento del remolcador 13 de marzo, donde murieron cerca de 40 personas inocentes, sin castigo para los verdugos.

Es el gobierno cubano, el único desde hace 50 años, el del lavado de cerebros, de los fusilamientos a opositores, de los presos por tener dólares en los bolsillos, por ser homosexual o religioso practicante. ¿De qué nos sorprendemos?

Hector Ramírez es uno más de los miles de exiliados cubanos que no podrán contar cómo tuvieron la mano de su madre en sus manos mientras se despedía, que no podrán estrechar la de un amigo o beber una cerveza con el vecino en el portal de su casa. Y no por decisión libre si no porque alguien ha decidido que no es merecedor de ello, por traidor a su patria. Por desgracia no es el primero y no será el último. No debemos olvidar que el estado cubano no reconoce el derecho de ninguno de sus ciudadanos a tener otra nacionalidad. Para ser tolerable a los ojos de la izquierda cubana hay que estar libre de otras raíces, poseer un pasaporte cubano inmaculado y hablar de la revolución tanto como los moluscos. Esperemos un poco, ya habrá más momentos para sorprendernos.

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