Kota Koti. Entre la inocencia y el juego sexual

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blankNo existen prácticamente normas claras para la red. Por lo menos no las había hasta hace muy poco. Es ahora cuando en medio mundo desarrollado –donde realmente estas cosas empiezan a tener importancia– están cayendo los mitos de la infalibilidad del mundo libre y sin barreras de Internet.

La libertad total sabemos todos que no existe. El ser humano es diverso, múltiple y pasional, capaz de las más bellas y sugerentes obras de amor, como de las más odiadas acciones de maldad. Estamos obligados a convivir con normas, regulaciones, restricciones y hasta represiones de ciertas independencias, para poder disfrutar de la libertad y la responsabilidad personal sin invadir y hasta quitar el espacio personal de los demás. Así ha sido, y así será siempre, nos guste o no.

Probablemente sea un poco duro con lo que voy a exponer teniendo en cuenta que soy un apasionado de las redes y de la libertad que ofrece llegar al otro lado del mundo con este mismo texto colgado en mi espacio sin que tenga verdadero poder para controlarlo.

El fenómeno Kota Koti, (Dakota Rose Ostrenga) una chica de entre 16 y 18 años que desde los 14 se ha convertido en una de las historias más buscadas y seguidas de Internet, me entristece y alarma a la vez. Y me sorprende que haya tan pocos escandalizados como yo.

Escuché de pasada este cacofónico nombre artístico –si es que se puede llamar arte a lo que hace– en alguna noticia, (quizás en la radio, pues no vi su rostro entonces) pero no pude resistirme a saber qué tenía de especial aquella niña que, al parecer, grandes masas de internautas aclamaban desde sus predios.

Lo dicho, me entristeció. Su rostro angelical, casi inocente, más parecido al de una muñeca de porcelana del universo Anime llamó mi atención en primera instancia. Era como una Barbie real, un rostro cincelado por Dios para fraguar un ser humano que se parezca a una imagen de aquello que el propio ser humano se inventa como ideal.

Sí, es verdad que tiene un rostro perfecto, si hablamos de equilibrio en sus facciones, si entendemos la belleza como la armonía de las medidas donde nada desentona porque un artesano divino se ha tomado el trabajo de esculpir cuidadosamente cada paso.

Pero la tristeza no dejó de invadirme por ella y por el ser humano.

Más allá de las medidas casi perfectas y la natural belleza de su rostro, (evidente incluso debajo de un maquillaje adredemente forzado) hay una intencionalidad casi malsana de explotar unas normas, no fijadas pero por todos conocidas, de un juego sexual que va desde la ingenuidad de muchos hasta la pederastia de unos pocos.

No pude dejar de sentirme triste pensando en las hijas de amigos, o si tuviera una propia. Y sé que es contradictorio; soy firme partidario de la libertad hasta el grado que mucha gente tildaría de cínica, dado que nada me impide comprender que alguien explote aquello que mejor sabe o tiene en su poder, sea desde la capacidad para ejecutar piezas musicales, hacer mesas de madera que deslumbran o manejar como nadie los resortes del placer del sexo.

Pero Kota Koti, me hizo reflexionar sobre el público que la sigue, que supongo irán desde inocentes freaks del mundo asiático hasta babosos maníacos sexuales que deben tener los discos duros plagados de sus fotos en posturas sensuales que casi incitan al sexo sin barreras.

Repito, disculpen si soy un poco duro, y si doy la impresión de que es mi mente la que ve cosas que no debe ver, pero este fenómeno de la Barbie-anime-porcelanoide me amarga profundamente. Nada indica que una chica de 18 años, sin formación ni experiencia vital demostrada, pueda dar clases de belleza o cuidado del pelo sólo porque el azar, Dios o la cabrona naturaleza le ha dado unas medidas sin incorrecciones (quizás hasta casi perfectas) en el rostro.

Y menos lógico aún es que tenga cientos de seguidores en todo el mundo que siguen sus comentarios mientras se refocilan con sus fotos y vídeos entre inocente y provocativos, creando además un ideal de belleza imposible que hará infelices a cientos de adolescentes –y probablemente a ella misma cuando llegue a adulta– en todo el mundo cuando descubran la decepción de la verdad.

Me pregunto dónde estarán sus padres.

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