No al pícaro, sí a la Picaresca

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Si en algún momento digo: Tenemos nueva polémica en las redes tiene poca sustancia porque en este mundo del clic, en una sociedad de cristal plagada de ofendiditos, saltan polémicas casi todos los días. Si me estás viendo o leyendo en algún momento del futuro te estás enterando que en enero de 2021 un grupo de políticos españoles se saltó el protocolo establecido para vacunarse contra el coronavirus que puso en jaque a la humanidad en 2020 y 2021.

Pero la polémica a la que quiero referirme no es si los políticos tienen o no tienen derecho a vacunarse, no me interesa aquí, porque no hablaremos de política, al menos de forma directa.

Nos interesan aquí la literatura, el cine, las series, los idiomas, el lenguaje, el arte en general. Quiero referirme, en este caso concreto, a la polémica que salta cuando alguien usa el término pícaro, para referirse a este tipo de actos inmorales o ilegales.

De manera habitual, cuando en España, mi patria adoptiva, alguien se salta la ley se suele establecer un paralelo con el término pícaro, lo cual tiene sentido. Pero lo que sorprende es que, a la vez, se considera que llamar pícaro a alguien, suaviza o matiza la naturaleza ilegal o inmoral de la falta cometida; lo cual es interesante porque la definición original no tiene este matiz.

Cada vez que alguien se refiere a la picaresca, como forma de caracterizar a estos que comenten la falta o delito, alguien se molesta porque consideran que existe una rebaja natural de dicha infracción, negligencia o engaño.

“Picaresca es saltarse la cola en la panadería, esto no es picaresca, es sinvergonzonería pura y dura de estos que juegan a la ruleta rusa con la vida de ancianos y sanitarios”, dicen los que se molestan con el uso de este vocablo. Y tienen razón en su indignación por el hecho en sí, pero no por el uso de la acepción de pícaro.

Lo primero sería establecer, entonces, ¿Es correcto o adecuado usar la definición de picaresca en este caso? ¿Qué es un pícaro?

El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española recoge en la página 1750 que lo picaresco y la picaresca en su primera acepción es “Perteneciente o relativo a los pícaros.”[1] Y refiere al pícaro como “listo y espabilado”[2].

Si nos quedamos aquí, parecería poco serio definir como pícaro a quien se salta la ley para vacunarse cuando no le toca, por grandes o justificados que sean los motivos para hacerlo, pero es que en las siguientes acepciones un pícaro es un “Tramposo, desvergonzado, dañoso y malicioso”[3], e instituye como sinónimos: “bajo, ruin, falto de honra y vergüenza, astuto y taimado, persona de baja condición, astuta, ingeniosa y de mal vivir”.

Probablemente tienes ahora mismo en tu cabeza alguien a quien conoces, pero vamos a lo nuestro.

¿De dónde viene entonces esa suavización del término? ¿Desde cuando se ha establecido que un pícaro puede tener cierta gracia o justificación de sus actos?

Y he aquí lo que nos interesa. El poder de la ficción, la capacidad de la novela, el cine y ahora las series, de crear una realidad que no existe e influenciar a la realidad verdadera.

Hablamos de la picaresca como género literario, o mejor, como un tipo de novela dentro del género más amplio de la novela. La novela picaresca surgió en los siglos XVI y XVII y relataba, casi siempre en primera persona, las aventuras de un personaje astuto (pícaro, obviamente) desde un punto de vista desconsolado y triste de la sociedad.

El género es fundamental en la historia de la literatura universal y si aún no has leído La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades (1554), te envidio, porque las emociones que sentirás mientras realices tu primera lectura de esa obra, ya no las puedo vivir yo. Personajes como el Lazarillo, Guzmán de Alfarache o Pablos, el buscón creado por Francisco de Quevedo, han creado una frontera en la literatura, personajes con marca de antihéroes, contrarios a los hidalgos de las novelas de caballería. Estos personajes de pícaros, son gente sin origen noble, pobre, maltratados por la sociedad, y que cuentan, en estas falsas biografías, a veces con intenciones moralizantes, su desafortunada vida.

El poder de crítica social de este tipo de novela hacia la sociedad fue tan fuerte, que marcó, no sólo la forma de escribir durante un largo tiempo, si no también a la propia sociedad que intentaba criticar. Como pasa muchas veces, la percepción del público, la acogida que tiene la ficción, sea novela, serie o filme, es algo que no puede controlar del todo un creador de ficción.

Este fenómeno es difícil de calibrar y establecer, pero hoy, distanciados temporalmente, es posible apreciar que determinadas novelas o películas condicionaron visiones de la sociedad hacia fenómenos que estas vivían. Suelo repetir con cierta obsesión el ejemplo de una novelita menor, de Harriet Beecher Stowe, La cabaña del tío Tom, cuya publicación, hizo a muchos lectores, especialmente lectoras, comprender que la esclavitud era un fenómeno execrable al que debían prestar atención.

De la misma manera, el origen humilde de los personajes de la novela picaresca, la forma en la que tuvieron que buscar soluciones para sobrevivir en ambientes alienantes y poco favorables, hizo que la sociedad terminara por comprender, y hasta perdonar, sus maldades de pícaro, como más tarde, comprendían al robagallinas durante los primeros años del franquismo y como en algunas sociedades donde hay escaseces, se utilizan eufemismos para llamar al ladrón o al acto de robar.

Nos fijamos en este fenómeno: la ficción que condiciona o determina algún aspecto de la sociedad, que nos hace mirar, desde una realidad imaginada, hacia esquinas concretas del mundo donde vivimos, a los cuales, de forma general, no miramos, y que provoca reacciones ilógicas o razonables, pero reacciones al fin, porque nos enseña que la realidad que existe, tiene puntos oscuros que deberíamos corregir.

Sí, ser pícaro no tiene ninguna elegancia, ni es moral ni ético, ni suaviza la maldad de quien comete la picardía. Pero reivindiquemos la fuerza de la ficción, la idea de que exista un término como picaresca, que ha creado un género, una escuela y toda una forma de comprender el mundo. Aunque a veces, como en este caso, nos cree una ambigüedad como sociedad, porque tras esa ambigüedad, podría estar, también, alguna forma de justicia.

[1] Real Academia Española (Madrid), Diccionario de la Lengua Española (Madrid: Espasa, 2001), 1750.

[2] Ibid.

[3] Ibid.

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