El presidente de los Estados Unidos de Norteamérica se ha conducido de forma educada al llamar hipócritas a los izquierdistas carnívoros del grupo del ALBA.
La hipocresía está considerada en algunos grupos sociales como parte de la educación formal, argumento que se repite en las calles de Cuba como una crítica a quien no la ejerce. Pero es cierto que hay entornos concretos (grupos de poder, centros de trabajo, fiestas protocolarias) donde la hipocresía es un medio de vida.
Los políticos son probablemente los más hipócritas entre los hipócritas. No está expresado como una crítica, sino constatando un hecho. Es casi imposible tener amigos en política, sino más bien aliados, y oponentes a los que se saluda con hipocresía porque decirles la verdad perjudicaría los intereses del país de quien se atreviera a decir la verdad.
Barack Obama, con su excesiva sobreexposición pública, es probable que se haya pasado de sincero al llamar hipócritas a los que critican a él y a su país por no intervenir en la crisis hondureña.
Pero esa sinceridad pone en la mira de la opinión pública un tema interesante de las relaciones de Estados Unidos y América latina: la intervención –o no intervención– en los asuntos internos de los países.
Es inquietante que quienes llenan discursos de la retórica antiyanqui para enardecer a sus correligionarios sean los mismos que ahora critican a los Estados Unidos por lo contrario. Pero Obama ha sido educado hablando de hipocresías y al no criticar de forma directa lo que en realidad mueve a estos presidentes carnívoros: hacer todo lo que les beneficia y jamás el bien del común.
En una democracia un presidente llega con los votos de parte de los votantes pero debe gobernar para todos. Esto es imposible en este nuevo socialismo que pretenden los Chávez, Correa y Morales que necesitan del enfrentamiento y la división de los oponentes para poder mantenerse en el poder.
Si ahora ponen el grito en el cielo por la supuesta pasividad norteamericana –supuesta porque el gobierno de Estados Unidos ha condenado la situación hondureña y se ha puesto de parte de Zelaya en esta crisis– es porque lo más importante para estos socialistas del siglo XXI no es reponer a Zelaya en el gobierno sino crear un estado de opinión necesario para ahondar aún más en la mentira de que Estados Unidos es la nación agresiva que impide las democracias en América Latina para, de forma circunstancial, atraerse a la parte de la sociedad que aún se la cree.
La política norteamericana de los años 60, 70 y parte de los 80, sin duda contribuye a que hoy exista esa fobia antiyanqui en la región. Aquella política insensata de los “malos necesarios” quedó superada por la realidad con la caída del muro de Berlín, y fue dejada atrás por los sucesivos gobiernos de la nación del norte.
Hoy algunos izquierdistas de corte más vegetariano como Lula da Silva o Michelle Bachelet han comprendido que el enfrentamiento con el país del Norte es una postura ideológica poco pragmática e insensata que no tiene validez geopolítica.
Estados Unidos es un aliado –que no amigo– de América latina. No hay negocio más rentable que el que se mantiene con la potencia del norte por costes de viaje, materia prima, inversión de recursos. Si algún gobernante americano mantiene esta retórica antiyanqui que permite criticar una postura y su contraria es por bajos intereses políticos de corto plazo que están cayendo en el pozo del olvido, y que dejará de tener vigencia en la medida en que Estados Unidos mantenga su política actual de mirar sin intervenir de forma directa.
No existe gobierno en América latina que haya azuzado más a sus ciudadanos contra Estados Unidos de Norteamérica que el gobierno cubano. Desde el miedo a la intervención militar y la mentira del apoyo a grupos violentos contra Cuba, culpabilizar al vecino del norte de plagas, atentados, epidemias, etc, todo ha sido poco para mantener el odio del cubano de a pie hacia su vecino y aliado de toda la historia.
Luego de 50 años de esta retórica mentirosa e interesada, es muy posible que no exista una nación más pronorteamericana que la cubana. El cubano se muere por el cine de Hollywood, añora McDonalds, Coca Cola y el resto de productos de la sociedad norteamericana, viste su ropa, intenta repetir en Cuba su estilo de vida, y hasta la bandera de las barras y las estrellas es motivo de buen gusto en la moda de muchos cubanos. El primer sitio al que piensan escapar los cubanos que se cansan del sistema comunista es “La Yuma”, nombre popular de la nación vecina. Y así con todo.
La realidad, la más cruda realidad es que las buenas formas del presidente de los Estados Unidos han dejado en evidencia la verdad de una estrategia maliciosa y embustera que podrá ganar adeptos temporalmente, pero a la larga, no servirá de nada.