La foto que acompaña este texto es tan sólo la del llanto de un negro. Eso, más o menos, debió pensar una periodista que presentaba en una cadena española la noche de las elecciones en Estados Unidos. La guapa rubia no había visto en su hacer profesional el rostro del hombre negro que intentó, por dos veces, lo que ahora logró Obama. Los ojos del antiguo colaborador de Martin Luther King, el reverendo Jesse Jackson, anegados por la alegría es una de las imágenes de las elecciones americanas que quedará para siempre en la historia de la humanidad. No será la única; ahí están también las lágrimas de una anciana que responde al nombre de Christine King Farris, la hermana del King. El común denominador era el azabache, el color negro de la piel del presidente electo. Como contrapartida, la cara aún más amable del supermartes, la alegría de miles de blancos ante el discurso del hombre negro.
¿Es realmente tan importante el color de la piel del presidente norteamericano? No caigamos en el facilismo de decir que Barack Obama, es “casi blanco”, que su educación es pija, que ha sido criado entre algodones. Probablemente sea esto cierto, o parte de ello, pero no invalida lo fundamental: un hombre que no es de raza blanca es el próximo presidente de los Estados Unidos, el mismo país donde hace cincuenta años -nada en términos históricos- un negro no podía, por ley, sentarse junto a un blanco en un autobús.
Desde ese punto de vista la elección es histórica -sin abusar del término, como es usual- aunque también lo hubiese sido si el presidente electo fuera mujer -casi con Hillary- o si el segundo al mando del presidente hubiese sido Sarah Palin. Recordemos que Barack Obama nació en 1961, y sus estudios los realizó inmerso en un país donde las oportunidades reales para un negro no eran las mismas que para un blanco. Obama no es el Angry Black Man -que sí fue Jesse Jackson reinvindicando los derechos de los negros desde una postura dura- que atemoriza a la sociedad blanca de la Norteamérica profunda, es el Self Made Man que se ha levantado sobre los obstáculos para cumplir su sueño.
Imaginemos, por un segundo, que Barack Obama hace una política como la de cualquier otro presidente demócrata de piel blanca, incluso demos por sentado que su mandato sea un total fracaso. Aún en esa hipotética -no imposible, a pesar de la herencia dejada por George Uve Doble- circunstancia, el valor simbólico y la trascendencia histórica de su presidencia quedará vigente.
Negros decidiendo el destino de la nación más poderosa del mundo ya hubo: Colin Powel, como asesor de Defensa con Reagan, y como Jefe del Estado Mayor y Secretario de Defensa con los dos Bush, y la otra es Condoleezza Rice, actual Secretaria de Estado del país, pero Barack Obama es el primero avalado por las urnas. Sin la labor y el trabajo de Rice y Powel probablemente no habría un Obama. Aquellos sentaron un precedente: la capacidad personal y el talento no son grapas en el genoma blanco ni polvo que se esparce de un silbido en el negro. Obama demuestra a sus semejantes que el victimismo y la rebelión absurda contra las leyes no cambian al tío Sam por el tío Tom, sino más bien lo ponen en guardia contra el tío negro.
Las encuestas van desvelando que Obama puede haber ganado por ser negro, pero llama mucho la atención el respaldo obtenido entre los blancos, que también lo pueden haber votado por lo mismo. Sin embargo, solo con el voto no blanco no hubiese ganado, y él lo sabe. Si ha ganado es porque no se ha presentado al electorado como negro. Lo poco que ha adelantado de su futura administración, nos deja claro que los motivos raciales no serán una prioridad. En cada polémica o debate en que he estado sobre las elecciones americanas he repetido lo mismo: Barack Obama gobernará como cualquier otro presidente demócrata americano; centrado en las cuestiones internas y menos en la política exterior. Se lo exige la situación actual de esa nación.
Hay motivos para creerlo. Su discurso de la noche del supermartes está plagado de referencias y citas directas de Ronald Reagan, Bill Clinton y Madeleine Albright: curioso, un demócrata y dos republicanos. Y en sus discursos anteriores ha dejado clara su postura en cuestiones que no van a cambiar de la política de su país: como la presión a regímenes totalitarios o que sean una amenaza para la paz mundial. Su primer paso fue nombrar como Jefe de Gabinete -la mano derecha del presidente- a Rahm Emanuel (Rahmbo Emanuel, le llaman quienes le conocen), casi un perro de presa de malas pulgas y eficaz en su labor en la administración Clinton. Quienes creen que Barack Obama ha llegado para ser la cara amable de una administración dulce e idealista están equivocados. Esperemos que además de la trascendencia de su nombramiento nos quede un futuro de su legado.