Rubicon. Decisiones mortales y manchas que no desaparecen

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¿Alguna vez te has visto obligado a tomar una decisión justa, correcta, pero que entra en contradicción con las creencias morales y éticas que tienes? No sé si todos alguna vez pasaremos una experiencia igual, pero no es muy difícil asumirlo.

La reflexión llegó tras ver el capítulo cuatro de una serie que quedará como un recuerdo de culto para unos pocos aburridos como yo. Se trata de Rubicon, donde un grupo de analistas independientes del gobierno norteamericano, intentan tomar la decisión sobre si un terrorista estará en un sitio concreto un día en específico porque los servicios de inteligencia del gobierno pretenden eliminarlo.

Muchas de las mejores obras de ficción a lo largo de la historia, han sido aquellas que precisamente ponen en tela de juicio valores que creemos firmemente afianzados; lo hacen con alguno de sus personajes, pero a través de él, también remueve el suelo moral de los lectores-espectadores.

Yo he sido testigo de varios asesinatos (Raskolnikov a la vieja usurera, Grenoille a varias mujeres, Bruto a Julio César o el mismísimo Macbeth), he vivido en primera fila el ascenso de malvados (Yago, Drácula, Hannibal Lecter, Mr. Hide) y, como es lógico esperar en la literatura, no siempre he estado contra ellos.

Cuando un autor (escritor, director o guionista) nos pone en la tesitura de aprobar, o cuando menos comprender, las razones de un malvado o un asesino -aunque sea circunstancial- es que ha logrado trastocar nuestras más profundas convicciones. ¡Esto es admirable desde el punto de vista de la ficción! Por más reprobable que sea desde el punto de vista humano.

Pero una cosa es la ficción y otra la realidad, donde es más difícil aceptar estas agudezas morales. Los tres personajes de Rubicon que deben decidir si el terrorista estará donde creen, no son militares; Tanya, Grant y Miles, son civiles que manejan información, que tienen contactos y tecnología puntera, que investigan hechos, personas, circunstancias. Son individuos inteligentes, que manejan datos, relacionan informaciones inconexas y encuentran puntos de unión entre personas que son un peligro para la seguridad de Estados Unidos y del resto de Occidente. Al final el objetivo fundamental es ese: que el gobierno americano cuente con mayor información a la hora de tomar decisiones, no siempre políticas.

Pues el guion es tan bueno y las escenas están tan bien logradas que puedo asegurar que estuve en la piel de los tres personajes mientras tomaban decisiones. Aquí advierto, tengo natural predisposición a que me gusten las teorías de la conspiración, pero apenas me creo ninguna. Quizás por ello viví con tanto entusiasmo todo el proceso hasta que encuentran un consenso.

Cuando en este capítulo veo las indecisiones de los personajes por saber si tienen suficientes pruebas para dar su visto bueno al bombardeo con el que piensa el gobierno eliminar al objetivo terrorista, no pude dejar de verme a mí mismo dudando si aprobar la decisión.

Quizás, y esto es apenas una teoría, hubiera hecho exactamente lo que dice Miles:

-Sé que me arrepentiré de esto, pero digo que sí. Prefiero vivir con las consecuencias de mis actos que las de mi inacción.

Hasta aquí le di todo mi apoyo, pero mi convicción a hacer algo, en lugar de no hacer nada, se vio cuestionada más tarde. Grant lleva en sus manos un sobre donde está la sentencia final que han tomado por unanimidad. Es, probablemente, una de las escenas más sugerentes de la ficción audiovisual.

Grant está vestido de traje y cortaba, avanza por el pasillo hacia la oficina de su jefe mientras la cámara lo sigue, y logro intuir que lleva en sus manos el consentimiento con el bombardeo, aunque la decisión final no la sabemos los espectadores. Por un momento se percata de que hay una mancha en su camisa, se detiene e intenta quitarla, pero la mancha no se elimina. Se da por vencido, toca a la puerta del despacho de su jefe y entra para decirle que finalmente aprueban el bombardeo.

¡Es brutal! Contada en estas pocas líneas no llega con la misma fuerza que se presenta en la serie, pero al menos intento transmitir la idea de que este hombre que tanto se preocupa por una mancha que quitará cuando llegue a su casa, es el mismo que quizás se manchará metafóricamente las manos de sangre, quizá inocente, en unas horas, quizás a la misma hora en que su mujer haga desaparecer la mancha de la camisa.

Y luego, la reacción indolente de su jefe, más ansioso por un papel en el que escribe o corrige algo, y que toma el sobre con apatía, como un trámite más, ajeno a las dudas morales que han tenido sus tres analistas, que acaban de decidir que un ser humano malvado sí, pero ser humano al fin va a morir en un bombardeo que han aprobado.

No pude dejar de sentirme pequeño, minimizado, por unos segundos como un peón inmóvil en un ajedrez del que no puedo salirme, asqueado de la especie a la que pertenezco, cuando en realidad nunca he sido contrario a luchar de todas las formas posibles contra un enemigo que no tiene piedad.

Insisto, probablemente, hubiese tomado la misma decisión, quizá no. Depende de la información que hubiese manejado en ese momento para resolver la situación. Pero la sensación de desamparo tras haber firmado la muerte de otro ser humano, por malvado que sea, fue inevitable en ese momento.

Más adelante, cuando hablan entre los tres de la decisión tomada mientras beben whisky, se acrecienta esta sensación de impotencia.

–No hay una receta especial en esta mierda. Sólo datos y decisiones –dice Grant.

-Y nosotros para unir los puntos –responde Miles.

-¿Y la moral, los valores? –pregunta Tanya.

–No es trabajo nuestro.Los valores son para los políticos, no para analistas –dice Miles de nuevo.

–Voy a emborracharme, mucho, mucho –dice finalmente Tanya, ya derrumbada y aceptando su labor.

En ese momento tuve yo también el deseo de emborracharme, a ver si lograba entender algo, o quizás, mejor olvidar lo que había visto como testigo, porque los puntos oscuros de la raza humana –que no dejan de ser humanos por muy malvados que sean– a veces cuesta asimilarlos. Lo interesante aquí es cómo la ficción sirve para cuestionar algo que está bien afincado en la realidad. Y es que la ficción es muy poderosa.

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