Decisiones que matan como manchas que no desaparecen
H. G. Quintana | abril 15, 2011
¿Alguna vez te has visto obligado a tomar una decisión justa, correcta, pero que entra en contradicción con las creencias morales y éticas que tienes? No sé si todos alguna vez pasaremos una experiencia igual, pero debe ser muy difícil.
Hace poco vi el capítulo cuatro de una serie que quedará como un recuerdo de culto para unos pocos aburridos como yo. Se trata de Rubicon, donde un grupo de analistas independientes del gobierno norteamericano, intentan tomar una decisión sobre si merece la pena bombardear a un posible terrorista del que tienen noticias estará en un sitio concreto un día en específico para eliminarlo.
Ninguno de los tres es militar, son apenas civiles que manejan información, que tienen contactos y tecnología puntera, que investigan hechos, personas, circunstancias que permiten al gobierno americano contar con mayor información a la hora de tomar decisiones, no siempre políticas.
Debo decir que estuve en la piel de los tres personajes mientras decidían. Tengo natural predisposición a que me gusten las teorías de la conspiración, pero apenas me creo ninguna. Quizás por ello viví con tanto entusiasmo todo el proceso hasta que dan encuentran un consenso.
Muchas de las mejores obras de ficción a lo largo de la historia, han sido aquellas que precisamente ponen en tela de juicio valores que creemos firmemente afianzados en nuestra vida. Yo he sido testigo de varios asesinatos (Raskolnikov a la vieja usurera, Grenoille a varias mujeres, Bruto a Julio César o el mismísimo Macbeth), he vivido en primera fila el ascenso de malvados (Yago, Drácula, Hannibal Lecter, Mr. Hide), y no siempre he estado contra ellos.
Cuando un autor (director o guionista en este caso) nos pone en la tesitura de aprobar, o cuando menos comprender, las razones de un malvado o un asesino -aunque sea circunstancial-, es que ha logrado trastocar nuestras más profundas convicciones. ¡Esto es admirable desde el punto de vista de la ficción!
Pero una cosa es la ficción y otra la realidad, donde es más difícil aceptar estos retruécanos morales. Cuando en este capítulo veo las indecisiones de los personajes por saber si tienen suficientes pruebas para dar su visto bueno al bombardeo, no pude dejar de verme a mí mismo tomando la decisión.
Quizás hubiera hecho lo que hace uno de los personajes cuando dijo:
-Sé que me arrepentiré de esto, pero digo que sí. Prefiero vivir con las consecuencias de mis actos que las de mi inacción.
Hasta aquí le di todo mi apoyo, pero mi convicción a hacer algo antes que no hacer nada, se vio cuestionada más tarde. Vi a uno de los tres personajes que lleva en sus manos un sobre donde está la sentencia final que han tomado por unanimidad. Es probablemente una de las escenas más sugerentes de la ficción audiovisual.
El hombre está vestido de traje y cortaba, avanza por el pasillo hacia la oficina de su jefe mientras la cámara lo sigue, y logro intuir que lleva en sus manos el consentimiento con el bombardeo, aunque esa decisión no se nos ha ofrecido a los espectadores todavía. Por un momento se percata de que hay una mancha en su camisa, se detiene e intenta quitarla, pero la mancha no se elimina. Se da por vencido, toca a la puerta del despacho de su jefe y entra para decirle que finalmente aprueban el bombardeo.
¡Es brutal! Contada en estas pocas líneas no llega con la misma fuerza que se presenta en la serie, pero al menos intento transmitir la idea de que este hombre que tanto se preocupa por una mancha que quitará cuando llegue a su casa, es el mismo que quizás se manchará -metafóricamente- las manos de sangre inocente en unas horas, quizás a la misma hora en que su mujer haga desaparecer la mancha de la camisa.
No pude dejar de sentirme pequeño, minimizado, por unos segundos como un peón inmóvil en un ajedrez del que no puedo salirme, asqueado de la especie a la que pertenezco, cuando en realidad nunca he sido contrario a luchar de todas las formas posibles contra un enemigo que no tiene piedad.
Insisto, probablemente, hubiese tomado la misma decisión, quizá no. Depende de la información que hubiese manejado en ese momento para decidirla.
Y más adelante, cuando hablan entre los tres de la decisión tomada mientras beben whisky, se acrecienta esta sensación de impotencia.
-No hay ideas excepcionales en esta mierda. Sólo datos y decisiones –dice uno de ellos.
-Y nosotros para unir los puntos.
-¿Y la moral, los valores? –pregunta la única mujer del grupo.
-No es trabajo nuestro.
-Los valores son para los políticos, no para analistas.
-Voy a emborracharme, mucho, mucho -dice finalmente la chica.
Creo que yo también voy a emborracharme, a ver si logro entender algo, porque los puntos oscuros de la raza humana –que no dejan de ser humanos por muy negros que sean– a veces me cuesta asimilarlos.
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