Hay varias formas de llegar a la verdad. Dice Maquiavelo:
“Y todo esto porque existen tres tipos de cerebros humanos: uno que comprende por sí mismo, otro apoyándose en el juicio ajeno, y un tercero que no comprende ni por sí mismo ni a través de los demás. El primero es extraordinario, el segundo excelente, y el último completamente inútil.” (Capítulo 22 de El príncipe).
Yo me atrevería a hacer una digresión en la frase del escritor y filósofo político italiano. En el segundo tipo de cerebro humano, aquel que comprende apoyándose en el juicio ajeno, es necesario dejar de lado las ideas preconcebidas, los prejuicios y los dogmatismos para poder aprender. De nada sirve abrirnos a formar nuestras propias ideas si nos apoyamos sólo en aquello que robustece nuestra moral, ética o forma de ver la vida.
Existe un capítulo de la serie de dibujos animados Padre de Familia (Family Guy) donde Brian, el perro hablador, novelista y con tendencias alcohólicas y de izquierdas de la familia Griffins, se escandaliza porque visita la ciudad presentando un libro, Rush Limbaugh, un locutor de radio y comentarista político de tendencia republicana. Para los amigos españoles es algo parecido a que Federico Jiménez Losantos visite Córdoba.
El caso es que Brian va a enfrentarse con Limbaugh en la presentación, y le dice todo lo horrible que le resulta su persona:
–¿Alguna vez has leído algo de lo que he escrito? –pregunta Rush Limbaugh luego de la crítica de Brian.
Brian se queda un momento en silencio y dice con la voz entrecortada.
–Bueno, no, no lo he hecho. Pero he leído cosas que otras personas han escrito sobre las cosas que usted ha escrito, y no apruebo las cosas que he leído de otros sobre las cosas que ellos han leído de usted –vuelve quedar en silencio y reconoce–. Ni un poco, señor.
–Por todos los cielos, Brian –replica Limbaugh–, lea mi libro. Juzgue por usted mismo.
Brian no se queda callado, responde.
–Preferiría pasar una noche viendo una porno europea.
Es esta la actitud que puede hacer pasar un cerebro de la segunda a la tercera categoría de Maquiavelo: de tener la capacidad para poder aprender más escuchando otras ideas a no aprender nada por escuchar todo el rato la misma idea. Cuando alguien critica de forma intransigente cualquier ideología, tendencia o grupo político, algún país, nación o ideario, siempre intento persuadirles para que se adentren en el conocimiento de la idea a la que critican. La mayoría de las personas que tienen criterios muy fanatizados, excesivamente críticos con las ideas que no comparten, es porque no la conocen del todo.
No digo que debas estar en la cabeza de un terrorista y comprender sus razones, pero al menos, si eres capaz de aprender a encontrar el camino hacia la sabiduría, podrías hacer una diferencia entre las ideas que profesa y las formas que practica. Hay ideas nocivas, idearios crueles e ideologías que merecen el ostracismo, no vamos a discrepar por ello, pero en general, la mayoría de los extremismos son precisamente eso, exageraciones de una idea, que puede no ser mala, pero que se ha llevado a la imposible refutación de sus argumentos por parte del fanático que las esgrime.
Adentrarse en el conocimiento de una ideología que tenga ideas contrarias a las que profesamos es una labor de tolerancia, pero además una muestra de gran sabiduría. No es bueno hacerlo con prejuicios, con un hacha en la mano dispuesto a cortar todas las cabezas que sobresalgan del juicio ajeno, sino con la capacidad de comprender qué lleva a alguien a creer en la idea que nosotros detestamos. Si no eres capaz de hacerlo seguirás siendo un cerebro que finge que aprende algo, cuando realmente no aprende nada. Como poco se mantiene con la misma absurda tendencia de preferir ver, como Brian, solo las pornos europeas.
En El médico, de Noah Gordon, un cristiano y un seguidor de Alá, hablan de su amistad, a pesar de sus respectivas religiones:
“Creo que la separación entre la vida y el Paraíso es un río. Si hay muchos puentes que lo cruzan, ¿puede importarle mucho a Dios qué puente elige el viajero?”
Puedo responder con absoluta sinceridad que no; a Dios, (caso de que exista) no puede importarle si yo llego al mismo destino que tú por otras vías. Siempre y cuando busquemos la felicidad y el equilibrio de ambos y del resto de la gente, da igual la forma en la que lo hagamos, unas veces probaremos tus métodos, otras los míos, y la mayoría de las veces, un punto medio que todos deberíamos intentar. ¿Es que resulta tan difícil?