Es probablemente el peor de los obstáculos que impide a un ser humano crecer, separarse del suelo, levantar el vuelo y sobrevivir en medio de los muros que crecen por doquier: el miedo paralizante a fracasar.
Fracasar es un golpe, nos deja en shock, incapaces de reaccionar, paralizados tratando de encontrar un motivo por el cual el camino que emprendimos se cortó y quedamos en medio de un bosque tupido y tenebroso donde no se ven salidas ni claros de sol. El fracaso se puede dar en el amor, en el estudio, en una empresa; la vida completa es su campo de caza y está pendiente de nuestras debilidades para meter su zarpazo.
Datos aplastantes y preocupantes: el 60% de los españoles creen que un empresario o un emprendedor es alguien que solo piensa en su bolsillo y que no aporta nada útil con su trabajo. Por lo tanto, sólo al 40% del país ibérico no le importaría ser empresario.
Los datos son aportados en el Eurobarómetro de 2010, que además aclara que en el resto de Europa los ciudadanos que quieren ser empresarios sube 5 puntos y en Estados Unidos sube hasta 10 puntos.
Entre los comentarios que he escuchado para argumentarlo (además del estúpido rechazo al rico que colma a España por todos lados) está el tema del fracaso, el miedo paralizante a no aparecer como quien se he equivocado, porque fracasar es mal visto, fracasar es la muestra de que no somos buenos en algo y hay que evitarlo a toda costa.
Es absurdo. Los que me conocen de verdad, los que han estado en una mesa donde nos tomamos juntos una cerveza o algún café saben que el optimismo sensato alimenta mis proyectos. Intento ver las partes buenas de los fracasos, intento sonreír, alejar las quejas que no me sirven para encaminar mis objetivos.
Pero si me conocen incluso más, saben que también tengo una parte de mi vida aguijoneada por fracasos, pero no cargo con ellos a mis espaldas. Revisando mi propia vida me sorprendí de la cantidad de situaciones en las que tuve que abandonar alguna vez y volví a empezar. Desde algunas relaciones afectivas en declive hasta proyectos de estudio que no se dieron por falta de dinero, he tenido además, negativas de editoriales a publicar un libro, quedarme a las puertas de ganar dinero en algún importante premio literario, abandono involuntario de revistas que cumplieron su cometido, pero dejaron de existir, trabajos en editoriales noveles que fracasaron a su vez, empresas que no dieron el resultado esperado. Toda mi vida, echando la vista detrás ha sido, levantarme de los fracasos.
¿Cómo es posible que no los tengas en cuenta? ¿Cómo es posible que estés siempre echando monedas en la alcancía del futuro sin dejar que te paralice el recuerdo del fracaso? ¿Cómo es posible que en medio de la crisis y con el currículum de fracasos que tienes en la piel te atrevas a emprender una nueva empresa? Me preguntan.
Es fácil de explicar.
El fracaso existe, lo he sentido y me ha marcado con heridas que han dejado cicatrices. Está ahí, como recordatorio de lo que no debo hacer para evitarlo, pero nunca como cuerdas que aten los sueños que se me escapan por la piel.
He aprendido que el fracaso no debería (JAMÁS) ser visto –ni por ti ni por lo demás, pero especialmente por ti mismo– como incapacidad y falta de talento de quien creyó que podía y no pudo, sino como la cualidad asombrosa de emprender el camino de un sueño aunque tarde en cumplirse.
Si la vida es tan dura que nos despierta en medio del sueño, si es tan cabrona que nos trae pesadillas en lugar de más sueños, debemos recordar la frase que anda bregando por una canción de Paolo Ragone, aunque el autor de dicha frase navega entre brumas dudosas: «Lo imposible sólo tarda un poco más.»
De los mejores discursos que alientan a levantarse, que obligan a pensar que nada es fracaso sino aprendizaje fue cuando Steve Jobs habló de su éxito en el célebre discurso de la universidad de Stanford:
“Estoy seguro de que nada de esto hubiera pasado de no haber sido despedido de Apple. Fue un trago amargo, pero creo que el paciente lo necesitaba. A veces la vida golpea en la cabeza con un ladrillo. No pierdan la fe. Estoy convencido de que lo único que me mantenía en curso era que amaba lo que hacía. Deben encontrar lo que realmente les apasiona. Y esto es tan cierto respecto del trabajo como lo es respecto del amor. El trabajo les llenará una parte importante de sus vidas, y la única manera de sentirse realmente satisfecho es realizar lo que consideran un gran trabajo. Y el único modo de realizar un gran trabajo es amar lo que uno hace. Si no lo han encontrado aún, sigan buscando. No se conformen. Así como sucede con todos los asuntos del corazón, sabrán cuando lo hayan encontrado. Y, así como sucede en cualquier gran relación, mejora más y más a medida que transcurren los años. Así que sigan buscando hasta que lo encuentren. No se conformen.”
Como para dejarse arrastrar por los fracasos.