Es un fenómeno sorprendente la aceptación que han recibido muchas series de televisión actuales en todo el mundo. Desde la frivolidad inteligente en Sex and The City hasta los debates morales y éticos que nos propone The West Wing, han llovido premios, ratings de popularidad y críticas de un lado y del otro hacia este fenómeno no tan nuevo, pero sí renovado.
Yo he visto algunas, recomendadas por amigos, navegando por la red o haciendo zapping en la televisión. Puedo hacer una lista de las que creo mejores: The West Wing, sobre los entresijos de la Casa Blanca, Generation Kill, ambientada en la visión de uno de los periodistas que acompañaron a las tropas americanas en la segunda guerra de Irak y, no me cabe dudas, la mejor serie de televisión que he tenido el gusto de ver es The Wire, con el conflicto de un grupo de la policía de Baltimore para luchar contra el crimen y sobre todo, contra el tráfico de drogas.
No creo que sea capaz de exponer todas sus virtudes. Todo el producto de The Wire, desde la banda sonora, el guión y las actuaciones, merecen un apartado. Es una de esas series extrañas, donde la velocidad, el ritmo ágil no son una obligación. En esta serie hay momentos para la reflexión, incluso en los grandes silencios activos que llenan la pantalla. Es magistral la escena donde el genial anti héroe Jimmy McNulty y su amigo de correrías y colega de profesión, Buk Moreland revisan un caso de otro policía donde el trabajo de campo fue un desastre.
Pero también hay personajes reales, policías o contrabandistas que nos atraen o odiamos por igual, problemas verdaderos y no imposturas de familia clase media americana. Hay políticos corruptos, otros con buenas intenciones a los que la realidad corrupta de su ciudad les hace morder el polvo y olvidar sus promesas iniciales.
Una serie donde queda en entredicho la lucha sin cuartel contra las drogas, que se tropieza contra una maraña de políticos más interesados por ganar elecciones que gestionar bien sus mandatos, contra una maraña de burocracia donde se pagan mejor fondos para unas elecciones que unas escuchas telefónicas contra el cartel de la droga.
Mención aparte tiene ese remedo de superhéroe callejero que es Omar, interpretado con una suficiencia increíble por Michael K. Williams. Omar es el ladrón que roba al ladrón y al que terminamos por perdonar y querer a pesar de sus actos criminales.
En conclusiones una de esas series que se llevan todos los premios, que mucha gente vivirá marcada por ella y que nos provoca la reflexión, el sano mirarse por dentro para analizar el mundo con otros ojos a los nuestros y que siempre termina por enriquecernos al final.