Hay enseñanzas que no se encuentran en los libros, o al menos no en su totalidad, porque hay una sabiduría que por más que se intente transmitir mediante la palabra, oral o escrita, sólo puede ser aprendida mediante la experiencia.
Veo una charla de Tommy Edison que se titula, Las ventajas de ser ciego, y me sorprende el título, porque desde mi visión (nunca mejor dicho) de occidental, heterosexual, liberal y sin lastres físicos, no imagino qué puede tener de positivo no poseer el sentido de la vista. Vivo a través de los libros, vivo por los libros, pretendo vivir sólo de mis libros; para ello la vista es determinante. Así que intento comprender otra postura sobre algo que tengo muy claro en mi filosofía vital.
La charla tiene un tono irónico, casi provocador, donde se alza como una virtud encontrar aparcamiento cuando los otros aún lo buscan, o entrar primero a los aviones y pagar menos electricidad porque no enciende las luces en casa. Pero entre las risas hay algo que me hace reflexionar:
“No juzgo desde la belleza. Conozco a la gente por lo que sale de sus bocas y lo que está en sus corazones. Así es como conozco a las personas.” Y luego, “conozco a las personas por cómo son y no cómo se ven.”
De golpe recuerdo otra experiencia que tuve a través de Temple Grandin, quien padece de síndrome de Asperger. De ella he hablado alguna que otra vez y su experiencia en el camino para la obtención de su carrera como veterinaria. Grandin, como parte de su enfermedad, no sabía identificar las emociones humanas. Ahora ha aprendido a descomponerlas por medio del estudio, pero aún no es capaz de sentir emoción como cualquiera de nosotros.
Imagine, todos sabemos por detalles inconscientes o evidentes, las reacciones que provocamos en los demás. Mientras hablamos, cantamos o simplemente, vivimos, podemos percatarnos si aburrimos, si nos prestan atención, si agradamos y podemos regular la forma en la que transmitimos nuestro mensaje, tan sólo por identificar las emociones humanas en los rostros que miramos. Sería terrible no saber hacerlo, sería terrible hacer algo, emprender un proyecto, actuar, dar una conferencia y no tener un regulador interno que permita acomodarnos a la situación para obtener la aprobación de los que nos rodean.
Pues de Temple Grandin aprendemos que, más bien al contrario, este lastre puede ser virtud, porque no siempre es determinante la aprobación de los demás para llevar adelante un proyecto personal.
Y por último tuve la experiencia de aprender de Geena Rocero, una sorprendente y bellísima modelo filipina que, por extraños azares de la vida, fue identificado como varón al nacer y que ha luchado toda su vida por demostrar que las imposiciones físicas, como el género, no tienen por qué definirnos.
En su conferencia de Ted Talks, ¿Por qué salí del armario?, Geena nos transmite la experiencia de cómo aprender a ser libres sin aceptar las limitaciones físicas e impositivas que tenemos; entiéndase el color de la piel, el sexo, la sociedad en que vivimos o las creencias de los que nos rodean.
¿Y a dónde quieres llegar? Me preguntarán. A una moraleja tan simple e importante como de que todos tenemos algo qué mostrar al mundo. Es mentira -y en esto quiero ser completamente imparcial- de que sólo por ser rico, de familia bien y tener un ambiente adecuado, se pueden alcanzar los sueños. No es verdad que la sociedad, la riqueza o nuestra ideología nos define de forma irremediable. Nos define si dejamos que nos defina, pero existe algo más allá de estas cargas existentes, que nos empuja hacia lo que realmente podemos forjar.
Algo que demuestran cientos de ejemplos –desde Jack London o Charles Darwin hasta Geena Rocero, Lucy Liu (que vivió entre cucarachas antes de ser una de las actrices más cotizadas de Hollywood) u Oprah Winfrey– es que no es verdad que los sueños estén al alcance de unos pocos privilegiados nacidos en situaciones adecuadas y con capacidades excepcionales.
Todos podemos llevar adelante nuestros sueños, todos tenemos capacidades y virtudes que el mundo necesita, en todos nosotros existe una predisposición original a lograr lo que nos proponemos, a pesar de todas las imposiciones materiales o sociales que nos rodean. Se debe tener la fortaleza para romper con ellas y luchar a brazo partido por lo que creemos, incluso cuando recibimos las burlas y desaprobaciones de los demás.
Si no lo creyera así, aún estaría lamiendo mis heridas, rodeado de botellas de alcohol, en una pequeña y provinciana ciudad de Cuba y no a punto de obtener un doctorado en una universidad francesa luego de tres carreras previas. Y no, antes que lo preguntes, no es siquiera el final de camino sino apenas otro paso para seguir avanzando en mis sueños.