En algún lugar de la red hace un tiempo leí sobre el trabajo humano y la implicación de las máquinas en todo el proceso. Más allá del tono apocalíptico de un viaje hacia un futuro controlado por brazos mecánicos y softwares que quitan trabajo al hombre, la reflexión más profunda me llegó por la idea de una insatisfacción general por lo que hacemos.
La mayoría de las encuestas en casi cualquier lugar del mundo arroja que más de la mitad, a veces llegando a casi la totalidad de los encuestados, la gente no es feliz con lo que hace o no vive la vida que quisiera vivir, y casi siempre tiene que ver con el trabajo que hacen.
Es durísimo, por un lado deja en muy mal sitio al hombre, esa criatura que busca algo que quizás no existe, o que existe en la medida que lo buscamos, sin que jamás se alcance. Por el otro, alabo la insatisfacción propia, la sana ambición que nos arrastra a ser, o intentar ser, cada día diferentes.
El gran problema de estas grandes masas insatisfechas, es cuando la insatisfacción no pasa de la queja.
El ser humano tiene un potencial para asumir la creatividad, esa que permite hacer de cada novedad, un goce, y de cada cosa vieja, un descubrimiento, que a medida que crecemos vamos perdiendo. Los sinsabores, los obstáculos, la moral, los prejuicios y una larga lista de estos muros, nos hacen ir creando un espacio, muchas veces ficticio, donde existe cierta seguridad y del cual no nos atrevemos a dar el paso definitivo de la queja a la acción concreta.
Entre el miedo y la fijación funcional, es decir, no ver los usos y las capacidades que nos ofrecen las cosas y personas que nos rodean, no estancamos en ese trozo de muro que engorda las estadísticas. No hay consejos universales para salir de esa rueda que puede llegar a ser infernal.
Se puede aprender a ver y usar las potencialidades propias, ajenas y del entorno, tomar los desvíos cuando las rutas principales no parecen llevar a ningún lado, renunciar a parte del efímero bienestar presente por una más amplia felicidad en el horizonte, lograr hacer del hobby un trabajo, pero, ¡cuidado!, no es aconsejable repetir pasos tras las mismas huellas.
Perseguir la idea que nos obsesiona, hacer de la afición un medio de vida, golpear la cabeza contra la pared hasta que aparezca la grieta puede aportar la solución, pero puedes romperte la cabeza. Quizás a veces es mejor vadear el muro, encontrar las puertas ocultas o las grietas que otros ya abrieron para intentar hacerlas más amplias.
Lo que sí aseguro, lo que sí es cierto es que vivir este segundo de historia humana que nos han ofrecido, inmersos en algo enajenante que nos hace añorar lo que nos gustaría hacer, no es una vida que merezca la pena.
Si tienes una afición, entrégate a ella con la pasión suficiente que la convierta en modo de vida aunque te llamen soñador o testarudo; renuncia, siempre que puedas, a todo aquello que te impida dedicarte a ella con los sentidos conocidos y por descubrir. Pero si el temor, las fijaciones, la seguridad de lo que te rodea, te impiden dar el paso, al menos deja de quejarte por lo que quisieras y valora lo que tienes, porque la única otra manera de ser feliz, o al menos llegar a obtener un trozo de felicidad, está en saltar tú o hacer saltar por los aires lo que te rodea.