Mountains May Depart. Responsables del amor que provocamos

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mountainsmaydepartNo es original escribir sobre el amor. Si preguntaran a un artista conocedor de su oficio (desde un novelista, cineasta, pintor, hasta un arquitecto) te diría que es un lugar común. Desde que existe la posibilidad de recrear mundos ficcionales existe el recuento del por qué y el cómo elegimos la persona que nos acompaña hacia el destino que anhelamos.

Pero muy pocos artistas se abstienen de contar su particular historia de amor. Porque el amor se vive siempre de manera exclusiva y única. Cada quien cree que su amor es el más puro, el más intenso, el más interesante y original. No se suele pensar en las consecuencias, ni se usan esbozos de razón que permitan identificar la realidad como es y no como la deseamos. Elegimos lo que nos parece mejor, lo que más se acerca a nuestro ideal, que no es el mismo para todos, pero siempre elegimos. Como si fuera nuestra única misión.

Y en elegir quizás está la clave.

Elección es lo que centra la película china que te recomiendo, Más allá de las montañas (Mountains May Depart, como se comercializa en inglés). Una historia en tres partes, o mejor varias historias entrecruzadas en tres partes, que ocurren a finales de 1999, durante el año 2014 y un hipotético 2025, que, no nos engañemos, jamás caería en el género de la ciencia ficción.

Durante la primera parte nos cuenta cómo Shen, una adolescente que no piensa más que en pasarla bien con sus dos amigos, Zhang y Liang, casi se ve obligada a elegir cuando entre ellos se crea un conflicto al nacer sentimientos pasionales por ella, sentimientos que ella seguramente sabe que nacerán, pero de los cuales podremos siempre preguntarnos si es consciente.

Se debe tener paciencia durante esta primera media hora, algo aburrida, que parece destinar la película a un fracaso, pero que cuando llegamos al núcleo del argumento, cundo se crea este triángulo, quizás algo previsible, comprendemos la importancia de la aparente insignificancia de esos primeros treinta minutos.

Shen elige, pero la vida sigue. Los diferentes puntos de vista, que van desde las dudas de Shen en 1999 para decidir quién la compaña durante su viaje de vida, el debate interno de Zhang en 2014 para pedir ayuda económica a sus amigos y conocidos, y el enfrentamiento emocional de Liang con su hijo en 2024, nos permiten viajar entre varias ciudades, países, y tiempos, pero también nos deja ver las secuelas de las decisiones que se toman en la vida y cómo estas afectan el futuro; no solo el nuestro, sino el de los varios implicados a nuestro alrededor.

¿Sería tan diferente nuestra vida presente si las elecciones pasadas hubieran sido otras? El director Jia Zhang Ke nos ofrece su reflexión en torno al tema en esta película que algunos podrían considerar inacabada, no tanto por su duración (dos horas, con cerca de media hora que parece sobrar) sino más bien porque el efecto de totalidad que pretende se nos hace breve, dejándonos con la sensación de historias sin cerrar y la búsqueda de respuestas a preguntas sin responder; aunque quizás por ello ahora yo escriba estas erráticas reflexiones y tú puedas elegir si la ves o no.

Si decides meterte en esta historia, recuerda que no suelo recomendar películas impecables y perfectas. Esta adolece en algunos casos de una buena selección de reparto, una edición más cuidada, y hasta de una dirección de actores algo más eficaz, pero la finalidad de la ficción es como siempre contar una historia, y en el camino, emocionar y/o hacer reflexionar al receptor. Y en esto, tras haber logrado la suspensión básica de la incredulidad, la película es sobresaliente.

De alguna manera, creo que dijo Lacan, somos responsables del amor que provocamos. No es sólo cuestión de amar o dejarse amar, sentir o dejar que sientan hacia nosotros, entregar el alma confiando que nos van a proteger; en definitiva, regalar algo que no tenemos a alguien que elegimos y que no lo necesita.

Más allá de las montañasnos cuenta eso y más. Nos hace mirarnos en el espejo de Shen, la chica adolescente que cuarenta años después, se ve reflejada en ese mismo espejo donde el pasado vuelve sin remedio, donde la realidad nos planta en la cara aquello que debimos hacer y no hicimos, donde una simple (y hasta kitsch) invitación de boda, en color rojo con letras doradas, puede ser el anuncio de la felicidad eterna, como la cruel evocación de una decisión que podría haber sido desacertada.

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