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No dejo de sorprenderme con algunas verdades que parecen absolutas y, por algún motivo, terminamos dando por sentadas y ya no pensamos en ellas. Una de las últimas ha sido descubrir una historia que nos recuerda para qué sirve la ficción y cómo logra cumplir ese objetivo.
Cada vez que tengo la oportunidad y me encuentro frente a un público interesado por algunas de las reflexiones y temas que a mí me obsesionan profesionalmente, no dejo de explicar que la ficción no es verdad, aunque es lo que más se nos parece a ella.
Un ejemplo reciente y que se hace fácil de comprender está en la serie Narcos. Basta indagar un poco de historia, para saber que lo que se cuenta en la ficción de Netflix, no es verdad. Ni Pablo Escobar era tan carismático ni montones de los hechos que se cuentan en ella tienen el más mínimo basamento real. ¿Es una serie mala? En absoluto. Desde el punto de vista ficcional, desde la perspectiva de elegir una historia, contarla con herramientas eficaces, seleccionar los personajes más relevantes que en ella van a aparecer y usar las técnicas adecuadas para cada momento, es una ficción muy bien realizada. Eficaz, directa, emocional y bien montada.
La ficción tiene esto, contarte una historia y que te la creas, más allá de que sea verdad o mentira. Si me fuera a tomar como verdad todo lo que alguien me cuenta en una historia, ya sea en imágenes en movimiento o por escrito, no daría credibilidad ni a las Memorias o Biografías. De hecho, no se la doy.
Somos seres subjetivos y todo lo que contamos, por más que intentamos buscar cierta imparcialidad, está matizado por nuestra forma de ver el mundo, como lo aprendimos y cómo reaccionamos ante ese aprendizaje. Por eso, un artista serio no busca, o no debería buscar, el mito de la objetividad, sino que intenta trasladar al lector o al espectador, una suma de subjetividades que se semeje a la verdad.
La ficción que te recomiendo tiene esto. Homecoming, serie de Amazon, cuenta una historia que, para quien tenga un mínimo de suspicacia y un buen detector de mierda, sabe que no es verdad. Mejor, que no es la verdad en la realidad, pero que triunfa en contar la verdad que existe en una realidad ficcional, aquella que cuenta.
No puedo contar demasiado de su trama porque desvelaría elementos fundamentales de su argumento, y en esta Era de la imagen y la precipitación, la gente se preocupa demasiado de que no le cuenten los finales y han olvidado la experiencia de disfrutar el tránsito de la historia. Así que no hago destripes o Spoilers, como se ha impuesto en esta postmodernidad líquida.
Cuento, sin excederme demasiado ni decir más de lo que debo, que en esta historia, Homecoming es una empresa. Un grupo de profesionales que se dedica a tratar médica y psicológicamente a veteranos de guerra que tienen algún tipo de estrés postraumático con algún objetivo que no se desvela desde el principio.
¿Por qué me ha parecido relevante para recomendarla?
Porque logra algo que los consumidores activos de ficción casi hemos olvidado: mantenerte en vilo para intentar saber qué se mueve más allá de lo que estamos viendo.
El esqueleto de esta ficción, la estructura de sus personajes, las escenas que se suceden ante nuestros ojos, tienen algo extraño e inquietante. Como espectadores no sabemos identificar por qué, pero en cada personaje que habla, cada acción que se realiza, intuimos, sin declaraciones explícitas, una ocultación de los motivos últimos que mueven el argumento. Nadie dice en verdad lo que cree, nadie cuenta lo que quiere, pero a la vez sabes que algo subrepticio y poco corriente se está tramando, por más que no lo veas y nadie te diga qué es.
Esta técnica ficcional es antigua. Desde tiempos inmemoriales se utiliza la idea de esconder un dato y revelarlo al final o dejar que coexista por debajo de la historia, sin exponerlo nunca para dejar que sea el espectador quien ubique por sí mismo la parte reflexiva que le corresponde. Está en la literatura de Chéjov, los poemas de Bécquer o los cuentos de Guy de Maupassant; y luego el cine y las series han dado un buen uso de ella en la obra de Hitchcock o David Lynch. Incluso hoy en día se hace un uso magistral del dato escondido en series como Lost o Breaking Bad, hasta el punto de que un detalle mínimo presentado en un primer plano de un capítulo, puede llegar a ser, tres capítulos más tarde, un elemento fundamental del argumento cuando ya ni pensábamos en eso.
Homecoming tiene dato escondido por todas partes, y lo más increíble es que no existe sólo en su trama fundamental. Está presente en casi todo: la construcción de los personajes, en el conflicto tan bien tratado donde las dos partes que se enfrentan tienen motivos razonables para lo que hacen.
A ello sumemos actores de primera, como Julia Roberts o Sissy Spacek y Bobby Cannavale, tomas de cámara inquietantes, una música bien elegida y colocada como soporte real para crear tensión y no sólo para rellenar silencios como hoy en día sucede en la mayoría de las ficciones.
Lo más llamativo de esta historia es que cuando se desvela la realidad, cuando se supone que el dato escondido deja de tener importancia, no decae esta tensión porque siempre hay algún elemento que nos mantiene en vilo, dispuestos a reflexionar sobre alguna nueva incertidumbre por venir.
Un detalle para finalizar. Tú, quien me escuchas o me lees, presta atención a los créditos finales de cada capítulo. No te apresures en adelantar o cortar para pasar a ver el siguiente episodio porque en cada detalle de esos créditos hay algún elemento que la cámara sigue, un objeto, un personaje, o varios, una escena completa, que tendrá alguna importancia no desvelada aún.