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Cuando escuchas a alguien decir que prefiere ir al cine a disfrutar porque ya la vida es muy dura para ponerse a ver películas tristes, lo puedes entender, pero te sorprende. La tristeza es parte consustancial del ser humano. Si te deja la pareja a quien amas o pierdes a un ser muy querido, te sumerges en la congoja de escuchar canciones tristes porque la mejor de las circunstancias alegres, no te alivia hasta que no te enfrentes a la tristeza producida, al proceso de purgar el dolor a través de la cura que significa enfrentar la angustia originada.
Además, en general, la tristeza viene más asociada a la reflexión profunda; la risa puede serlo también, ¡y no poco! Pero es mucho más difícil, llevar a un público a filosofar sobre su vida y su entorno, si todo el tiempo lo estás haciendo reír.
Y, por otro lado, si la elección de no sufrir con un filme o una novela es un acto de libertad, también es una decisión que te priva de auténticas obras de arte. Y aquí puedes elaborar la lista que mejor te convenga. Escribe en tu buscador de Internet “las películas más tristes” o “las novelas más tristes” y tendrás numerosas obras de ficción que, muchas de ellas, son auténticas maravillas que te hacen llorar, pero también, potencialmente, mejor persona; o cuando menos, más consciente de ti mismo y tu lugar en la sociedad y en el mundo. Un ejemplo magnífico es la película Hope, o So-won, del director Joon-ik Lee, un realizador con una firme y sostenida carrera en Corea.
So-won cuenta la historia de una humilde familia de un barrio tranquilo y confiable de Seúl, que debe enfrentar los obstáculos y problemas de que una niña de ocho años haya sufrido una violación.
Por el tema es una película dura, pero no es en absoluto escabrosa. Empieza tranquila, pero desde que entra en el conflicto, no pararás de emocionarte hasta las lágrimas. Porque es perturbadora, dolorosa, y lo hace con diálogos inteligentes, cargados de profunda reflexión humana y con una fuerte carga emocional.
Desde mi punto de vista, uno de los momentos que más obliga a esta reflexión: ¡atención, no es un spoiler, pero desvelo el resultado de una escena que podría privarte del impacto emocional de ese momento.
La psicóloga que atiende a la niña, como parte del proceso para reintegrase a la vida, le pregunta sobre lo vivido, y la niña responde:
El hombre me pidió que compartiéramos mi paraguas. Yo, en realidad, quería irme. Pero él estaba empapado y yo tenía que compartirlo. Así que lo hice. La gente dice que es mi culpa lo que pasó, pero nadie me elogia por compartir el paraguas.
Y mientras lloras ante la inocencia de la niña, no puedes evitar que tu cabeza vuele reflexionando en la maldita circunstancia de un mundo donde debes enseñar a tu hija a desconfiar del resto de los seres humanos, porque existen algunos de ellos que son capaces de actos salvajes, no ya contra otros seres humanos, sino con los más indefensos de estos.
Hay que reconocer, para no poner la película por las nubes y analizar su argumento con objetividad estética, que, desde el punto de vista técnico, es bastante manipuladora de los sentimientos con música argumental y no pocos golpes de efecto, pero logra lo que se propone, que te emociones hasta las lágrimas y que pienses.
Que pienses que el mundo reviste peligros, que tus hijos necesitan guía, que debemos enseñar a amar, pero también a cuidarse, y si la vida, les trata mal, mostrar cómo podemos sobreponernos a los problemas, por grandes y escabrosos que sean.
Y al final, si una historia de ficción, por más golpes de efecto que intente, logra su objetivo, merece nuestra atención. Así que lo dicho, si tienes tiempo y ganas, y no te importa aprender con las historias de ficción, por más tristes que sean, busca este filme y adéntrate en lo que cuenta: su dura historia, pero revelador argumento. Y no olvides uno o varios pañuelos a tu lado. Los vas necesitar.