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Hace ya unos cuantos años, en una conversación muy interesante entre amigos escritores hablamos del hecho de que, con más o menos años de diferencia, algunos ya habían dejado de escribir al salir de Cuba. No recuerdo los términos exactos de la conversación, pero en un momento determinado, expuse la idea de que yo no podía dejar de escribir porque, mientras espero que pase algo importante que me lleve a un éxito mayor, me divertía creando.
Uno de ellos dijo que ya no había que esperar nada, que ya el éxito del que yo hablaba no llegaría, ni a mí, ni a ellos; y que había que ser realista y aceptar que nunca seríamos más conocidos de lo que ya éramos en ese momento y que nuestra época había pasado.
Bien, desde aquel momento hasta hoy, he demostrado que no era cierto, pero lo importante no es lo que yo haya logrado, sino el hecho de cómo afrontamos la creatividad diferentes tipos de escritores.
En mi caso, no voy a engañar a nadie diciendo que soy un gran ejemplo de creatividad. No tengo nada social (universal, me pareció algo pretencioso) que pueda enarbolar como triunfo ni logro excitante del que presumir, pero sí tengo algo personal, interior si se quiere, de lo que puedes aprender como escritor, contador de historias, inventor de mundos, si estás interesado en estas reflexiones.
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