Un día te levantas y, por esos malditos azares imprevistos, te das cuenta de que el agua de la ducha sale fría, quizás lo solucionas en par de horas, quizás en unos minutos, quizás en días, pero nadie evita que te quejes, que maldigas una situación incómoda que hace que tu vida haya cambiado sin que lo hayas pedido. Y luego pasa que cuando lo has solucionado tu semblante no cambia, que te sigues quejando de que tuviste unos minutos, unas horas o unos días con el agua de la ducha saliendo fría, pero no te detienes un segundo a valorar que ahora te estás dando una ducha con agua caliente.
Es apenas una metáfora que tomo prestada de André Christophe, aunque más que metáfora es un hecho que veo a diario, cuando nos quejamos de que tenemos un trabajo explotador mientras estamos sentados detrás de un ordenador, con aire acondicionado y cuatro millones de personas sin empleo a nuestro alrededor, es cuando nuestro equipo de fútbol ha ganado y, en medio de la alegría general, nos quejamos de que hay corrupción o desempleo, cuando te contratan para un trabajo bien pagado y estás pendiente del día que te van a echar y no de hacer bien tu trabajo para que no te echen.
Y te pregunto, ¿te ha servido de algo quejarte? ¿Has logrado tener un trabajo mejor, acabado con la corrupción y el desempleo o evitado que te echen por quejarte? Quejarse sirve, pero sólo si haces algo por salir de la situación que la produce. Demasiadas veces me veo rodeado de situaciones parecidas, donde ponemos el grito en el cielo porque no tenemos algo, porque alguien nos impide otra, pero no salimos de la queja, no damos valor al momento en que vivimos.
Es una manera desquiciada de encarar la vida. Piensa por un segundo que estás en un trabajo cualquiera, aburrido, repetitivo y estresante por momentos, que no soportas la presión de tu superior, siempre pendiente de que no hables, no dejes de producir, que no uses el móvil, que estés las cuatro, seis ochos horas, pendiente de que hagas más de lo que puedes, y vienes y me lo cuentas a mí. ¿Para qué, qué puedo hacer para ayudarte que no sea decirte que tienes razón o que no la tienes en absoluto?
Jamás me escucharás decirte que te calles, que no remuevas tu fastidio cuando algo te incomoda. Quejarse es la evidencia de un estado necesario de inconformidad. Si nos conformáramos no avanzaríamos, no habría desarrollo, estaríamos en la edad de piedra esperando que alguien se sienta mal porque no existe la rueda, pero nadie la inventaría.
Uno es incomodarse y otro hacer algo más que quejarse para hacer desaparecer la inconformidad. ¿De qué sirve que estés todo el día quejándote? ¿De qué sirve lamentar que no tienes, que no has alcanzado, que no posees, que no te valoran? ¿De qué sirve amargarte un triunfo recordando en ese momento un fracaso? ¿De qué sirve recordarte constantemente que tuviste tres días de agua fría cuando ya sale caliente?
Regodearse en la queja, en el fracaso, en la situación deprimente, en el estado de crisis, es el primer paso para reconocer tu derrota, es el primer paso para decir al mundo que de has dejado vencer por circunstancias que podías –y quizás aún puedes– manejar.
No abogo por el silencio, por la conformidad, por la apatía sino por el movimiento, por hacer cosas, por sentarte con tu jefe y decirle que es un déspota, si eso sirve que para que deje de serlo, por hacer que te valoren, que reconozcan que tu trabajo es vital, que los que te conocen sepan que tu grano de arena es indispensable para mantener la base del castillo. Abogo por disfrutar del momento en que la felicidad te abre una puerta, dejar para mañana la queja por el dolor, la miseria o la apatía de otros cuando tienes motivos para alegrarte por lograr algo hoy. Y si tienes que expresar la queja que unas a ella las maneras que has analizado para dejarla atrás.
Abogo por no trasladar tus angustias al que no las va a solucionar, sino comentarle tu inconformidad y los pasos que estás dando para solucionarla, abogo por concentrarte en lo ganado y la confianza de los pasos para llegar a lo que falta, no en la angustia porque el camino que queda es largo.
Abogo por quejarnos menos, y disfrutar más de lo alcanzado. No soporto la queja, cada día menos. A lo mejor es algún problema mío que tengo un síndrome: el del optimismo. Seguro es eso.