«No puedo imaginar que vuelo como un ave porque no tengo alas y no puedo volar.» Respuesta lógica e inquietante que dieron varios estudiantes a una profesora de español para extranjeros de los países que marcan las pautas económicas del mundo (Estados Unidos, Alemania y China). Lo dijo en un programa sobre la educación, horrorizada de que el aprendizaje que habían recibido en sus países los convertía en seres incapaces de usar la imaginación.
Nada tengo contra el progreso y la modernidad, más bien soy un liberal en lo económico y no me asustan los argumentos que mucha gente trivializa como neoliberales, pero sí me asusta, y mucho, que el ser humano, por querer más cosas deje de soñar. No es tan contradictorio tener cosas materiales y volar con las alas que sí tenemos, si no físicas, al menos sí espirituales. El gran problema para el individuo empieza cuando la obtención de cosas materiales es un objetivo por sí sólo y no un medio de ser más independientes para seguir soñando.
En una serie de televisión Raising Hope, el protagonista se encuentra, por motivos que no vienen al caso, con una hija inesperada e intenta que su familia siente cabeza para poder criar a la niña con sentido común y menos pájaros en la azotea. Sin embargo, su propia visión se perturba cuando una amiga, cajera en un centro comercial, le confiesa que escribía historias de terror en libretas de notas, pero que lo va a dejar porque se las enseñó a su padre quien le quitó la idea.
–Mira, –le dice el protagonista a su amiga–, no es asunto mío, pero si de veras quieres ser escritora, no te rindas. Quiero decir, si te rindes, nunca sabrás que podría haber pasado. ¿Qué pasa si escribes la mejor historia que nunca nadie haya leído? Si pueden sacarlo en un libro, o incluso en una película, podrías ganar un Oscar.
–No voy a ganar un Oscar –responde ella.
– No lo sabes. Todo es posible, a menos que renuncies a ello. No puedes ganar si no juegas. Piensa en esto… ¿Cómo de estupendo sería ganar un Oscar?
–Sería estupendo. Podría estar en el escenario, con mi vestido de Badgley Mischka y agradecerle aGabourey Sidibe por darle vida a mis palabras.
Es una moraleja interesante: perseguir los sueños más grandes por más lejos que se encuentren. No es sencillo. Cuando estás trabajando de cajera, teleoperadora o dependienta, mientras cantas y ensayas posturas frente al espejo del baño, o escribes historias de ficción en una libreta de notas en la soledad del cuarto, es casi un insulto pensar en ganar el Nobel de literatura o estrenar un disco en el Carnegie Hall o el Madison Square Garden.
Y pregunto, ¿cómo vas a ganar el concurso de relatos de tu provincia si no crees que puedes un día a ganar el Nobel? ¿Cómo serás capaz de enfrentar a un público de un karaoke si no sueñas que un día puedes hacer lo mismo frente a la audiencia de la mayor sala de conciertos o el estadio más grande del mundo?
La famosa metáfora de soñar con el cielo para llegar al menos a la mitad del camino no es una frase hecha. Sueña siempre, con el sueño más imposible, con la meta más inalcanzable, cuando pones en práctica lo que acabas de soñar y logras alcanzar la mitad del camino, te queda la sensación de que si te hubieras esforzado más habrías alcanzado la meta completa.
Cuando logras materializar el sueño completo, o incluso aunque te quedes a la mitad del camino, aprendes que ningún sueño es lo suficientemente grande. Eso te llevará a esforzarte más una segunda, y una tercera, y una novena vez, porque alcanzar los sueños cuesta tiempo y esfuerzo. Hay que concentrarse en la meta, no prestar atención a hormigas que avisan de la llegada del invierno, no fijarse en las risas que nunca frenaron a Temple Grandin ni otros de los que se burlaron, hay que tener más que ganas, esfuerzo y trabajo para alcanzar lo que queremos.
Debes aprender de los que sí pudieron, no de los que dicen que es imposible porque éstos te pueden despertar en medio del viaje. Cuando tus maestros son los soñadores que intentaron materializar lo soñado y lo lograron, aunque fuese a medias, no puedes más que convertirte tú mismo en un soñador. Y si alcanzas la meta más alta, aquella que te hizo arrancar el camino, comprenderás que llegó casi sin darte cuenta mientras te divertías haciendo algo que te gustaba. Y sobre todas las cosas comprenderás que hay nuevas metas por delante que obligan a seguir soñando. Es importante no dejar de hacerlo porque como dice el protagonista de Raising Hope, si dejas de soñar, estás en la cama solo durmiendo.
Me gusta a menudo recordar la frase del novelista norteamericano Carl Sandburg que veo a diario cuando entro en mi ordenador “Nothing Happens Unless First a Dream” (Nada ocurre que no haya sido soñado) y de la que me gusta hacer una traducción tan libre que ya no parece la original: Nada humano existe que no haya sido antes soñado.