Se están levantando algunas voces contra un comentario de la cantante cubana Lucrecia a propósito de la salida de su último disco Álbum de Cuba. Ha dicho que el centro de su disco es una Cuba que sueñan todos los cubanos «sin política, que lo embadurna todo y hay que ser libre».
Nunca me han gustado las intransigencias. Las personas que creen que saben todo sobre un tema y tiene la verdad absoluta sobre él, me producen cierto rechazo natural. Y es que es muy difícil llevar una pistola moral con la que disparar a todo mientras nuestro techo de cristal está apuntalado con tiritas de cinta adhesiva para que no se caiga. Y esto va sobre todo para aquellos que, desde su exilio en Londres, Madrid o Miami, echan pestes de los que se han quedado en la isla por no hacer nada contra la dictadura cubana.
Para dejarlo claro y que no haya malentendidos. Me da asco el castrismo y la dictadura cubana, y sé que la mejor forma de acabar de una vez con ella sin disparar un solo tiro es que cada cubano, en la esfera de su responsabilidad personal, haga lo necesario para que se respeten sus derechos individuales. Sí, es verdad que lo creo. Si todos los cubanos exigieran sus derechos individuales, si se negaran a asistir a aquello que consideran obligatorio y fantoche, si mantuvieran un nivel de exigencia personal acorde con la rebeldía que dicen que poseen desde los tiempos de la colonia, la dictadura cubana tendría los días contados.
Algunos cuestionarán que Cuba sea una dictadura, otros me instarán a que demuestre los rasgos que la sociedad cubana que la definen como una dictadura. No voy a entrar en ese juego. Los que conocen desde dentro la sociedad cubana saben que nunca verán una carga policial, un preso político o un ser humano expulsado de su trabajo por sus ideas políticas. Sobre todo porque las cargas policiales se disfrazan de civiles partidarios (vestir a 50 ó 100 policías con una camiseta blanca y soltarlos entre una multitud disidente es barato y menos reprobable a la opinión pública), a los presos políticos se les busca algún delito común (todos los cubanos cometen delitos comunes para llenar su plato de comida) que si no tienen se les inventa, y los expulsados por ideologías contrarias al régimen alguna vez han llegado tarde o han faltado sin justificación a su trabajo, este u otro semejante sería el motivo de su despido, no otro.
La sutileza de la represión es un rasgo característico de las dictaduras de corte marxista. A un artista independiente en Cuba no se le dice: “te doy un puesto para que seas colaborador de la dictadura”. Más bien se le envía un amigo o conocido que le ofrece algún cargo remunerado –sobre todo cuando más lo necesita– y le garantiza su independencia. Con el tiempo la independencia va desapareciendo enmascarando la colaboración con el trabajo normal del cargo que ocupa. De alguna forma se anula su individualidad en aras de la colectividad.
A un opositor no se le envía la policía a su casa. Se le envía un “civil” que lo ofende por la calle que permita acusar al disidente de alteración del orden público. A un estudiante de Historia y Filosofía o Derecho, no se le obliga que piense únicamente en términos marxistas, pero no le ofrecen en la biblioteca textos que pondrían en cuestionamientos las ideas marxistas, o se le ofrecen los menos peligrosos. Una frase que usa el régimen cubano: “Nosotros no le decimos al pueblo cree, le decimos, lee”, y algunos mal o bienintencionados agregarían a la frase: el Manifiesto Comunista, El capital, etc…. Insto a los defensores del sistema cubano que pidan Manual del perfecto Idiota Latinoamericano o El pez en el agua en las bibliotecas cubanas.
Esa sutileza hace que no siempre se pueda discernir el trabajo normal de la colaboración con el sistema, el respeto a la ley con la represión, la independencia con la oposición, el criterio discordante con la crítica abierta. Los que conocen desde dentro cómo funciona la censura y la represión saben que en Cuba lo que hoy es alabanza, puede ser mañana motivo de exilio. Y lo digo porque lo he vivido. Fui editor de una revista de arte y literatura, con las virtudes y defectos que ello implica.
Por todo esto me niego a criticar a los artistas que “colaboran” con el sistema. No son santos de mi devoción, no son amigos a los que les confiaría un secreto determinado; y antes invitaría a un amigo que esté en Cuba a la responsabilidad individual que a la colaboración. Pero no tengo la vara moral que pueda discernir a los partidarios de los opositores, a los oportunistas de los trabajadores sinceros, a los indiferentes de los cobardes. Algún artista existe en Cuba que me causa rechazo por su evidente oportunismo, de ser el más crítico de un grupo de artistas a convertirse en orador entusiasta de una movilización a favor del sistema. Pero, ¿es tan sencillo mantener nuestra independencia cuando el medio social y político conspira contra nuestra independencia? Creo que no es tan sencillo.
Habría que preguntarle a Camilo José Cela, al cantante español Víctor Manuel, al cantautor cubano Osvaldo Rodríguez, al poeta cubano Nicolás Guillén o al escritor cubano Heberto Padilla, famoso por la retractación pública de sus ideas presionado por los órganos de la seguridad de Estado cubanos. De acuerdo, a algunos ya no se les puede preguntar, pero sabemos las ideas que defendían y los motivos de su actuación pública porque lo dejaron escrito o luego lo contaron.
Por desgracia esa apatía política no es la mejor forma de traer libertad a Cuba. Justificar los actos de colaboración con el sistema no está bien visto por los cubanos que tenemos nuestra vida asegurada en Hialeah o Barcelona, pero tampoco tenemos el temor de que a las 4 de la madrugada nos toquen a la puerta de la casa, o que nuestro hijo sea señalado (o separado) en la escuela por la actitud de su padre, o que en nuestro trabajo nos aparten como el bicho raro que en cualquier momento dejaremos de ver por la extravagancia de sus ideas.
Seamos serios y comprendamos que en la Cuba del futuro, esa que más de uno soñamos en libertad y democracia, tendremos que asimilar como normal que un poeta colaboracionista defienda la época fidelista, un antiguo ministro del régimen sea secretario general de un partido político que se presenta a las elecciones libres, o que un arcaico y entusiasta colaborador del castrismo aparezca como el más ferviente crítico de los años del castrismo.
Si no somos capaces de aceptar esto, por mucha antipatía que nos produzca, no habrán valido la pena tantos años de sufrimiento.