El pastor que sabía leer

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blankSer lo que queremos, llegar a lo que anhelamos es parte de un aprendizaje diario que navega entre las ganas de quebrar los obstáculos que se presentan cuando empezamos a construir un sueño y el buen sentido de tener un casco adecuado para no rompernos la crisma en el intento.

No se puede dejar de tener pajaritos en la cabeza, de imaginar que arrancamos un trozo de luna o un pico de estrella con las manos, pero hay que aguantar duro la escalera que nos eleva del suelo. Porque resulta que casi siempre habrá muchos bancos donde te incitarán a plantar las nalgas y dejar de subir, además de testigos que no entienden tu pertinaz tarea de llegar adonde otros no pudieron.

De estos últimos los que menos entenderé son los incapaces de comprender el viaje de la vida como una suma de pasos que llevan a la meta. Los retrato.

En un pasaje de El alquimista una muchacha se extraña de que un pastor tenga un libro en sus manos.

¿Cómo aprendiste a leer? –le preguntó la moza en un momento dado.

–Como todo el mundo –repuso el chico–. Yendo a la escuela.

–¿Y si sabes leer, porqué no eres más que un pastor?

Cuando leí este pasaje en su momento pensé en miles de tópicos que encontramos a diario cuando decidimos levantar un edificio, escalar una montaña, tumbar un muro, fabricar un sueño. “Es muy difícil”, “Eso no te va a servir para nada”, “no tengo tiempo para eso”, y un largo etcétera que llenaría este texto sólo de excusas si sigo por ahí.

Me recordó, también, una anécdota personal.

Hace un tiempo, mientras me ganaba la vida recibiendo llamadas en un servicio de atención telefónica del ayuntamiento de Madrid (trabajo agradecido, por cierto), una chica se enteró (no por mí) de que había publicado un libro sobre técnicas para escribir novela. Con bastante mala intención me preguntó:

–¿Cómo, si eres escritor, trabajas de teleoperador?

En su momento hice lo que el personaje de Coelho:

El muchacho dio una disculpa cualquiera para no responder a aquella pregunta. Estaba seguro de la muchacha jamás lo entendería.

En mi caso, olvidando al personaje por un momento, tuve la insana intención de preguntar qué hacía ella trabajando en el mundo del telemarketing si había nacido con aquel cerebro de mesalina, pero me lo guardé. No encontré palabras, más allá de esta evidente grosería que no dije, para convencerla de que alguien no se acuesta una noche queriendo ser novelista y al día siguiente es premio Nobel de literatura.

Tienen algo de realidad las varias frases y dichos callejeros para describir el hecho de que lo realmente bueno siempre algo cuesta. Quizás la cambiaría; lo que verdaderamente cuesta es lo importante. Hay muchas cosas buenas que logramos sin pestañear, casi sin quererlas, apenas por guiñar un ojo a quien nos la puede proporcionar, pero lo importante, lo que de verdad es para toda la vida, lo que cambia nuestras vidas de golpe, (y que no siempre tiene que ser bueno) aunque pueda llegar de manera inesperada, es por lo general, producto de un esforzado trabajo previo.

Y si levantas edificios, escalas montañas, tumbas muros, fabricas sueños, debes saber que siempre tendrás estos bancos y testigos, siempre tendrás algún comentario malsano que intenta dudar de tu capacidad para leer el libro. Así que lo importante es que, como el pastor que sabía leer, sigas leyendo, incluso cuando te pongan barreras para impedírtelo.

Un comentario sobre “El pastor que sabía leer

  1. Amigo Hector,
    No puedo dejar de identificarme con su texto. No se si por mi actual decision a no postergar mas la lucha por el sueno que intento construir desde que soy muy chico o por la referencia a «Historia de la silla». Lo cierto es que me gustaria compartirlo con mis Facebook friends. Si me permite. (disculpe la falta de tildes y el palillo sobre la n, estoy en mi telefono) (Y)

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