El futuro es para atrevidos

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blankEscucho con pesar a amigos quejarse del paro en España, que es alto, muy alto para este país que llegó a estar entre las diez potencias políticas (la primera por varios siglos en el XV) que dictaban las normas mundiales. Y aunque existen varias formas ocultas de ganar dinero que impide reconocer como infalible el dato, es completamente cierto que se está haciendo insostenible la incapacidad de encontrar el trabajo que uno quiere. Incluso, el que se puede, aunque no se quiere.

Siempre hago la misma pregunta: ¿Para que haya trabajo estás dispuesto a aceptar las medidas que lo han creado en otros sitios donde ha funcionado? La respuesta invariablemente es no. En este tema al ciudadano español le cuesta pensar de forma diferente al Estado protector que ha vivido en los últimos 30 años y cuesta explicar, de forma lógica, la importancia a largo plazo de los cambios que necesita España para que deje de generar paro, sobre todo porque esas medidas no tienen efectos inmediatos.

Casi nadie parece comprender que si tengo que pagarle a alguien 45 días por año trabajado en una empresa de mi propiedad, prefiero no contratarlo, a menos que sea absolutamente indispensable. Un empresario norteamericano no tiene este dilema: si tiene que despedir, despide, así, sin miramientos, sin pensar demasiado en ello, pero de la misma manera le es más fácil contratar si tiene ingresos y puede permitírselo.

Hace tiempo lo vengo apreciando y, aunque es evidente que no tengo dotes predictivas, esta vez (como antes le dije a amigos que pasaría con el mercado de la vivienda y con el recorte de funcionarios) di en el clavo: el trabajo de toda la vida, aquel donde entrábamos porque teníamos un conocido de un primo que vive junto al vecino, el trabajo que duraba mucho tiempo y que nos permitía la relajación de que era fijo y casi para siempre, ese tipo de contrato, por regla general, ha terminado.

El modelo se ha extendido y ha llegado a España, y más nos vale que empecemos a acomodarnos a ello, nos guste o nos saque la bilis de dentro. No es normal –nunca lo ha sido–, que cuando un trabajador español entre en nómina de una empresa, tenga su mirada en las ganancias del día del despido y no en el trabajo que realiza, o cuando menos, en la idea de futuro que quiere para cuando deje de trabajar para otros.

El llamado trabajo por cuenta ajena es un trabajo que se hace para un tercero. Puede que nos guste, puede que no, puede que lo hagamos porque no tenemos más remedio, porque no tenemos un tío o una abuela que nos deja una herencia, suerte para ganar la lotería, o alguien que nos mantenga para hacer lo que nos da la gana, pero es un trabajo para otros, que casi nunca se hace completamente a gusto.

La pregunta es: si no queda más remedio, ¿por qué hacerlo siempre? ¿Por qué estar todo el tiempo atado a algo que no nos gusta? Las respuestas son simples: tengo que comer, y pagar mis gastos y no tengo otra forma de conseguir el dinero. ¿Pero por qué no le damos la vuelta? ¿Por qué no asumimos el trabajo por cuenta ajena como algo temporal para hacer lo que queremos?

Aquí empiezan los problemas de la mayoría.

La economía mundial ha derivado a un tipo de relaciones económicas donde dependemos de nosotros mismos. Siempre ha sido así, si tenemos en cuenta que para acceder a un trabajo debíamos competir con otros tantos que tenían características y aptitudes parecidas, y la mayoría de las veces, incluso mejores a las nuestras. Sin embargo ahora, es mucho más complicado porque existen menos opciones para competir con muchas más personas.

Vamos a darle la vuelta. ¿No es precisamente lo que necesitamos? ¿No es precisamente el momento que hacía falta para dejar de trabajar para terceros y empezar a hacer lo que siempre queríamos hacer? ¿No nos están poniendo en bandeja la idea de que es hora de dejar de depender de un ente extraño para vivir por nuestra cuenta?

Es, por lo visto, más difícil de lo que se cree porque la mayoría es incapaz de avanzar por sus propios medios. Muchos necesitan tener guías, normas, reglas, medios que otros pongan para poder vivir. Los menos son los que se atreven, avanzan por nuevos caminos, inventan nuevos métodos, fracasan una y otra vez hasta dar con la clave del triunfo.

No me cansaré de remitir a los temerosos, los que se quejan, que creen que no pueden, que no saben, que temen, los que no arriesgan, a la profesora Temple Grandin, su ejemplo es la mejor de las guías que se puede seguir.

No incito a nadie a abandonar su medio de vida. Pero propongo un análisis serio de las capacidades personales para enfrentarnos a la realidad actual. Todos, repito, TODOS, tenemos algo útil que podemos ofrecer a la sociedad, algo necesario para otros y por lo que recibir los medios indispensables para mantenernos. El gran reto es encontrarlo, y luego tener el valor de potenciarlo y afianzarlo.

El mundo ha cambiado, tenemos la opción de adaptarnos a las aparentemente nuevas reglas que marcan el mundo (aunque en realidad siempre han estado ahí) o quedarnos sentados sobre la moqueta quejándonos de nuestra mala suerte por vivir en un tiempo presente con un futuro cada vez peor.

Vuelvo a decirlo: el trabajo de toda la vida, el fijo para siempre (aunque alguno quede por ahí) ha terminado o está por terminar. Más vale que empecemos a hacer por nuestra cuenta lo que otros no nos ofrecen. Es tan simple como crear las condiciones y el medio que siempre soñamos para trabajar, insistir por más que nos quieran quitar la idea que tenemos y demostrar que somos buenos en lo que hacemos. Esta es la clave: crearlo si no existe, sacarlo de la nada si nadie nos lo ofrece, por más que lo solicitamos.

¿Difícil? Por supuesto. Y vivir, y conquistar al amor de tu vida, y comer lo que quieres, y tener lo que anhelas. Va siendo hora de que dejemos de pensar en lo difícil y lo hagamos sencillo. Porque es tan fácil o difícil como quieras que sea. Depende de ti, por más que digan que hay un destino inevitable y que el medio determina tu porvenir.

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