Finding Vivian Maier. La cazadora de instantes.

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findingmaierNo se es consciente a menudo de la dimensión que supone una realidad que supera a la ficción. Porque existen en la realidad no pocas casualidades que parecen inverosímiles, momentos que cuando se analizan a la luz de cierta imparcialidad, parecen salidos de un relato fantástico que ni los más dispuestos a aceptar el pacto ficcional con el autor, están dispuestos a creer.

Si mi credulidad ya se había puesto a prueba con la increíble historia de Sixto Rodríguez (que es cierta de principio a fin), mientras veía Finding Vivian Maier, el cuestionamiento de la realidad es de una crudeza que no queda otra que preguntarse si no existirá algo celestial, algo más allá de nosotros que vela porque ciertas sinrazones no queden injustas para siempre.

Conocía algo la historia de Vivian Maier, fotógrafa y niñera –aunque podría cambiar el orden de sus profesiones y los que la conocieron ni se darían cuenta– por la curiosidad de una exposición de fotos que se realizó en el Castillo de Tours, en 2014.

Sin embargo, el impacto del documental que se quedó a las puertas del Oscar por otro sobre Edward Snowden, me dejó apenas sin aliento. La reflexión más impactante es esa: si existe algo divino en el descubrimiento de Maier. ¿Cómo es posible que exista no una, sino dos casualidades imposibles involucradas?

Es el invierno de 2007. Maier había dejado miles de carretes de fotos en cajas de cartón en una de las casas donde había trabajado como institutriz. Los miembros de la familia no sabían (o dijeron que no sabían) que habían carretes de fotos; sólo veían cientos de viejas cajas y diarios antiguos que iban a tirar. Una llamada de John Maloof, un joven fotógrafo, les hizo desistir de hacerlo.

Maloof, que meses antes había comprado por 300 dólares una caja con negativos en una subasta, había descubierto una mirada muy interesante de la fotografía actual, y a la que nadie conocía. Una mujer que como dice un especialista en el documental, tenía el talento de atrapar ese momento mágico donde el alma de dos personas vibran juntas por un instante en que se miran y desaparece para siempre. Comenzaba la segunda vida, esta vez más allá de la vida terrestre, de la niñera Vivian Maier.

Cada vez que pienso en esta historia me revuelve la conciencia. Dos eventualidades, dos momentos imposibles en la vida de una sola persona que impidieron que se perdiera el trabajo de una artista a la que nadie conocía como tal. Y me hace preguntarme una vez más si, como antes la peregrinación de Thelma Toole con una novela de su hijo fallecido bajo el brazo, o la insistencia de un fan de la música de Sixto Rodríguez, no existe una especie de divinidad que vela por la trascendencia del trabajo espiritual de algunos pocos escogidos.

Quiénes me conocen saben que no creo en el destino. Lo que se gana, es el 90 por ciento de las veces por el esfuerzo, por el trabajo de hormiga del día a día, y no porque exista un ente más allá de este mundo trazando líneas de vida en una pizarra.

Me obliga pues a reflexionar una vez más sobre el trabajo artístico de cientos o quizás miles, y no sé si millones de artistas, o personas con algo de cierta espiritualidad y una pizca de talento para expresarlo en una obra de arte, que desde que existe el ser humano nadie ha conocido porque se ha perdido su trabajo.

Sin embargo, ahí está Vivian Maier para desmentirlo. Y si bien es cierto que, como se dice en el documental, su carácter le impedía “empujar ese poquito que se necesita para sacar ese trabajo a la luz”, porque sólo buscaba eso: “hacer su trabajo”, la realidad es que dos hechos fortuitos que nadie se creería si no fueran reales, permitieron algo de lo que ella fue incapaz, ya sea por decisión propia o por falta de dinero: legar su arte a la posteridad.

Para negar la evidencia de que se pierde el trabajo de grandes artistas ahí están John Kennedy Toole, Sixto Rodríguez , Kafka, Van Gogh; y me doy aliento creyendo que sí existe algo divino que vela por el legado espiritual de los que se expresan en un cuadro, una escultura, una partitura o una novela.

Porque lo contrario es deprimente. Al final del documental una de las personas que trabaja en el estudio fotográfico que desvela los miles de negativos que dejó Maier dice algo sobre su trabajo que se puede usar como metáfora de lo que sería la vida del artista en el mundo, un recordatorio de aquello a lo que nos enfrentamos los que pretendemos hacer algo más que llenar la cuenta bancaria con un trabajo diario:

Bueno, supongo que nada está destinado a durar para siempre. Tenemos que hacer espacio para otras personas. Es una rueda.  Tienes la oportunidad de, ir hasta el final, y luego otra persona toma su lugar.

Y sí, nada está destinado a durar para siempre. Pero hoy, gracias a dos azares divinos (no encuentro otra explicación que sólo la casualidad de la vida) podemos contar con el trabajo artístico de alguien a quien todos sólo conocieron como una niñera que tiraba fotos. A pesar de su misandria, de su posible maltrato a los demás, de su tendencia al síndrome de Diógenes, de su aparente escasa femineidad, hablamos de alguien que fue capaz de salirse de su cuerpo, de sobreponerse a sus lastres como ser humano y parir algo inmaterial y eterno: su visión del mundo, su trabajo espiritual.

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